Martes, 3 de diciembre, 2024

La estrategia política que sirve para ganar no se nutre de las fantasías académicas predicadas en los clubes de debate. Bebe de la organización eficaz y de los militantes astutos.

Pablo gea

A los liberales les gusta charlar. Les gusta reunirse, debatir y sentirse a gusto pensando que su supuesta superioridad ideológica está por encima de la pretendida superioridad moral de sus adversarios. Las polémicas se suceden, los intercambios de ideas continúan. Se montan plataformas, emisoras de radio, periódicos e incluso canales de televisión. Pero el resultado es siempre el mismo: el gato al agua siempre se lo lleva otro. Ya sea un socialdemócrata o un conservador. Cegados precisamente por saberse en el lado correcto de la Historia, la autocomplacencia hace estragos a la hora de plantear estrategias viables que garanticen el acceso a los puestos de Poder. Porque la política trata de Poder, se esté dispuesto a aceptarlo o no. Y la estrategia política va de cómo conseguir el Poder y conservarlo.

Estrategias cuestionables

John Locke (1632-1704), primero en la historia en desarrollar una filosofía propiamente liberal.

Los liberales, pese a haber apadrinado una ideología que ha dado lugar a características fundamentales y nada desdeñables que integran los sistemas políticos en las democracias actuales, como la Separación de Poderes, el Estado de Derecho, la Igualdad Jurídica, las Garantías Judiciales, la Tutela Judicial Efectiva o las Libertades Fundamentales, no se han caracterizado nunca por ser grandes estrategas políticos. Antes bien, parte de sus postulados han sido copiados y posteriormente integrados en los programas de sus adversarios (independientemente de que tuvieran intención de cumplirlos o no) para arrebatarles su nicho electoral fundamental. Y ha funcionado. De esta forma, los partidos o formaciones autodenominados como ‘liberales’ se han tenido que conformar casi siempre (hay excepciones que confirman la norma) con terceros y cuartos puestos. Reducidos a ser grupos bisagra, aspirantes en el mejor de los casos a integrar gobiernos de coalición o a negociar apoyos parlamentarios. La consecuencia ha sido un complejo de inferioridad electoral que contrasta con un complejo de superioridad intelectual, que sólo les han perjudicados a ellos y a nadie más. El resultado: sus políticas se han visto desnaturalizadas, implementadas de manera incompleta y con el duro hándicap de no tener un control estricto y exclusivo sobre las mismas.

Enfrascados en áridas polémicas doctrinales, los intelectuales liberales se pierden a menudo en un mar de estadísticas y datos que, si bien sirven para apuntalar los proyectos programáticos, alejan de manera temeraria de la realidad social sobre la que deben actuar. Fatal ironía para los defensores del libre mercado: el producto competitivo es el que mejor se adapta a las necesidades y demandas de los consumidores. Y para venderlo, hace falta márketing y hace falta comunicación. La estrategia política que sirve para ganar no se nutre de las fantasías académicas predicadas en los clubes de debate. Bebe de la organización eficaz y de los militantes astutos. Organizaciones, partidos políticos, en definitiva, que aspiren a ser mucho más que la comparsa de otros más grandes y cuyos miembros no se conformen con puestos en los ministerios o escaños en los parlamentos. La confianza en la necesidad de que el proyecto ideológico se haga realidad en un programa con una visión del mundo por la que merezca la pena luchar.

