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Si Iglesias gana en Madrid y se convierte en Presidente de la Comunidad, se convertirá en un contra-poder formidable.

Pablo Gea – La Iniciativa

Los últimos acontecimientos políticos en el panorama español están siendo un caramelo para los analistas mediáticos. En poco más que días el tablero de la política española, hasta hace bien poco relativamente predecible, ha saltado por los aires y las piezas todavía no se han situado. La torpeza suicida cometida por Ciudadanos está ya claro dónde va a acabar. No así el movimiento a la desesperada realizado por Unidos Podemos o, más exactamente, por su líder Pablo Iglesias.

Y es que la trayectoria política de esta marca, como la del partido Podemos, está íntimamente ligada a la de su líder. Quizás la ideología totalitaria que subyace en el proyecto no haya encontrado una muestra más clara que el hecho de que Pablo Iglesias, mediante hábiles maniobras que explotaban los errores de sus enemigos, se haya hecho con un poder absoluto dentro de su formación. Un poder absoluto que le permite gozar de un poder institucional nada desdeñable, aunque sólo sea por los cargos públicos que acumula e independientemente de que a día de hoy los ejerza o no.

Atrás quedó todo aquello de la limitación de sueldos y de mandatos, de la repugnancia por las designaciones a dedo y de la crítica al nepotismo. Todos allí dentro saben que si Irene Montero está donde está no es por méritos propios sino por ser la pareja del macho alfa, según su sorprendente autoconcepción. Se ha asumido hasta tal punto que la pareja que detenta el bastón de mando se agenció un chalet con el que el resto de los mortales (y, desde luego, sus bases) sólo pueden soñar para a paso seguid someter la maniobra a referéndum interno, sabedor de que le iban a dar el beneplácito a causa del chantaje implícito: si me voy, el proyecto muere. Dicho y hecho. Aniquilado el errejonismo y liquidados los últimos focos díscolos, el líder supremo pilotó con habilidad hasta hacerse nada menos que con la (una de) Vicepresidencia del Gobierno en coalición con Sánchez y los suyos.

Pero conforme Iglesias iba sometiendo su partido a su voluntad, los votantes iban a abandonándole, acusando su figura un más que notable desgaste mediático. Tanto es así que, pese a que su innegable habilidad política ha evitado un desplome semejante al de Ciudadanos, el lento declive se perfila como inexorable. Una prueba más de lo mal que han envejecido los partidos que llegaron para regenerar la política española, reproduciendo por el contrario lo peor de sus vicios. En Unidos Podemos han tomado buena nota de lo sucedido con Ciudadanos, especialmente después de las últimas elecciones catalanas. Si pierdes en casa, estás muerto. Porque en este caso perder no es quedar tercero o cuarto, sino perderlo todo. Como todo movimiento construido sobre un mito fundacional, cuando este cae, el movimiento se desvanece.

Por eso, atendiendo a lo que le auguran las encuestas, e incluso el último Barómetro del CIS (confeccionado antes de la crisis abierta por Ciudadanos), Pablo Iglesias ha decidido jugarse el todo por el todo, bajar a la trinchera y disputarle la Comunidad de Madrid al PP de Ayuso.

Una jugada tan arriesgada como la de Arrimadas en Murcia, pero ejecutada con mucha más astucia política. Porque Iglesias sabe que Sánchez es de los del abrazo del oso, y que lo aguanta en el Gobierno porque no le queda más remedio. Pero que, en cuanto tenga oportunidad, maquinará para deshacerse de él. Y qué mejor oportunidad que una derrota morada en Madrid. Aun así, no toda esta estrategia es defensiva: al fin y al cabo, la Vicepresidencia del Gobierno es un cargo subordinado; si Iglesias gana en Madrid y se convierte en Presidente de la Comunidad, se convertirá en un contra-poder formidable a Sánchez que le permitirá ejercer una influencia en realidad mucho mayor en la coalición de Gobierno, situándose como una rémora para el PSOE tan fuerte como lo ha sido y a día de hoy lo es Ayuso.

Se trata de una jugada maestra, digna de un avezado ajedrecista. Pero que no deja de ser, a pesar de todo, producto de la desesperación y de la sed de poder personal. Algo que ha caracterizado a Iglesias desde siempre, y que su desmedida soberbia le ha dificultado disimular. Si pierde ante Ayuso, no sólo su figura política sino también su autoridad dentro de su partido como caudillo de masas de la extrema izquierda quedará en entredicho. Y los que hasta ahora no han tenido otra opción que callarse muy posiblemente empiecen a jugar sus bazas una vez los machetes estén debidamente afilados. Todo ello sin contar que plantear el enfrentamiento como una lucha entre bloques puede favorecer a un PP que ha encontrado en Isabel Díaz Ayuso un perfil fresco, capaz de captar el voto del centro e incluso del centro-izquierda en clara paradoja con el apoyo que va a necesitar por parte de Vox para gobernar.

En cualquier caso, el partido ya ha empezado y la suerte está echada. Pero antes de cruzar el Rubicón como hiciera Julio César, deberá Iglesias aprender del error de Ciudadanos y asegurarse la lealtad de los suyos. No sea que haya sorpresas.

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