REFLEXIONES CONSTITUCIONALES A TORO PASADO
A todos se las ha llenado la boca hablando de la Constitución Española de 1978 en el día de ayer. Ya sea para ensalzarla o para hundirla. Como cualquier objeto elevado a la categoría de deidad, siempre susceptible de levantar pasiones que poco espacio dejan a la reflexión analítica, tan de capa caída en estos días. Esta es la razón por la que hablamos de ella un día después de su particular onomástica. Cuando estas pasiones hasta cierto punto se relajen y permitan emitir juicios cabales sobre el sistema político que nos ha proporcionado nuestra Carta Magna. Pues de eso se trata. La Constitución -cualquier documento constitucional- debe ser la representación de un organismo vivo como es el cuerpo de una sociedad. Tan sencillo y tan complicado a la vez.
Ya hablaron los revolucionarios franceses en la cresta de la ola jacobina de que cada generación debía tener derecho a escribir su propia constitución. No es una idea utópica del todo. Lo que sucede es que, en España, que es un país que no ha superado ni mucho menos la Guerra Civil ni la Dictadura Franquista, existe un miedo patológico a tocar cualquier cosa que altere los frágiles consensos a los que se llegaron durante la Transición. Para la Derecha no hay nada que modificar, ya que todo ello implica ‘remover’ el pasado para alterar el presente, oponiéndose de manera obtusa a cualquier cambio amparándose en el argumento de que todo eso no es más que revanchismo por parte de la izquierda. Y para la Izquierda, la tan predicada modificación de la Constitución pasa por volar todos los consensos para imponer una visión anclada en un pasado que se evoca con nostalgia. Para ambos espectros políticos, una Reforma o una Revisión de la Constitución tiene una connotación conflictiva y relacionada con lo ya vivido. Y no con el futuro.
Esto es lo que toca reflexionar hoy. Pues es claro que el clima de crispación política imposibilita de forma matemática cualquier tipo de acuerdo. Algo importante por cuanto nuestra constitución está hecha para no poder ser revisada jamás. Sus padres sabían perfectamente que ningún líder político en su sano juicio disolvería las Cortes convocando nuevas elecciones arriesgándose a perderlas en un proceso de cambio constitucional fallido. Y aquí está la clave: quizás haya llegado la hora de un líder político que no esté en su sano juicio. O que, al menos, no le importe jugarse el todo por el todo para conseguir un cambio de sistema político. Es decir, un líder que haya llegado a la política para cambiar la Constitución y no para retener el poder por el poder.
A nadie se le escapa que la Constitución de 1978 ha dado de sí todo lo que tenía que dar. Fue buena y útil para un período histórico determinado de la Historia española. Pero las nuevas realidades sociales obligan a su revisión completa y no sólo a su mera reforma. Hablando claro: hay que poner en marcha otro proceso constituyente para redactar una nueva Constitución que consagre un sistema político diferente del actual. Más plural, más libre, más diverso, más social y alejado de la tiranía de los partidos políticos. Con un programa ideológico que aúne la libertad individual y los derechos sociales. Fuera, por tanto, de los radicalismos de derecha e izquierda, que son los graves problemas que acabarán devorando cualquier alternativa democrática que se perfile en el horizonte. Y no se olvide, que consagre una sociedad que no esté sometida a los dictados de los poderes económicos. Los cuales, unidos a los poderes políticos y a los lobbies, se han erigido como una nueva aristocracia que se cree en posición de manejar a quienes consideran vulgo a su voluntad.
Sin género de duda hay que celebrar el día de la Constitución, pero para confeccionar una hoja de ruta que permita enfilar hacia su necesaria evolución. Pues una constitución que no refleja la sociedad cuyas bases tiene que representar es una constitución muerta. Aunque ni ella misma lo sepa aún.