«El Estado del Führer» llega a las librerías el 14 de noviembre
Pablo Gea publica una obra donde disecciona en qué consiste la doctrina nacionalsocialista y su derecho penal. Estableces las coincidencias, pero también las claras diferenciaciones con el fascismo. Y se adentra en algo muy desconocido por la gente —no digamos ya por la ‘intelectualidad’ de gran parte de los políticos—, y son las no coincidencias entre el fascismo, el nacionalsocialismo y el comunismo.
La obra está prologada por el profesor Fernando Navarro García, gran experto en el estudio de los movimientos autoritarios, y presidente de Innováetica. Y es que esta obra no está exenta de cuestiones sobre la responsabilidad y la ética.
La Iniciativa saca en primicia un extracto de su segundo capítulo, dedicado especialmente a cuestiones sobre las ideologías.
II
NACIONALSOCIALISMO Y ESTADO POLICIAL
1. Socialismo y Raza: la ideología nacionalsocialista
El Nacionalsocialismo alemán es una ideología política y existencial que ha sido tradicionalmente asimilada al Fascismo italiano. Más allá del ornamento y de la parafernalia propagandística y simbólica con que ambos movimientos políticos se embadurnaron, lo cierto es que no sólo resultaron en determinados aspectos extremadamente diferentes, sino que, en algunos extremos, llegaron a ser diametralmente opuestos. Sus particulares orígenes arrojan luz sobre ello, y es preciso indagar correctamente en los mismos para poder entender, en lo que al presente estudio interesa, la verdadera naturaleza de la ideología nacionalsocialista. Cuestión esencial para poder desarrollar un análisis correcto de su producción jurídica, y más concretamente, de su producción penal. Inicialmente se analizará el fenómeno del Fascismo, para pasar a continuación al Nacionalsocialismo, resaltando de esta manera al unísono las semejanzas y las diferencias entre ambas ideologías.
El Fascismo, como movimiento político stricto sensu nació en Italia después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Concretamente el 23 de marzo de 1919 en Milán, con la creación del Fascio di Combatimento, un movimiento —no partido, aún— de carácter socialista revolucionario, a la par que fuertemente nacionalista. Su programa recogía aspectos tanto de la izquierda como de la derecha: de la primera tomó los impuestos al capital, la seguridad social o la jornada laboral de ocho horas; de la derecha asumió el nacionalismo, así como el ardor patriótico y la hostilidad al socialismo internacionalista. Se trató, en sus inicios, de un movimiento inconsistente, fundamentalmente urbano, que adoleció de una gran descentralización en la práctica y que el propio Mussolini tuvo gran dificultad en controlar totalmente. Al igual que la izquierda revolucionaria primero y los nacionalsocialistas después, empleó la violencia contra los adversarios políticos, ejecutada en sus inicios por los arditi, organización de excombatientes con ciertas semejanzas con los freikorps alemanes durante los primeros tiempos de la República de Weimar.
El Fascismo, contrariamente al parecer popular, nació realmente como una ‘nacionalización’ de algunos sectores de la izquierda revolucionaria, fundamentalmente de matriz marxista, cuyo catalizador fue el sindicalismo revolucionario que abrazó el nacionalismo radical […]. Benito Mussolini (1883-1945) fue un marxista militante durante toda su actividad política previa a la aparición del Fascismo. La visión del mundo marxista impregnó su pensamiento y su praxis. Junto con ello, Mussolini recibió también la aportación vitalista, irracionalista, voluntarista, y nihilista de Nietzsche, lo que, a la par que otros disidentes del marxismo ortodoxo, le apartó del mecanismo de la lucha de clases científica, para adentrarse dentro del mundo de las emociones voluntaristas y de rechazo del racionalismo y del positivismo, muy en la línea del espíritu romántico de las vanguardias literarias.
Otro elemento del que se nutrió el Fascismo, además del socialismo revolucionario y del nacionalismo radical, fue el Futurismo, a cuya cabeza se situaba Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), un movimiento artístico precisamente de vanguardia, defensor del dinamismo vital, del ‘movimiento’, de la tecnología, de la ‘velocidad’, así como de los grandes procesos de transformación revolucionaria a los que no eran ajenos la exaltación nihilista de la violencia […].
