El salario del miedo
El salario del miedo es una película de producción francesa dirigida por Henri-Georges Clouzot, director, productor y guionista responsable de clásicos del cine francés anteriores a la Nouvelle Vague como Las diabólicas o El cuervo. Es un thriller sobrecogedor encabezado por el mano a mano protagónico de Yves Montand y Charles Vanel; que logró el BAFTA, el Oso de Oro en el Festival de Berlín y el reconocimiento en Cannes con la Palma de Oro para Clouzot.
La historia
La historia transcurre en un pequeño pueblo sudamericano donde confluyen personajes de todo tipo con un objetivo común: salir de la miseria y escapar de la muerte. Se poseen los suficientes recursos naturales para acabar con la pobreza de sus habitantes, pero a pesar de la gran cantidad de reservas petrolíferas se les mantiene en la más absoluta pobreza con muy pocas oportunidades. Franceses, hispanos, italianos, alemanes y norteamericanos están atrapados aquí sin trabajo; prófugos, arruinados y endeudados. Vemos un paisaje de cucarachas, niños pidiendo limosna y de trifulcas alcohólicas. El calor los sumerge en letargo y los ánimos están por los suelos.
Es una tierra de gran prosperidad, pero sólo para el extranjero opulento que va a succionar sus pozos y obligar a su población a explotarlos hasta dejarlos secos y arrebatarles en sus narices su propia riqueza. Se ven abocados a trabajar en la industria del petróleo, una de las más peligrosas del mundo, sometiendo a sus trabajadores a productos químicos, gases tóxicos y equipos pesados con alto riesgo de incendios y explosiones.
Los protagonistas
Dentro de este contexto encontramos a nuestros protagonistas. Mario, francés que sueña con regresar a París, entabla amistad enseguida con Jo, un gángster compatriota que acaba de llegar, arruinado y buscando ganar dinero lo más rápido posible. Mario admira y respeta a Jo, que es determinado, frío, confiado y victorioso entre pendencieros. Al igual que el resto del pueblo, buscan salir de la miseria y para ello serían capaces de aceptar cualquier trabajo, aunque las probabilidades de morir sean las de una moneda lanzada al aire. Es mejor eso que seguir como están, donde la muerte les alcanzará de todas maneras.
Una compañía petrolera estadounidense pone un anuncio para contratar a cuatro personas dispuestas a trasladar dos camiones cargados de nitroglicerina, necesaria para apagar un pozo que se ha incendiado, y lo harán a través de intrincados caminos de montaña. No faltan candidatos, entre ellos Mario y Jo, que junto a otros dos europeos son elegidos para el trabajo. Salen dos camiones, pero sólo necesitan que llegue uno. Asumen que la probabilidad de que alcancen los dos el destino es muy baja, pero la cantidad de nitroglicerina y personas dispuestas para el trabajo es sobrada.
A partir de aquí es donde empieza la película, después de un prólogo largo pero necesario y no menos importante que el resto. El espectador ya está dentro del contexto y ve establecidas las fichas del tablero donde los protagonistas se encuentran en jaque continuo. El espectador ya ha respirado la atmósfera polvorienta y sofocante donde los delirios se confunden con los sueños y donde los sueños contrastan con la apatía y el desánimo. Sólo queda que los protagonistas se suban al camión, se abrochen el cinturón (y el espectador también) y comience una aventura llena de suspense.
Tensión, intriga y acción
El salario del miedo es una película sobre un viaje y no sólo de un viaje en camión. El salario del miedo trata de un viaje personal único de cada personaje que en realidad empieza mucho antes de sentarse ante el volante, donde se despliega un abanico de emociones extremas en cada una de sus formas de afrontar el miedo en distintas situaciones de vida o muerte. Trata de cómo el azar te puede dar o quitar todo. De la puesta a prueba de los valores fundamentales de una persona en situaciones de máximo estrés visto desde el prisma de diferentes personajes.
Es una gran película que pasa de su primera parte costumbrista a la segunda llena de tensión, intriga y acción, que sin necesidad de grandes presupuestos ni efectos especiales consigue transmitir una fuerza fuera de lo común.