ALEMANIA: EL PRINCIPAL ALIADO DE RUSIA EN EUROPA
La sinceridad le ha costado cara al Vicealmirante Kay-Achim Schönbach, Jefe de la Marina de Alemania.
Que uno de los oficiales más importantes del Bundeswehr, las Fuerzas Armadas de la República Federal de Alemania, se haya expresado en el sentido de otorgar legitimidad a las maniobras de presión rusas, y en pos de una actuación conjunta contra China, no viene más que reflejar una opinión muy extendida dentro de las élites políticas y económicas alemanas. Si bien con la boca pequeña, los sucesivos gobiernos germanos, ya fueren democristianos o socialdemócratas, han ido perfilando esta estrategia. Desde la calamitosa derrota en la Segunda Guerra Mundial, quedó claro para los alemanes a un lado y a otro del Telón de Acero que el aforismo bismarckiano de que el secreto del éxito en la política europea está en un buen acuerdo con Rusia, es una verdad absoluta. Por eso, de todos los países importantes del bloque occidental, Alemania es el que más ha cultivado su relación con Rusia.
Desde que decidieran romper con la energía nuclear, los alemanes se han visto envueltos en un círculo vicioso que pone en duda una vez más el mito de su tan cacareada eficiencia: fuera de juego las nucleares, se han tenido que concentrar en la explotación del carbón para generar energía y evitar su encarecimiento, lo que es muchísimo más contaminante. Pero no es suficiente, y, cual drogodependiente, Berlín se ha convertido en uno de los mejores clientes de Moscú a la hora de comprar su gas. Algo que por otro lado constituye una excelente fortuna para el Kremlin, sabedor de que su economía es débil, tiene un PIB similar al de España y se basa casi exclusivamente en la exportación de materias primas, especialmente hidrocarburos.
Esta es la razón detrás de la tibia reacción de Merkel ante el estallido de la crisis en Ucrania en 2014, o de la relación cada vez más estrecha entre el ex-canciller socialdemócrata Gerhard Schröder y los rusos, que además de ser amigo personal de Putin, en 2005 se convirtió en Presidente de Nord Stream AG, el consorcio responsable de la construcción de los gasoductos Nord Stream I y Nord Stream II. El segundo de los cuales está inconcluso a día de hoy y cuenta con la oposición de los Estados Unidos. Y no sólo eso: en 2017 accedió a la presidencia del Consejo de Administración de la petrolera propiedad del Gobierno ruso Rosneft. Casi nada.
Este acercamiento alemán a Rusia para alcanzar objetivos comunes, una siniestra reminiscencia del Pacto Germano-Soviético de 1938, no le ha salido gratis a los germanos. Desde el principio, Ucrania no ha jugado más que el rol de peón en una partida de ajedrez que le queda demasiado grande. El Gobierno alemán siempre ha estado dispuesto a sacrificar a los ucranianos a cambio de gas barato. Y ahora no es diferente. Por eso se ha negado categóricamente a suministrar armas a Kiev, y no digamos ya a enviar tropas. Claro que una postura débil ante el gigante ruso minaría considerablemente la hegemonía silenciosa que Berlín ha ido poco a poco construyéndose sobre los países de Europa Oriental, en cómplice aunque delicado equilibrio con su vecino al Este de Varsovia. En Moscú son conscientes de ello, y si han endurecido progresivamente su postura es porque saben que Alemania ejercerá de oportuno contrapeso respecto a los países europeos más beligerantes, y que ya se encargará -con la chequera en la mano- de meter en el redil a los rebeldes del Visegrado.
De lo que no cabe duda es de lo siguiente: Alemania tiene mucho que perder si no juega bien sus cartas en el conflicto ucraniano. Se ha situado en una posición difícil en la que tiene que elegir, y haga lo que haga, perderá.