Martes, 3 de diciembre, 2024
La Iniciativa

«Vivir como si Dios no existiese, si en realidad existiese, tendría, consecuencias catastróficas, a diferencia de vivir como si Dios existiese si en realidad no existiese»

Javier Gálvez Guasp
Abogado y escritor

Blaise Pascal (1623-1662) no fue solo uno de los grandes clásicos franceses. Además, fue científico y teólogo.

A pesar de ser principalmente conocido por los Pensamientos (“Pensées”) que no constituyen sino una serie de notas dispersas, destinadas a servir de base para una obra posterior donde se realizaría una apología sistemática de la religión cristiana —que sin embargo vendría a truncar la temprana muerte de Pascal— son las llamadas Cartas Provinciales (1656-1657) las que han sido consideradas como la primera obra maestra de la época clásica.

Como estas últimas no se dirigen sino a la razón, rebasan las circunstancias históricas que las vieron nacer —en este caso la polémica contra la moral jesuítica— y las invisten de un interés absoluto y universal.

Según Gustave Lanson (1857- 1934) en su ya clásica Historia de la literatura francesa, dicho interés universal hace que cualquiera que busque una regla de vida, sea o no cristiano, se vea obligado a leer las Provinciales.

Como científico, con todo su valor, no constituye la principal aportación de Pascal el Tratado de las secciones cónicas, que escribió a los 16 años y que asombraría a René Descartes,ni el hecho de construir, a los 18 años, la primera máquina calculadora, sino la creación de método experimental, que vino a corregir lo excesivamente dogmático del anterior método cartesiano.

A diferencia de Descartes, para quien la ciencia matemática era la clave del Universo, de manera que este podría deducirse matemáticamente, para Pascal la realidad desborda por todas partes nuestra débil razón, de manera que debemos interrogar constantemente a la naturaleza. De este modo, solo la experiencia, mucho antes que la razón, puede darnos cuenta de los fenómenos naturales.

Como teólogo, Pascal se hizo justamente célebre por su famosa afirmación según la cual el corazón tiene razones que la razón ignora, de manera que las emociones serían las verdaderas razones del corazón.

También dentro del ámbito de la teología es famoso por la llamada apuesta de Pascal, formulada sobre la posibilidad de la existencia de Dios.

La apuesta se basa en el pensamiento de que dicha existencia, dejando al margen las Escrituras o la Revelación, sea una cuestión de azar. Según la misma, aunque no se conoce de forma segura si Dios existe, lo racional es apostar que sí existe. Así, aun cuando la probabilidad de la existencia de Dios fuera extremadamente pequeña, tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría, o sea, la gloria eterna.

En cambio, vivir como si Dios no existiese, si en realidad existiese, tendría, según Pascal, consecuencias catastróficas, a diferencia de vivir como si Dios existiese si en realidad no existiese.

«Vivir como si el cambio climático no existiese, si en realidad existiese, tendría, consecuencias catastróficas, a diferencia de vivir como si el cambio climático existiese si en realidad no existiese»

Al margen de si dicho razonamiento fue concebido por Pascal o procede de las Meditaciones de Marco Aurelio lo cierto es que las inclinaciones científicas de Pascal, su innato interés por la naturaleza y su devoción por el método experimental posibilitan la aplicación de la apuesta pascalina al debate actualmente existente acerca del cambio climático, así como de la necesidad de actuar contra el mismo.

Dejemos de lado por un momento el abrumador consenso científico acerca de la evidencia del cambio climático, sus consecuencias potencialmente devastadoras, y del hecho de que, si bien dichos cambios pueden ser naturales, desde el siglo XIX las actividades humanas han sido su motor principal, debido a la quema de combustibles fósiles, fundamentalmente petróleo, gas y carbón.

Adoptando el esquema probabilístico pascaliano, que no resulta del todo ajeno al método experimental, cabrían dos opciones: A) que la abrumadora mayoría de los científicos estén en lo cierto al advertirnos de las catastróficas consecuencias del cambio climático, producido por los hombres y B) que, por alguna razón, alguien nos engañe y, o bien no existan dichas potenciales consecuencias devastadoras, o bien las mismas obedezcan a causas naturales.

A su vez, cabrían dos posibles líneas de acción: A) actuar como si el cambio climático existiese y pudiese ser total o parcialmente combatido, B) actuar como si el cambio climático no existiese o no pudiera ser combatido por el hombre.

Pues bien, aplicando las conclusiones de la apuesta de Pascal, aun cuando la probabilidad de la causación humana del cambio climático fuera extremadamente pequeña —que sin duda no lo es— tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría, o sea, la continuidad de la especie humana sobre la Tierra.

En cambio, en el caso de que alguien nos engañara, por ignorancia o por alguna otra razón, y aun así actuáramos contundentemente contra el cambio climático, es cierto que serían perjudicados ciertos intereses económicos o que nuestra vida cotidiana sufriría mayores incomodidades, por supuesto absolutamente innecesarias.

Sin embargo, nadie podría (al menos racionalmente) negar que dichos perjuicios, en caso de que no existiera cambio climático, serían siempre infinitamente menores que los ocasionados por actuar “como si el cambio climático no existiese” cuando en realidad sí existiera.

Pero, como también sostiene Pascal, el corazón tiene razones que la razón no entiende y las emociones son las razones del corazón.

Sin embargo, no me atrevo a imaginar lo que una mente tan lúcida como la de Pascal hubiera pensado al constatar la interferencia de emociones y sentimientos en una cuestión que debería permanecer dentro del dominio estrictamente científico. Y de la que, además, depende algo tan importante como el destino de las futuras generaciones.


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