TONTO EL ÚLTIMO
Recientemente estamos de vuelta con esto de las vacunas. Las llamadas a la calma por parte de las élites que nos gobiernan contrastan claramente con las prisas que algunos de los representantes de dicha élite tienen por vacunarse. Ahí tenemos el caso de Miguel Ángel Villarroya, ex Jefe del Estado Mayor de la Defensa, que tuvo que dimitir tras vacunarse antes de tiempo. O el de José Luis Cuesta, Fiscal Jefe de Castellón. Los perfiles políticos no se salvan, con casos tan sonados como Rocío Galán (PSOE), concejal de Bienestar Social de Bonares, en mi tierra nada menos, Huelva; Esther Clavero (PSOE), ex alcaldesa de Molina de Segura, en Murcia; o Carmen Piedralba (PSOE), concejal del Ayuntamiento de Castrillón, en Asturias. Ahora este tan extraño como familiar fenómeno salta de nuevo a la comidilla de los medios con las infantas Elena y Cristina, vacunadas en Abu Dabi. Para visitar a su padre, otro ejemplo de honradez donde los haya.
En un mundo ideal, algo así debería servirnos para reflexionar. Pero no sé yo si este deseo se antojará una ingenuidad excepcionalmente cargada de cinismo en los tiempos que corren. Porque después de todo lo que ha pasado, después de la responsabilidad de toda la Clase Política por entero en los desaciertos a causa de la gestión de la pandemia, después la gente muerta, arruinada o simplemente sin perspectivas, que algunos de los exponentes más significados de las élites gobernantes (a la luz o en la sombra) opten por vacunarse antes de tiempo y ante nuestras narices, debería ser un escándalo. Y debería ser un escándalo que prendiera la chispa de la rebelión social, no en el sentido de levantar barricadas, destrozar el mobiliario público, la propiedad ajena y prender fuego a furgones policiales con agentes dentro. Sino en lo que implica una genuina exteriorización de un hartazgo cada vez más patente que, si nadie lo remedia, sólo dará oxígeno a populistas de uno u otro signo.
Con todo y con eso, igual es posible que tengamos lo que nos merecemos. No en vano, la picaresca española genera enviada por conductas imitables que se burlan de la honradez y consagran a los trúhanes. No de otra forma puede entenderse que mientras los ciudadanos corrientes y molientes tienen que esperar obedientemente su turno, haya una serie de listos amparados por el poder político y económico que opten, sencillamente, por saltarse la cola y vacunarse. Pensando así que la pesadilla ha acabado para ellos. Una muestra -otra más- de cómo a los políticos españoles les da exactamente igual lo que a las personas de a pie les pueda suceder. Se sienten tan seguros en sus puestos de poder que no tienen vergüenza en de ninguna clase. Sabedores de que cuando pasen unas semanas todo quedará en un eco lejano y que la atención pública se desviará hacia el siguiente suceso que capte su interés. Cosas del fast thinking.
Lo de las infantas no es algo que deba suponer meramente una crítica hacia la institución monárquica, que también, sino un punto de partida interesante para preguntarnos qué demonios estamos haciendo permitiendo que se cachondeen de nosotros en la cara con toda la arrogancia de quien se sabe superior al vulgo.