Martes, 3 de diciembre, 2024
La Iniciativa

Pablo Gea, autor de ‘El Estado del Führer. Derecho Penal Nacionalsocialista Alemán’, analiza en Canalcosta Televisión las relaciones entre el Comunismo y el Nazismo.

La Iniciativa

El pasado 14 de noviembre salió por fin a las librerías la nueva obra de Pablo Gea, abogado y director de La Iniciativa. ‘El Estado del Führer’ supone un estudio no sólo de los entresijos legales del Tercer Reich, sino también de la naturaleza misma del Nacionalsocialismo como ideología política. La obra, publicada por la editorial Última Línea, puede adquirirse directamente a través de su web, – ultimalinea.es -.

En la reciente entrevista que el autor ha concedido al programa La Tarde, en Canalcosta Televisión, ahonda precisamente en este desconocido aspecto de la Historia:   – video resumen La Tarde con Pablo Gea -.

La Iniciativa. Pablo Gea.

Y es que, más allá de las secuelas de horrores del régimen dirigido por Adolf Hitler, el nacionalsocialismo se convirtió en un credo político capaz de convencer a millones de alemanes, lo que se tradujo en unos resultados electorales que les permitieron maniobrar hasta hacerse con el Poder. Tal y como explica Pablo Gea, el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) poseía un programa político que era verdaderamente socialista y revolucionario. Su antisemitismo derivaba de su anticapitalismo, como el mismo Hitler explica en su libro Mein Kampf y como el propio Josep Goebbels, el todopoderoso ministro de Propaganda del Tercer Reich, se esforzó en propagar. Pues muchos de los votantes nazis provinieron de las bases sociales del comunismo. De hecho, los nacionalsocialistas se afanaron en captar voto perteneciente al KPD (Partido Comunista de Alemania), algunos de cuyos militantes se pasaron al partido de Hitler, incluyendo miembros de las SA y de las SS.

Fue el programa social -especialmente en el mundo agrario- el que impulsó a los nazis al poder, no el antisemitismo. Tanto es así que este rasgo ideológico se convirtió en un escollo más que un aliado. Pues las necesidades económicas, la falta de alternativas que el desgastado sistema democrático de la República de Weimar ofrecía y el no tener nada que perder se transformaron en los mejores trampolines con los que Hitler podía soñar para convertir a su marginal formación política en un movimiento social vigoroso capaz de regir los destinos de Alemania. Aunque fuera hacia la catástrofe.

Como destaca Pablo Gea, otros de los aspectos menos conocidos es la alianza entre comunistas y nazis en virtud del Pacto Germano-Soviético, más conocido como Mólotov – von Ribbentrop. Que fue una auténtica alianza, aunque parte de la historiografía se haya limitado a tratarlo como un mero pacto de no agresión. En virtud del mismo, Hitler y Stalin pactaron no sólo la invasión y posterior partición de Polonia, sino el reparto de Europa del Este, incluyendo la anexión soviética de los estados bálticos. Durante el tiempo en que duró esta alianza, Stalin ordenó a los partidos comunistas de Europa colaborar con los alemanes en sus tareas de invasión, saboteando las labores de resistencia autóctona. Como en el caso de Francia, donde el PCF (Partido Comunista Francés) había sido ilegalizado por el gobierno de la República y sus líderes encarcelados. Cuando los alemanes llegaron a París, liberaron a los comunistas y les permitieron desarrollar su actividad política, incluyendo la publicación de su periódico L´Humanité.

De esta manera, los comunistas no comenzaron a luchar contra los nazis hasta que se rompió la alianza entre el Tercer Reich y la Unión Soviética. E incluso la propaganda del momento sigue permeando la explicación de estos eventos, pues la decisión de Hitler de atacar a Stalin no estuvo motivada por cuestiones ideológicas (aunque tanto unos como otros así lo vendieran), sino por consideraciones económicas y geoestratégicas. Para la primavera de 1941, las relaciones entre las dos potencias totalitarias eran tensa. Alemanes y soviéticos querían la hegemonía en Europa del Este y ser, por tanto, el socio dominante en la relación. Hasta ese momento, eran los soviéticos los que llevaban la voz cantante, dado que el suministro de materias primas a Berlín les permitía chantajear a Hitler para obtener de él concesiones u orientar sus políticas. Algo a lo que este no estaba dispuesto.

La solución a este punto muerto, desde el punto de vista alemán, era tomar estas materias primas por la fuerza. De esta manera, una guerra económica se convirtió también en una guerra racial, ya que los nacionalsocialistas aprovecharon la oportunidad para poner en marcha sus planes de limpieza étnica y genocidio contra eslavos, judíos y otras minorías, como los gitanos. El fracaso de la ofensiva contra Moscú supuso el punto de inflexión, porque a partir de este momento la destrucción de los judíos, que había sido prevista como una deportación en masa a los páramos soviéticos, se transformó en una política de exterminio en el sentido literal, el Holocausto, tal y como lo conocemos.


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