VICTORIA DE LA DERECHA NACIONALISTA EN AUSTRIA
Pocos han sido los medios que están valorando adecuadamente la repercusión para Europa de lo que acaba de suceder en Austria. El desconocimiento y el miedo obliga al silencio, mas no por ello se silencia a los electores. El Partido de la Libertad (FPÖ), de carácter nacionalista y soberanista, se ha alzado con una victoria histórica en lo que constituye una auténtica revolución anti-establishment. Ha desbancado al conservador Partido Popular (ÖVP), actualmente en el poder y que se queda con 52 representantes en el Parlamento. Así como al Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ), que tiene que conformarse con 41 escaños.
El FPÖ ha obtenido, en contraste, 58 puestos parlamentarios, en unas elecciones legislativas que evidencian no sólo la polarización social, sino el agotamiento de los partidos del régimen que, abrazando una ideología única, han dejado de lado progresivamente las preocupaciones materiales de la población. Siguiendo la estela de lo sucedido en Alemania y en Europa en general, es indudable que una parte muy importante de los ciudadanos en las democracias europeas están hartos del estado de cosas existente.
Quienes han votado a la formación nacionalista no lo hacen por racismo o por ser próximos a Putin, sino porque mientras unos hablan de evanescencias ideológicas soterradamente autoritarias de la mano de la Agenda 2030, otros se han concentrado en las cada vez más precarias condiciones de vida de la clase media y de los trabajadores. La obstinación pertinaz de los partidos tradicionales en mirar para otro lado con el grave problema de la inmigración ilegal es un regalo en bandeja de oro para los partidos soberanistas. Y, lejos de querer corregir este error, se empecinan en persistir en él, poniendo encima de la mesa quiméricos ‘cordones sanitarios’. Habría que preguntar a los votantes austríacos contra quién habría que establecer estos cordones, si contra el FPÖ o contra la corrupta e improductiva élite política tradicional.
Conservadores y socialdemócratas deslizan la posibilidad de una ‘gran coalición’ a la alemana, mientras que sectores no menores de los primeros sí están por la labor de entenderse con los nacionalistas. Por su parte, el líder soberanista Herbert Kickl ha afirmado que está listo para gobernar. Evolucione la situación en un sentido u otro, el apoyo social a su formación no puede desdeñarse, y tratar de hacer como si no existieran tan sólo exacerbará las grietas en la sociedad austríaca. Pues implica prácticamente negar la democracia para los votantes del FPÖ. Con lo cual no podrá pedírseles que participen lealmente según las reglas del sistema, si incluso ganando el sistema nos les permite traducir esa representación en poder.