Con todo, el Fascismo […] se enfrentaba directamente contra los presupuestos liberales y del Estado de Derecho racionalizado, a favor del ‘Estado omni-comprensivo, es decir, el Estado al que ninguna esfera de la actividad humana le es ajena’ en el que, al igual que en el caso del Comunismo, ‘en el campo de la economía, todo es derecho público y no privado’. Mussolini lo dejó claro en un discurso pronunciado ante el Consejo nacional del Partido Nacional Fascista que fue ocultado al público: «Al final del año XVI he descubierto un enemigo, un enemigo de nuestro régimen. Este enemigo se llama burguesía», llegando a afirmar que «[s]i cuando era socialista hubiera tenido de la burguesía italiana un conocimiento no puramente teórico como el dictado por la lectura de Carlos Marx, sino una verdadera noción física como tengo ahora, habría hecho una revolución tan despiadada, que la del camarada Lenin habría sido en comparación un juego inocente» […]. El Fascismo, en definitiva, se trató de un movimiento revolucionario que tuvo una particularidad muy especial, sobre todo a la hora de ponerlo en relación con el Comunismo y con el Nacionalsocialismo. Procuró ser una síntesis sincrética de otras ideologías diferentes, recogiendo aspectos del Liberalismo, del Conservadurismo, del Socialismo, del Nacionalismo y de las Vanguardias. Siendo su objetivo un Estado Totalitario, en el que el individuo sólo fuese aceptado en la medida en que sus intereses fueran coincidentes con los del Estado, exigiendo una suerte de ‘compromiso total’ verbalizado de manera célebre por Mussolini cuando explicó que «todo sería para el Estado, nada quedaría fuera del Estado y nadie estaría contra el Estado», lo cierto es que el término hizo referencia más bien al ‘Estado tutor’, en la línea del ‘Estado Ético’ conceptualizado por el pensador fascista Giovanni Gentile (1875-1944) de inspiración roussoniana, en contraposición a la disolución del individuo en la colectividad como rasgo esencial de lo que actualmente se percibe por Estado Totalitario, junto con el control total y absoluto de toda la sociedad […].
El Nacionalsocialismo, antes de su formulación definitiva tal y como hoy se la conoce, tuvo diversos precedentes ideológicos más o menos remotos antes de la Primera Guerra Mundial. El origen ideológico del Nacionalsocialismo pre-Hitler se halla geográficamente en Austria y Bohemia (una de las regiones históricas que integran hoy la República Checa), dentro del Imperio Austro-húngaro, íntimamente ligado al agitador pangermanista Georg Ritter von Schönerer (1842-1921). Sin embargo, el primer Nacionalsocialismo se configuró como tal en el Partido Nacionalsocialista Checo, fundado un 1898, y en el Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP), creado en 1903, de ideología democrática radical, nacionalista, aunque no imperialista ni racista, proponía recetas de socialización económica y de importante renovación institucional, dentro de un programa socialista común diferente del marxista. En 1913 se radicalizó hacia una ideología antisemita y pangermanista, convirtiéndose a finales de la Primera Guerra Mundial en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), con unos planteamientos socialistas interclasistas.
Pero fue con el final de la Primera Guerra Mundial y la derrota del Segundo Reich Alemán en la misma con que comenzó la historia del Nacionalsocialismo propiamente como amplio proyecto revolucionario de masas movilizador. Contrariamente a lo que el mismo Adolf Hitler (1889-1945) sostiene en su Mein Kampf, era un individuo escasamente politizado al finalizar la contienda y no había destacado, durante su experiencia bélica, por defender exacerbadamente ningún ideal político coherente ni por dar muestras de ser capaz de encabezar posteriormente movimiento político alguno. Tanto es así que, de la misma manera que existe un mito ampliamente extendido sobre lo anterior, no es menos cierto que también existe otro que insiste en la visión de que el conflicto radicalizó ideológicamente a la población alemana y que, con la caída del sistema imperial semi-autoritario del Reich fundado por Otto von Bismarck (1815-1898) y el advenimiento de la República de Weimar, los alemanes se enfrentaron a un nuevo sistema de libertades para el que carecían de la adecuada cultura democrática, siendo los resultados de los comicios producto de la radicalización bélica, por una parte, y de la súbita y acelerada politización por otra. La realidad es que, atendiendo a los datos electorales antes y después de la contienda en las zonas de Baviera, donde germinó el Nacionalsocialismo, se comprueba que las preferencias electorales fueron prácticamente las mismas […].
Con estos mimbres se desarrolló la ideología Nacionalsocialista, expuesta por Hitler en su libro. Al igual que el Fascismo, tampoco se llegó a contar con un cuerpo teórico elaborado y determinado, como sí llegó a tenerlo el Marxismo, sino que más allá de unos elementos básicos, el devenir de la acción fue completando las lagunas de una base teórica que, eso sí, jamás se movió de sus elementos básicos. Esta ideología estaba presidida por un fuerte darwinismo social, que implicaba una lucha revolucionaria eterna, en la que, quienes quieran vivir «que luchen, y quienes no quieran luchar en la batalla eterna que es este mundo, no merecen vivir». Ello se trasladó a la idea del Lebensraum, el ‘espacio vital’, concepto desarrollado por Karl Hausoshofer (1869-1946), mentor de Rudolf Hess (1894-1987), que en aquella época ejerció una influencia extraordinaria en Hitler […].
El Nacionalsocialismo pretendía, así, llevar a cabo su propia política de colonización racial hacia el Este. Pero ello no estaba desconectado de su proyecto de una sociedad colectivista, anti-individualista, con un modelo de Economía Planificada mixta, muy similar a la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin en 1921 […]. Se trataba de una ideología socialista revolucionaria y nacionalista, si bien el núcleo esencial de ello era la raza en un sentido biológico, puesto que sólo el que pertenecía a la ‘raza’ aria podía ser miembro de la Volksgemeinschafto ‘Comunidad Popular’ radicada en ‘la sangre y el suelo’ y en una visión idílica de naturaleza rural y ajena a la distinción de clases […].