Entrega y dedicación

Lenin
«…preparar hombres que no consagren a la revolución sus tardes libres…«

Harían bien los ideólogos, asesores y propagandistas en aprender del adversario. Sobre todo, cuando lo hace mejor que tú. Y es aquí cuando llegamos a Lenin. Todo el mundo sabe quién y qué es Lenin. Los actos espantosos por él realizados y la realidad terrible del régimen que alumbró no suponen una excusa para obviar los innegables aciertos estratégicos que tuvo. Negarlo sería negar la realidad. Y negar la realidad cuando lo que se pretende es ganar es un mal negocio. Si dejamos atrás las charlas de café, es indudable que un partido liberal que aspire al Poder debe configurarse en torno a una teoría política coherente y sin fisuras. Como señaló el mítico revolucionario en su ensayo ¿Qué hacer?, en el que desgrana sus directrices para crear un partido revolucionario y su estrategia política: «Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario». Los liberales han confundido mortalmente la libertad de pensamiento y la flexibilidad táctica con el pensamiento débil y el oportunismo político. Lo cual les ha pasado factura al suponerles ser percibidos por la ciudadanía como partidos poco de fiar y ‘veletas’, sin una idea clara de qué políticas implementar si alguna vez llegan al Gobierno. Porque «sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia.»

Sabiendo que es absolutamente necesario contar con una visión ideológica clara y contundente, ¿Qué hay de la organización del partido?. Dice Lenin en su escrito Tareas urgentes de nuestro movimiento: «Hay que preparar hombres que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida; hay que preparar una organización tan numerosa que pueda aplicar una rigurosa división del trabajo en los distintos aspectos de nuestra actividad». Es decir, miembros y militantes que asuman su causa como su ser. Que se entreguen en su totalidad a la consecución de los cambios sociales por los cuales se inicia la actividad política. Una vacuna, si no infalible, al menos sí muy útil contra la corrupción. Pues menos susceptible del robo y de la acumulación de poder será aquél para el que una idea sana constituya parte de su identidad que el que sólo persiga escalar, enriquecerse y aparentar. Que se integren, en definitiva, en un partido político «que dirija toda la lucha política y disponga de un Estado Mayor de agitadores profesionales».

Hay que tener claro lo siguiente, nos recuerda Lenin: «Todo el arte de un político consiste precisamente en encontrar y asirse con fuerza, precisamente al eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado, que garantice lo más posible a quien lo posea la posesión de toda la cadena.» Para una política entendida en estos términos, extraemos cuatro lecciones:

  1. No puede haber política de Poder exitosa sin una organización con líderes y militantes estables que garantice su continuidad.
  2. Cuanto más grande sean los apoyos electorales y la movilización de los ciudadanos que lo siguen, más sólido tiene que ser el partido.
  3. Este partido tiene que estar formado por personas entregadas absolutamente y sin condiciones a materializar las ideas y el programa por el que se pelea.
  4. Mayor será el número de apoyos y de bases cuanto en mayor medida se cumplan los presupuestos anteriores.

Apostar fuerte

Una vez superen los liberales su encorsetamiento doctrinal y se abran a una organización de masas bien dirigida, dinámica y con una democracia interna fuerte, que tome decisiones astutas y sea capaz de ganarse apoyos sociales dispares, que entienda que los derechos sociales son un requisito necesario para que se pueda hablar de libertad y no una quimera de socialistas y comunistas, estarán en disposición de avanzar. Eso sí, siempre y cuando sean ambiciosos y aspiren al todo, pues vuelve Lenin a recordarnos que » la lucha reivindicativa contra el gobierno y la conquista de ciertas concesiones no son otra cosa que pequeñas escaramuzas con el adversario, ligeras refriegas en las avanzadillas, y que la batalla decisiva está por venir.» Conformarse con meras protestas y una acción política de bajo perfil sólo supondrá un derroche de talento, de tiempo y de dinero. Si los liberales aspiran a ser protagonistas, a crear una sociedad parlamentaria libre, por encima de la extrema-derecha y de la extrema-izquierda, deben prepararse para jugar duro en la arena política y pelear fuerte por el Poder. No hay más. De lo contrario, sus adversarios tomarán posiciones en la guerra cultural que siempre hay detrás de toda guerra política, y los aplastarán.

Hasta que los liberales no se entreguen a su causa como un monje se entrega a Dios, no tienen nada que hacer.

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