‘ZASTOY’. ESTANCAMIENTO EN UCRANIA
A dos años de que la guerra llamara de nuevo a las puertas de Europa, la situación parece haberse estabilizado con carácter indefinido en el frente. El conflicto se ha caracterizado por varias fases muy bien diferenciadas. En la primera, iniciada con la invasión propiamente dicha en febrero de 2022, Rusia llevó claramente la iniciativa estratégica y militar, tomando importantes ciudades en territorio ucraniano y estando a punto de tomar la capital, Kiev. En la segunda, Ucrania invirtió las tornas en verano-otoño de 2022, ostentando ahora la iniciativa y recuperando grandes porciones de terreno conquistado por los rusos. A toda prisa, rusia decidió anexionarse las regiones Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, que se sumaron a la de Crimea en 2014. En 2023 Rusia lanzó una ofensiva para poner todo el Este de Ucrania bajo su control, lo que dio como resultado los gigantescos enfrentamientos en Bajmut y Vugledar que, a día de hoy, no ha cosechado todos los frutos previstos. Como tampoco lo hizo la ofensiva ucraniana de verano de 2023, que cerró el ciclo de ofensivas y contraofensivas dinámicas, inaugurando la actual tercera fase, de guerra de trincheras.
Tanto Rusia como Ucrania saben que, cuando la guerra de movimientos se convierte en guerra de posiciones, esto es, en una guerra de desgaste, el contendiente con más recursos es el que se alza con la victoria. La guerra de los invencibles contra los inagotables, en la que siempre ganan los inagotables. Por esta razón, el tiempo para Ucrania se acaba. Depende absolutamente de la ayuda occidental y, concretamente, de los Estados Unidos. La tradicionalmente beligerante política exterior de los Demócratas garantiza a Kiev este apoyo, una oportunidad que Washington tiene de reafirmarse como poder hegemónico contra una pujante China. Por el contrario, el característico aislacionismo Republicano puede dar al traste con los deseos ucranianos de seguir resistiendo al gigante ruso. Especialmente si Donald Trump consigue llegar de nuevo a la Casa Blanca.
Se trata este de un temor muy real, así como de una ventana de oportunidad que los rusos no dejarán pasar. De manera que no es descartable una nueva y mucho más fuerte injerencia en los comicios estadounidenses. Quizás afirmar que con una victoria republicana desaparecerá el apoyo logístico a Ucrania sea ir demasiado lejos, pero no lo es tanto prever que dicho apoyo se verá sustancialmente reducido. Al menos, en una envergadura tal que permita al Kremlin obligar a los de Kiev a sentarse en la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza y vender, en consecuencia, a su pueblo este conflicto como una guerra de liberación nacionalista. Es decir, una victoria.
Ante esta perspectiva, ¿es realista suponer que Occidente mantendrá su apoyo a Ucrania si esta pretende recuperar las fronteras de 2014? Dudoso. Posiblemente, el escenario más plausible para el fin del conflicto sea la partición de Ucrania en la que el país conserve su independencia y soberanía más cerca de Europa y de la OTAN, pero cediendo a Rusia las zonas anexionadas. Y esto último -lo de la cercanía a la OTAN- estaría por ver, dado que no es descartable la negociación entre las grandes potencias de un estatus de ‘neutralidad’ para Ucrania.
En cualquier caso, es indudable que 2024 supondrá un año importante en el que quedará claro hacia dónde se dirige la guerra, y cuál será su previsible desenlace. Desgraciadamente para Kiev, esto queda mucho más allá de lo está en sus manos, y depende en mayor medida de los resultados electorales y de las decisiones que se tomen en los países europeos y en los Estados Unidos de América.