EL PARTIDO DE LOS TRABAJADORES
La legalización definitiva de Despertar Social (DSO) es hoy un hecho incuestionable. Tan palpable y contundente como el propósito que impulsa la creación de este partido político. Desde este medio hemos venido insistiendo en innumerables ocasiones sobre la necesidad de la aparición en España de un auténtico partido de los trabajadores. Auténtico. Y no un sucedáneo propagandístico que peque del ridículo populismo de considerarse a sí mismo un partido ‘de los de abajo’ para manipular a los más desfavorecidos para llegar al poder. En las circunstancias actuales, las nuevas alternativas políticas que de alguna manera podían aspirar a rellenar este hueco han quedado desacreditadas. Lo que existe no es más que un populismo faccionalista, tan radical y aguerrido que sólo puede ofrecer un programa lleno de fantasías místicas e ideológicas. Pero ahí acaba la historia.
Ahora, con la inscripción efectiva e indeleble en el Registro de Partidos Políticos del Reino de España, esta vital necesidad queda colmada. Si bien no es más que la primera batalla de algo mucho mayor. Lo más difícil está aún por llegar. Pero la criatura está viva y crece sin cesar. Y lo hace porque sus bases entienden perfectamente cuáles son los ideales por los que se lucha y los objetivos del partido. Que no son otros que convertirse en la expresión de los intereses de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. De aquellos que están solos, viven en el anonimato y saben que el Estado sólo repara en ellos a la hora de cobrar los impuestos y de buscar el voto. Unos sectores sociales que hace tiempo que entendieron una verdad cruel y dolorosa: que digan lo que digan los partidos tradicionales, en la práctica nada va a cambiar realmente. El ciudadano individualmente considerado no es nada, salvo un mero pasmarote tratado como ganado por la Administración y los poderes económicos.
Aunque hay que aclarar una cosa: ¿qué queremos decir con eso de ‘partido de los trabajadores’? Cualquiera podría pensar que se trata de una reminiscencia lejana de los partidos socialistas clásicos, que se pretendían representantes de los trabajadores manuales para luego olvidarse de ellos una vez alcanzado el poder. Cuando hablamos de ‘trabajadores’ nos estamos refiriendo a cualquiera que desarrolle una actividad laboral, ya sea por cuenta ajena o propia. Esa idea absurda de la ‘lucha de clases’ debe cesar en pos de una colaboración entre los diferentes sectores sociales para la mejora colectiva de la comunidad, haciendo compatibles los intereses individuales con los colectivos. No estamos hablando sólo de los propios trabajadores manuales, sino también de los trabajadores intelectuales, de los campesinos, de los pequeños y medianos empresarios, de los trabajadores liberales y, en definitiva, de aquellos que quieren ver al Estado como un sirviente y no como su amo.
Que piensan que la Economía de Mercado es un bien pero que, para evitar el abuso y el elitismo, debe estar bien regulada por el Estado, encargado de redistribuir la riqueza, combatir las desigualdades y desarrollar amplios programas sociales para que la población tenga un poder adquisitivo mayor a la par que derechos laborales irrenunciables.
El que los partidos autodenominados progresistas se hayan embarcado en la desquiciante tarea totalitaria de imponer una ‘buenarquía psicópata de color rosa’ por medio de la inquisición de la ideología de lo políticamente correcto, ha proporcionado el espacio propicio para la aparición del un partido así. Que entienda el progresismo como la maximización de las libertades civiles y de los derechos sociales, oponiéndose con firmeza a la nueva tendencia totalitaria de la reglamentación social por medio de leyes prohibicionistas puritanas, en la línea de la intransigencia religiosa más fanática. El combate de esta nueva servidumbre moral se complementa con la hostilidad hacia el extremismo reaccionario y nacionalista, que divide a los trabajadores entre ‘buenos’ y ‘malos’ españoles, de forma parecida a como hacen los que están en la trinchera opuesta.
Y esta es la cosa: España no es país de trincheras. O no debe serlo si aspira a vivir en paz y a dejar espacio a sus ciudadanos para vivir sana y libremente. Este es el fin predilecto de Despertar Social. Implementar los cambios que sean necesarios para crear un sistema político que permita que las personas tengan una vida satisfactoria y plena, y hagan lo que les apetezca a la vez que cumplen con sus deberes para con la comunidad. Y lo más importante, que el trabajo sea un complemento para la vida, no una nueva esclavitud que reduzca al ciudadano a un mero engranaje de la maquinaria para enriquecer a otros.