LOS MUERTOS QUE NO VALEN NADA
Estas personas han muerto porque alguien ha decidido que debían morir en lugar de otro que merecía vivir. Sin nombre, sin rostro, sin alma. Como cualquier otro trámite administrativo.
Pablo Gea – La Iniciativa
Quizás el nombre de Sonia Sáinz-Maza no les diga nada. No es un político. No es un deportista ni un actor. No es un personaje mediático. Se trata tan sólo de uno más de los ciudadanos anónimos que viven y mueren cada día, sin que la opinión pública repare en ellos. Como quien escribe esto. Y como quienes lo leen. La única diferencia entre Sonia y nosotros es que estamos vivos y ella no. Esta mujer de 48 años murió de cáncer de colon el pasado mes de agosto. Su médico de cabecera en Espinosa de los Monteros (Burgos) no se dignó a atenderla presencialmente. Y después de tres meses, llegó al fin un diagnóstico cuando ya era tarde. ‘Mi hermana se moría al otro lado del teléfono y Sanidad nunca le tendió la ayuda que necesitaba’, declara su hermana menor. El mes de julio murió también otra mujer, Lidia González, de 22 años, en Palencia. La causa de la muerte: un tumor cerebral. Estuvo esperando los resultados de unas pruebas que se dilataron más de dos meses, hasta que su vida se apagó en una lenta agonía. Recientemente, hay que lamentar la muerte de Alfonso Gomis Salas, de 74 años, en Castellón. Su vida finalizó en diciembre del año pasado a causa de una pancreatitis aguda cuya operación fue retrasada varias veces.
Tragedia silenciada
Son sólo unos ejemplos, algunos nombres, que permiten poner cara a una tragedia silenciada que simboliza la crueldad de la indiferencia administrativa. La Crisis del Covid simboliza el fracaso de la Administración Pública en cada uno de sus extremos. La situación de colapso ha obligado -o eso dicen- a escoger quién vive y quién muere. O lo que es lo mismo, qué vidas meren la pena ser vividas y cuáles no. Porque lo cierto es que estas personas han muerto porque alguien ha decidido que debían morir en lugar de otro que merecía vivir. Sin nombre, sin rostro, sin alma. Como cualquier otro trámite administrativo al uso, la maquinaria sitúa vidas en un motón o en otro de los expedientes administrativos a la espera de ser resueltos. Sentimientos y sueños que pasan a consumirse en una lista de espera mientras la impotencia agota las últimas reservas para pelear por la vida de quienes saben que se están muriendo a la vez que cuentan los minutos para el seguro desenlace. Así de simple y así de sencillo.
El cartucho de la reclamación administrativa o de la exigencia de responsabilidades legales se antoja cínico cuando de lo que se trata es de exigir que las personas sean tratadas con dignidad. Hablábamos hace poco del caso holandés. Hoy nos toca hacer autocrítica a los españoles. Porque esto vale a otro tanto. Y no se trata de la ideología o del color político. A buen seguro esto se daría de estar otros partidos políticos gobernando. Se trata del funcionamiento distorsionado de la Administración. Parasitada por hombres grises que velan por la libertad, la felicidad y la seguridad. Un engranaje frío, desapasionado y cruel, que trata a los ciudadanos como si fuesen ganado y que ni siquiera es capaz de ofrecer una salida digna cuando lo que pide una persona es que se le garantice su derecho a la vida. Todo ello a cargo de una Sanidad que se dice Pública sólo cuando estamos en campaña electoral.
Y que quede bien claro para todos. Esto no va para los sanitarios ni para los médicos. Que hacen todo lo que pueden y más y que, en todo caso, son los que sufren en primera línea las desgracias de la ineficacia administrativa. Ningún gobierno, ni nacional ni autonómico, lo va a reconocer nunca; se están postergando intervenciones médicas urgentes que son vitales para los pacientes. La justificación del desbordamiento a causa del Covid no es válida, puesto que disculpar la muerte contribuye a normalizarla para, más adelante, censurar a quienes tengan algo que decir a sus gobernantes cuando sus seres queridos estén a varios metros bajo tierra o metidos en una urna de cristal. A algunos esto puede parecernos lejano. Como cuando asistimos indiferentes a las cifras de muertos en carretera o al sufrimiento en las residencias de mayores. Tengamos en cuenta que el largo brazo de la enfermedad puede alcanzarnos en cualquier momento, tanto a nosotros como a nuestros seres queridos. Será entonces cuando deje de parecernos tolerable que en este país se esté dejando morir a la gente y que sus políticos no tengan la más mínima intención de hacer nada al respecto.