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En estas elecciones el votante no sólo presta su voto a un programa o a un partido, sino a una visión de las cosas personificada en una persona, que materializa dicha visión inmaterial y permite que el votante se afirme a sí mismo a través de la papeleta.

Pablo Gea – La Iniciativa

El debate que acaba de enfrentar a los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid ha sido ejemplarizante. Paradigma de la campaña electoral en la Era de la Posdemocracia, la Emocracia.

Las maquinarias de comunicación de los respectivos partidos han hecho su trabajo y han ofrecido un producto caliente, apto para el consumo. Las siglas han desaparecido detrás de los candidatos, que han ocupado las portadas de los periódicos y acaparado todos los focos. Así las cosas, y con unas encuestas claramente favorables, Ayuso ha llegado desafiante sabiendo que es una figura en alza. Pero precavida, sabedora de que ‘le sobra campaña’ por cuanto que el cénit de la popularidad en política dura menos que un suspiro y, si no se producen las elecciones en el momento justo, las previsiones pueden peligrar. Esta es la razón por la que ha rehuido la confrontación con las cifras para centrarse en la defensa de su cosmovisión ideológica y marcar claramente su territorio respecto del adversario. El león no ha dudado en dar zarpazos mortales cuando se ha visto acosado, castigando con el desdeño más contundente a los candidatos que considera menos relevantes en una carrera en la que las direcciones nacionales del partido ponen todas armas disponibles.

El antagonismo manifiesto no sólo político sino también personal entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias ha planeado como un ave de presa sobre todo el debate. Todo el mundo estaba expectante y no han decepcionado. La serenidad impertérrita de Iglesias apenas si ha resistido ante la envestida de Ayuso cuando le ha recordado los motivos oportunistas que le han llevado a desplazar a Isabel Serra y ponerse al frente de Unidos Podemos en Madrid para disputar la Comunidad. Así como la cuestionable gestión de las residencias de ancianos. Con la inestimable ayuda de Gabilondo por el PSOE y de Mónica García por Más Madrid, auténtico político revelación en esta campaña tan extraña como sugerente, Iglesias ha podido atacar con éxito el punto flaco de los populares madrileños: las políticas sociales, tan abandonadas como la mira tienen puesta en la rebaja fiscal como panacea para todos los males.

Gabilondo ha transitado por necesidad del ‘con este Iglesias no’ al ‘Pablo, tenemos doce días para ganar’, lo que no ha evitado el choque de trenes respecto al tema espinoso de los impuestos. Su marcado perfil técnico no le permite presentarse con la misma frescura que Mónica García, que ha sabido combinar bien la faceta intelectual con la agilidad política, generando un perfil, si no seductor, al menos sí digno de abrirse un camino entre los candidatos consolidados, pese su criminal maniqueísmo ideológico, especialmente de manifiesto cuando no ha podido resistirse a colocar a ‘los Hombres’ como ‘quien viola, quien asesina y quien acosa sexualmente’. Que esperemos que sepa explicarle al hijo al que se ha dirigido en el minuto de oro al final del debate cuando se haga mayor y tenga que soportar las leyes discriminatorias que ella apoya.

Pese a su innegable habilidad retórica, Edmundo Bal no consigue evitar que la polarización ideológica haya llegado para quedarse, buen conocedor de la realidad de que Ciudadanos ya no es el instrumento que estaba llamado a ser para romper con la política guerracivilista y suicida de bloques. Ese tren ya pasó y toca agarrar lo poco que queda. Su evidente frustración ante la capacidad de Rocío Monasterio de sacar rédito de poner el foco en problemas tan de cara a la realidad cotidiana de los votantes como son la ‘fatiga covid’ provocada por las restricciones, la Hostelería económicamente esquilmada, la inoperante y derrochadora hiperburocratización que padece España y la pesada cantidad de políticos inútiles. Eso sí, de lo que no ha podido escabullirse la candidata de Vox es del nefasto efecto provocado por la desafortunada decisión de cargar todas las tintas de la miseria sobre ‘los menas’ en una cínica comparación con la percepción económica de las pensiones. En cualquier caso, aspira a gobernar con Ayuso, motivo por el cual no le ha lanzado más dardos de los necesarios.

Indudable es que toda España está pendiente de lo que va a suceder en los próximos días. Cada cual espera que gane su facción y su candidato. Porque en estas elecciones el votante no sólo presta su voto a un programa o a un partido, sino a una visión de las cosas personificada en una persona, que materializa dicha visión inmaterial y permite que el votante se afirme a sí mismo a través de la papeleta. Esto lo sabían absolutamente todos los candidatos en la noche del debate. Sólo los inseguros y los incautos se han arriesgado a pescar en aguas ajenas reblandeciendo su mensaje. Los seguros, sabedores de cuál es su lugar, se ha cuidado mucho de asegurar su base electoral y de colocar al adversario como enemigo. Que, a fin de cuentas, cuando se juega con las emociones, es un ingrediente imprescindible para un cóctel sólo apto para estómagos fuertes.

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