CRÍMENES DE GUERRA RUSOS
A medida que la recuperación por parte de las fueras ucranianas descubre el terrible panorama de la ocupación rusa, la opinión internacional reacciona ante las masacres perpetradas en Bucha y Borodyanka. No obstante, el estupor del público se corresponde con el desconocimiento histórico sobre el modo ruso de hacer la guerra. Dejando aparte los casos de Chechenia y Georgia, que serán tratados próximamente, lo cierto es que, al menos desde la época soviética, la praxis de ocupación militar y civil rusa se ha caracterizado por el terror y la represión sobre la población civil en los territorios ocupados. En una cultura caracterizada por el enorme poder de la policía política y del exterminio de grupos enteros para facilitar la labor de la potencia ocupante.
Una muestra especialmente pavorosa de lo cual fue la denominada como Matanza de Katyn, asesinato masivo de más de 20.000 oficiales y civiles polacos en marzo de 1940 ordenada por Stalin y el resto de los líderes soviéticos. Como había sucedido durante la guerra civil décadas antes, la ocupación de zonas ‘enemigas’ por parte de las tropas rusas implicaba la eliminación de grupos sociales que el Estado entendía que debían desaparecer. Al fin y al cabo, la población civil y las élites intelectuales son la columna vertebral de la resistencia de una nación. Y su destrucción, un requisito indispensable para cualquier invasor. Lo mismo sucedió en los Estados Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), donde el NKVD, la policía política soviética, reprimió implacablemente a los disidentes y se lanzó a la catarata de deportaciones y asesinatos en masa con el objetivo de imponer el dominio soviético. La limpieza étnica tampoco se perdió de vista. Tanto es así que las tareas represivas fueron coordinadas por los rusos con los propios alemanes en sus respectivas zonas de ocupación en Polonia. Al final de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania ya derrotada, la Unión Soviética ocupó toda Europa del Este, aplicando una política de terror sobre la población civil en absolutamente todos los países invadidos. El Terror, como tal, se concibió como un instrumento inseparable del arte militar.
Sucedió entonces y sucede ahora. Al margen de las investigaciones que arrojen luz sobre los hechos, lo sucedido ahora en Ucrania no es más que otro capítulo de la larga serie de campañas de represión que los sucesivos gobiernos rusos han desatado allí donde han podido desarrollar ocupaciones más o menos prolongadas. Cierto es que, en la Guerra, los abusos son algo relativamente frecuente, cuya responsabilidad es achacable a todos los bandos en liza. Pero lo importante aquí es que lo que ahora se presenta como una desagradable novedad sólo es un desarrollo de la forma de imponer su voluntad por parte de un Estado Autoritario, que no ha variado sustancialmente a lo largo de las décadas. Fue así antes de la Guerra Fría y lo ha sido igual después. La Rusia actual es heredera del sistema represor soviético, y aplica los mismos métodos, si bien adaptados a los nuevos tiempos. En cualquier caso, la sociedad rusa (apoye o no a Putin) sigue viviendo a merced de una dictadura dominada por la policía política que se formó en las técnicas represivas más eficaces que ha visto la Historia. Técnicas que se han puesto en práctica en Ucrania y que permiten hacernos una idea muy clara del tipo de guerra que libra Rusia.
No se trata de un conflicto económico, ni siquiera diplomático, sino étnico e identitario, en el que los complejos detalles de una historia traumática se entrelazan para generar un peligroso cóctel de imprevisibles consecuencias. Sea como fuere, lo cierto es que las masacres de civiles seguirán siendo una constante en esta guerra hasta su mismo fin, y que el aparato político-militar ruso no va a vacilar en ponerlas en marcha si considera que son útiles para alcanzar sus objetivos bélicos en Ucrania.