Martes, 3 de diciembre, 2024

Si existe una anormalidad democrática es que alguien con las convicciones dictatoriales de Pablo Iglesias haya escalado tan alto en un sistema parlamentario.

Pablo Gea – La Iniciativa

‘Miente más que habla’. Así describía Pedro Sánchez en 2015 a su ahora Vicepresidente. Tal cual. Nada sorprende ya. Si la política es el arte de lo posible, mantenerse en el poder es el arte de la mentira. Al menos para algunos. Alguien que lo ha convertido en un arte tan refinado como sofisticado es el líder de Unidos Podemos. A estas alturas ya, no queda duda de cuál es la verdadera naturaleza de sus postulados políticos. Como tampoco la hay sobre qué pretende hacer desde su posición en el Gobierno. Sabido era en su momento que los morados intentarían desesperadamente marcar un perfil diferenciado respecto del PSOE. Su supervivencia como partido depende de ello. Y Sánchez, que se entiende que ya podrá pegar ojo tras largas noches de insomnio yéndose a la cama con Iglesias, no tiene más remedio que tragar. Su intento de someter a su impetuoso socio procurando arañar votos tras las últimas elecciones no sirvió para nada, salvo para hundir a Ciudadanos y aupar a Vox. Toda una jugada maestra donde las haya, fruto de las ínfulas de su ahora gurú, Iván Redondo, tan avezado ajedrecista como hombre cínico y carente de moral.

         Ahora a Sánchez la vieja guardia del Partido Socialista le pide que se desembarace de su socio de coalición, aunque ello valga tan sólo como un gesto vacío para lavar la ropa, sabedores de que equivaldría ipso facto a la disolución de la coalición y a la celebración de unas (otra más) elecciones. Así las cosas, está claro que las continuas salidas de tono del Vicepresidente no son, en modo alguno, exabruptos continuos para legitimarse entre sus bases. Sino la exposición reiterada de una convicción. Una convicción que ha anidado siempre en la cabeza de Pablo Iglesias, así como de quienes nutran sus filas políticas. La identificación sin ambivalencias con doctrinas, planteamientos y regímenes que no sólo han edificado pavorosas dictaduras, sino que han causado la muerte de millones de personas, por no hablar del sufrimiento extendido por más de medio mundo, dista mucho de ser una loca ilusión de juventud. Cabría preguntarse qué sucedería si a algún líder político se le ocurriera reivindicar en el Parlamento la obra del Nacionalsocialismo. O de una dictadura militar.

         El Ministro de Consumo, Alberto Garzón, se ha prodigando lanzando loas a Lenin vez tras vez, autoproclamándose comunista a pleno pulmón. Y la actual Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, declaró sin desparpajo en televisión ante todos los españoles que su legislación provenía de la tradición liberadora del comunismo. Teniendo en cuenta que se trata de una ideología que pregona la desaparición de los parlamentos democráticos y de los derechos humanos, así como la violencia revolucionaria y el exterminio de grupos sociales enteros, sólo es posible concluir dos cosas: o se es un ignorante o se es un miserable. Que individuos así puedan estar en un gobierno democrático da pie a coger la medida del riesgo al que se expone la calidad democrática del sistema español.

         Sin lugar a dudas, que un Vicepresidente con semejantes credenciales considere que España no es un Estado democrático en medio de una crisis diplomática con países tan valedores de los derechos individuales como Rusia se antoja, cuanto menos, chulesco. Pues si algo ha caracterizado a Unidos Podemos y a su líder es el alinearse en todo momento con los adversarios de España. No los adversarios de un partido político gobernante, que son legítimos. Sino con los adversarios del Estado de Derecho y de las libertades. Su estrategia política pasa por aumentar la crispación hasta hacer inviable el funcionamiento correcto de las instituciones. Pues sólo en una situación de anormalidad institucional pueden desarrollar su auténtico programa político revolucionario. Su apoyo a los presos independentistas deviene de este razonamiento. El que haya llegado a comparar a un prófugo de la Justicia como es Carles Puigdemont con los exiliados republicanos que después de la victoria del general Franco huían de su ‘generosa mano’ eleva lo chulesco a lo grotesco.

         Es lógico que muchos en este país se planteen lo siguiente: ¿merece España este Vicepresidente? La respuesta es la unidad de medida del gusto por el funcionamiento democrático de las cosas. Pues si existe una anormalidad democrática es que alguien con las convicciones dictatoriales de Pablo Iglesias haya escalado tan alto en un sistema parlamentario. ¿Considera el señor Iglesias que participa en el Gobierno de una dictadura? Si es así, su dimisión, en coherencia con su propaganda, debería ser inmediata. Y, si no es así, Sánchez debería destituirlo fulminantemente. Pero no sucederá ni lo uno ni lo otro. Quizás el problema esté en la deficiente formación cultural de nuestros políticos, algunos de los cuales son incapaces de comprender que Junqueras y cía han sido condenados por el Tribunal Supremo porque su conducta está tipificada como delictiva en el Código Penal vigente, y sólo después de un proceso judicial con contradicción de partes y con todas las garantías jurídicas de un Estado de Derecho.

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