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Los partidos liberales piensan que la alternativa al nacionalismo radical de Vox es el seguidismo cultural de la izquierda.

Pablo Gea – La Iniciativa

Los peores escenarios que andaban barajando PP y Ciudadanos se han materializado con pavorosa contundencia. No es sólo que el PSC haya gestionado magistralmente el ‘efecto Illa’ o que los independentistas tengan mayoría absoluta pese al fracaso inmediato de sus pretensiones, sino que Vox ha arrasado en la oposición con 11 escaños, dejando anonadados tanto a azules como a naranjas, con 6 y 3 escaños respectivamente.

Para los ultras ha sido una victoria en toda regla, por cuanto no se fijaron un horizonte previo y, en consecuencia, cualquier avance en territorio comanche era motivo suficiente para descorchar la botella de champán. Y así ha sido. Ante la estupefacción generalizada. Algo que ha descolocado a todo el espectro del centro-derecha, especialmente teniendo en cuenta que desde el principio se desdeñó que Vox pudiera movilizar de manera efectiva el voto en una Comunidad Autónoma con fuertes rasgos identitarios. Se pensó que el escenario correcto a barajar sería similar al del País Vasco, y que un partido que lo que pretende precisamente es eliminar las Autonomías no tenía nada que hacer.

         Craso error que obliga ahora a lamerse las heridas. No como un perro apaleado, pero sí con algo de perspectiva y mucha autocrítica. Cierto es que los adversarios de quienes se autodenominan ‘constitucionalistas’ han contribuido han regalarle muchos votos a la ultraderecha. Cada acto reventado, cada feo en televisión, era una moneda más que se metía en la hucha de votos. Así de sencillo. No entendieron los gurús estratégicos que a día de hoy se vota con un ojo en el corazón y otro en el bolsillo. Y que agitar pasiones, en favor o en contra de una causa global, casi siempre genera buenos resultados. Lo que no los genera nunca es quedarse en medio esperando a ver qué pasa y pegar un volantazo en el último minuto para salvar los muebles. El ambiente de la política española está demasiado polarizado ya para eso. La población, en definitiva, está demasiado crispada como para detenerse a hacer complejas cábalas ideológicas teniendo que atender una economía doméstica que hace aguas y que ofrece un panorama futuro poco menos que desolador.

         No obstante, ello no debe impedir entender las elecciones en Cataluña fuera de la dinámica regionalista en la cual se insertan. Asumir que estas dinámicas son las mismas que impulsan la política nacional es un desatino equivalente a pegar golpes de timón en función de lo que sucedió en Galicia o en el País Vasco hace unos meses. Illa se ha quedado con un electorado de centro-izquierda que antes había vuelto la cara a Ciudadanos como una alternativa reformista no nacionalista. El viraje hacia la derecha de esta última formación dilapidó este capital político y descolocó a un electorado que no fue capaz de entender los mensajes ideológicos que enviaba el partido. El PP se ha ido sumiendo cada vez más en la irrelevancia. Soltar amarras con su electorado de derechas clásico sin ser capaz de alcanzar con un programa coherente a un electorado más moderado que, por fuerza, iba a dirigir sus atenciones hacia los socialistas o los liberales ha constituido una jugada desacertada, un riesgo innecesario del que ahora se extraen las inevitables consecuencias.

         Vox ha sabido apostar por el caballo ganador: sabe que difícilmente puede aspirar a convertirse en una ‘oposición’ en el sentido clásico del término por aritmética parlamentaria, pero igualmente es consciente que una formación con la estrella en alza extrae oxígeno de las victorias morales. Y esta lo ha sido. Muchos de los que han votado Vox en Cataluña ni son radicales ni nacionalistas intransigentes, sino ciudadanos corrientes y molientes que se sienten abandonados por los partidos que deben representarlos en un contexto de imposición cultural atroz de manos del nacionalismo y de sus aliados de parte de la izquierda. Esta es la razón principal de lo que ha pasado, más allá de todas las tretas justificativas que se quieran emplear. Vox está consiguiendo erigirse como una auténtica ‘alternativa moral’ al ‘frente’ PSOE-UP y Nacionalistas. Con las nefastas consecuencias para el país que eso conlleva. Porque si el hecho de que unos partidos radicales tengan como rehén al Gobierno del país, mucho peor es que la única alternativa a esto sea un partido que se vanagloria en su radicalidad y que es tan intolerante y sectario como las fuerzas a las que dice combatir.

         Los partidos liberales piensan que la alternativa al nacionalismo radical de Vox es el seguidismo cultural de la izquierda. Siguen presa de ese medio que les somete al chantaje perpetuo por ambos flancos. Y, al querer contentar a todos, al final no contentan a nadie. Si de verdad quieren salir del atolladero y convertirse en una oposición creíble tienen de definir sin falta cuáles son sus principios ideológicos y cuál es un programa. Y una vez hecho esto, defenderlo a capa y espada convenciendo al conjunto de la ciudadanía de que es la única alternativa válida. Sin autocrítica no hay victoria. Que se den por enterados.

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