Martes, 3 de diciembre, 2024

«La mayor parte de los logros de México reposan en una sabia acomodación entre su alma indígena y su herencia europea»

Javier Gálvez Guasp

Admiro profundamente la cultura mexicana, expresión de un pueblo cuyos logros artísticos, literarios e intelectuales han marcado el asombroso siglo transcurrido desde que Francisco I Madero llamara por primera vez a tomar las armas contra el gobierno de Porfirio Díaz en el mes de noviembre de 1910.

He disfrutado con los murales de Diego Rivera, Orozco y Siqueiros no menos que con las películas de Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y, últimamente, Christopher Zalla.

Considero a Juan Rulfo una de las figuras cumbre de la literatura del siglo XX. He desentrañado las distintas capas superpuestas que conforman la conciencia colectiva de México leyendo La muerte de Artemio Cruz y La región más transparente, de Carlos Fuentes.

Realicé mi trabajo de fin de carrera sobre Mariano Azuela y la novela de la Revolución mexicana, revolución que considero como una de las grandes epopeyas contemporáneas.

Entre mis pensadores favoritos se encuentran Alfonso Reyes, uno de los últimos sabios universales, y José Vasconcelos, autor de La raza cósmica, obra que considero de permanente actualidad para quienes postulamos una sociedad abierta, multicultural, cosmopolita y mestiza.

También podría aquí citar a Alfonso Caso, Jacinto Pallares, Leopoldo Zea y Samuel Ramos, los dos últimos de los cuales dieron forma a la identidad mexicana, respectivamente, en el perfil del hombre y la cultura en México y en Conciencia y posibilidad del mexicano.

Y de Leopoldo Zea y Samuel Ramos al Laberinto de la soledad,de Octavio Paz, a la Malinche como símbolo subterráneo, femenino y postrado, frente al extranjero, el conquistador al tiempo que abusador. A Cuauhtémoc torturado y ahorcado, único héroe a la altura del arte, según el poeta López Velarde.

En México, una persona es malinchista cuando denuesta lo mexicano y exalta lo extranjero, pero sin renunciar a su mexicanidad. Toda la literatura mexicana está plagada de personajes malinchistas. Sin embargo, la mayor parte de los logros de México reposan en una sabia acomodación entre su alma indígena y su herencia europea.

Toda conquista lleva consigo violencias y atrocidades. Nada más lejos que negar dichas violencias y atrocidades en el caso de la conquista de la América hispánica, similares, en cualquier caso, a las que presidieron la expansión colonial europea, en Asia y en África. O al exterminio de los indios de Norteamérica.

Sin embargo, creo que es un error exigir, como se ha realizado recientemente por parte del expresidente de México, Andrés Manuel López Obrador, una petición formal de perdón por la conquista de México al estado español.

En primer lugar, porque pedir perdón supone asumir una culpa y la culpa es siempre algo personal e individual. Ningún individuo, ni menos aún varios millones de individuos, pueden tener la culpa de algo sucedido hace quinientos años. Tampoco un rey o un presidente, por más que queramos atribuirles funciones “simbólicas”.

En segundo lugar, no podemos olvidar que, pese a que puedan llevar existiendo siglos, los estados y las naciones no dejan de ser ficciones jurídicas, comunidades imaginarias, algo que, por definición, no puede convertirse en soporte de ningún tipo de culpa a través de los años o de los siglos, salvo que incurramos en un censurable antropomorfismo.

«Debería pedir perdón Joe Biden por la anexión de una tercera parte de la superficie de México en 1848?»

¿Debería pedir perdón Giorgia Meloni por la conquista romana de Hispania? ¿Sir Keir Starmer por la conquista de las trece colonias que darían lugar a los Estados Unidos de América? ¿Joe Biden por la anexión de una tercera parte de la superficie de México en 1848? ¿Los mexicanos de ascendencia española -entre ellos el propio López Obrador- por la conquista de los demás mexicanos? Y así sucesivamente.

Lo cual no quiere decir olvidar las injusticias pasadas o actualmente existentes, las opresiones, los genocidios culturales. Ni tampoco dejar de extraer las lecciones que correspondan, pero sin perder de vista que el relato nacionalista se encuentra siempre sediento de victimismo y de drama, de lo que separa por encima de lo que une, de culpas y de improbables perdones.

Y como sería demasiado maniqueo negar que, a pesar de todo, el legado de España a México no se resume exclusivamente en violencia, saqueo y opresión, que también hubo ciudades y catedrales, hospitales y universidades, Fray Bartolomé de las Casas y López de Gómara, la lengua castellana en la que se expresaron Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Azuela, Rosario Castellanos, Nelly Campobello o Elena Poniatowska, o más recientemente, los intelectuales y científicos exilados tras la Guerra Civil española, docentes, artistas, literatos, filósofos, economistas, ingenieros, médicos y juristas, lo mejor de la intelectualidad hispánica, en definitiva, que también aportaron a México, a la UNAM, al Instituto Politécnico Nacional, al Colegio de México, su experiencia y conocimiento, me atrevería a lanzar una extraña propuesta: que España pidiera a México perdón por todo lo malo y que, en el mismo acto institucional, o bien en la misma ceremonia, México agradeciera a España por todo lo bueno.

En estos tiempos de nacionalismo beligerante, de identitarismo estrecho de miras, de xenofobia rampante, dicha ceremonia sería una forma de subrayar lo que nos une por encima de lo que nos separa, lo que nos hermana por encima de los eternos sembradores de la discordia, la ecuanimidad sobre la interesada manipulación de la historia.


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