LA DERROTA CULTURAL DE LA IZQUIERDA WOKE
Parece que la antigua Confederación se ha vengado. Cualquier analista miope diría que Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca por todo lo alto gracias a un hatajo de rednecks incultos y primitivos. Gente que masca espigas de maíz y que lanza expresiones soeces a las mujeres a su paso mientras engullen litros de cerveza de manera compulsiva. Y efectivamente este espejismo ha anulado el juicio de propios y extraños. La realidad ha sido apabullante. Trump no es sólo que haya vapuleado a Kamala Harris en número de compromisarios, sino que también lo ha hecho a nivel de voto popular. Incluso ha arrasado en los ‘estados indecisos’. Una victoria aplastante que se contrapone a una derrota también aplastante. Pues hasta los caladeros de votos en los que tradicionalmente había pescado el Partido Demócrata le han dado la espalda.
Incluso asumiendo que el deterioro cognitivo de Biden y su sucesión apresurada por Kamala Harris tuviera algo que ver, esto no explica por sí sólo lo sucedido. La realidad, como en muchas ocasiones, es menos prosaica. Si uno deja atrás sus apriorismos personales, dicha realidad aparecerá dibujada nítidamente. La mayoría de la población estadounidense ha rechazado las imposiciones autoritarias de la izquierda woke. Una ideología cocinada en las facultades y enarbolada por pijos que juegan a ser dios en las universidades más ricas del país. Una ideología, por ello, totalmente ajena a esa mayoría en cuyo nombre dicen hablar. Mujeres, afroamericanos e hispanos han votado al Partido Republicano. Como si tuvieran un deber sagrado de votar a los Demócratas y, en especial a su candidata. Una candidata cuya ausencia de mensaje claro ha sido elocuente, y que sólo ha dado dos razones reconocibles para obtener el voto de la ciudadanía: ser mujer y ser negra.
Lo anterior es una dura muestra del autoritarismo ideológico del wokismo, que ha hecho igualmente del alarmismo climático una seña de identidad, identificando a las personas en función de su sexo, de su raza y de su credo, sustituyendo el concepto de soberanía popular y de ciudadanía por el privilegio identitario de las minorías. Millones de americanos están hasta las narices de esto, como otros millones de europeos también lo estamos. Por el contrario, el mensaje de Donald Trump, centrado en una amplia rebaja fiscal beneficiosa para las clases medias y en la protección de la industria autóctona y, con ello, de los puestos de trabajo, se ha convertido en una razón más atrayente que las mistifaciones ideológicas de turno. A ello hay que sumar los graves problemas de orden público generados por la inmigración ilegal y descontrolada, que ha lanzado a las clases bajas en brazos de los republicanos al verse constantemente culpabilizados por los demócratas woke a causa de tener estas preocupaciones.
La inquisición ideológica -que convierte a alguien en machista sólo por ser hombre, a alguien en racista sólo por manifestar su descontento con las consecuencias más oscuras de la inmigración ilegal, o a alguien en destructor del planeta sólo por no estar de acuerdo con una regulación medioambiental que cierra fábricas y no permite la explotación de yacimiento de gas y de petróleo- ha sido en estas elecciones un enemigo que ha aglutinado voluntades muy dispares en torno a Trump y los suyos.
La desconfianza hacia las instituciones ha llevado a millones a pasar por alto las condenas judiciales del candidato republicano, y a asumir el relato de que es víctima de una persecución judicial -lo que está por ver-, aunque resulte innegable sí lo ha sido de una persecución mediática, en la que las élites políticas y mediáticas han asumido el mismo discurso woke que rechaza la población común. El resultado ha sido elevar todavía más la popularidad de Donald Trump, y provocar que vaya a gozar de unos poderes casi absolutos al controlar los republicanos tanto en Congreso como el Senado.
Ciertamente, ha sido una derrota total de la izquierda woke a la par que una victoria total del nacional-populismo. Que afectará al mundo como ninguna otra.