El neomarxismo gobernante, explicación de un cincuentenario (II)

«El comunismo y el nazismo son frutos granados de la Modernidad»
Gabriel Alonso-Carro y García-Crespo
Retomo la tesis central de mi artículo «La inspiración neomarxista del actual gobierno español». Como dijera Octavio Paz, el comunismo y el nazismo son frutos granados de la Modernidad y esta tiene su especial ideal: el progreso gracias a la razón ilustrada, la confianza en ella para culminar una historia lineal que finalice en el horizonte de la “libertad, igualdad y fraternidad” (“o la muerte”, se olvida con frecuencia) de la Revolución francesa.
Denomino aquí al marxismo “socialismo científico” (o “comunismo crítico” según Engels, según la terminología del s. XIX) y comunismo a secas o socialismo real al marxismo-leninismo en un caso y al comunismo soviético y sus variantes en el otro (incluyendo quizá al maoísmo). En cualquiera de los casos, este espectro de ideologías son, como se ha dicho, “la Ilustración sin su tolerancia” (B. H. Leví). Aspiran a una sociedad sin clases, igualitarista (que no igualitaria) y regida por la dictadura del proletariado.
La democracia liberal, o burguesa, no serviría más que como una plataforma para alcanzar el fin enunciado. Para Lenin, no hay posibilidad de pacto social ni posible vía parlamentaria, sino Partido único y revolución proletaria. Asimismo para Marx la única manera de alcanzar la utopía socialista es la revolución que alcance la dictadura del proletariado, que controle los medios de producción y elimine la propiedad privada.
Lo que aquí nos interesa más es que el socialismo marxista o comunismo crítico (Engels) continúan el esquema judeocristiano sólo que de una manera inmanente. En vez de paraíso celestial habrá uno terreno: el socialista. El problema fundamental es que, continuando con Octavio Paz, este sueño ideológico se ha topado con un muro: la realidad de los hechos, el progreso humano condujo a que el s.XX fuese el más sangriento de la historia. La confianza ilimitada en el progreso y la razón queda destruida por sus resultados. De ahí el desencanto de la Postmodernidad que huye de los grandes relatos (cosmovisiones) y se ancla en la desconfianza ante los ideales ilustrados de la Modernidad.

«Las fuerzas de izquierda se autodenominan ‘progresistas’ porque llamarse comunistas o marxistas ya no vende»
Pues bien, cabe preguntarse en qué sentido las fuerzas de la izquierda siguen confiando ciegamente en este esquema, autodenominándose “progresistas”, ya que llamarse comunistas o marxistas ya no vende ni queda bien. Sin embargo, siguen defendiendo sus políticas como si su supuesto progresismo las justificara sin más, como si el progreso fuera un bien sin más, como si todo supuesto “avance” fuera benéfico por el mero hecho de ir hacia adelante en la linealidad de lo histórico. Obviamente, subyace a esta idea una confianza ciega, una fe ilimitada, ajena a la realidad de los hechos: en definitiva, una ideología, a la que no le importa la realidad.
Hace unas semanas un destacado líder socialista español declaraba que el pensamiento de la derecha era “atávico” sin más precisiones, globalmente: estableciendo una clara dicotomía con el supuesto “progresismo”, sin más, de la izquierda. Cabría preguntarle por qué el futuro progresista es por sistema lo mejor y por qué y en qué es atávico siempre el planteamiento de la derecha: pero son preguntas a las que no puede responder razonablemente este político ideologizado, ajeno a la realidad y sin más reflexión ni matiz que el eslogan o la consigna acrítica.
El difunto S. Hawkings y otros científicos auguraban en un manifiesto conjunto la necesidad en no muchas décadas de poder habitar otros planetas ya que el nuestro sería invivible, o más recientemente otro grupo de sabios y tecnólogos solicitaban una moratoria para la IA para que no se fuese de las manos del dominio humano, pero la fe ciega de la herencia ilustrada y el ingenuo optimismo antropológico rousseauniano siguen presentes en la política actual. Todo avance es intrínsecamente bueno por sí mismo, sin más reflexión. Sabemos que no es así: ¿lo es la clonación humana o el control policial mediante cámaras e imágenes faciales de toda la población como sucede en China? ¿Es acaso un progreso?
No han bastado el cruel pasado reciente, ni algunas sombras y nubarrones del futuro, para seguir utilizando un paupérrimo esquema de contraposición entre supuestos “progresistas” y supuestos “atávicos” (que se oponen por sistema al progreso humano en esta caricatura simplista). A la altura del s.XXI esta boutade sin gracia de creerse progresista y en posesión de la verdad, sin más, es un insulto a la inteligencia. Pero continúa siendo desgraciadamente un cliché y latiguillo para denostar al contrario, al enemigo, que no adversario político.
En España se plantea en términos de un gobierno de progreso (social-comunista) frente a la “derecha extrema y la extrema derecha” (según el propio presidente), pues lo que no sea “progreso” es involución derechista o fascista: en realidad, ellos detentan el auténtico progreso —aunque desconozcan hacia qué o hacia dónde—, puesto que sabemos que no es seguro que sea siempre para bien (menos ellos, que siguen en su ceguera ideológica). La varita mágica para justificarlo es bautizarlo todo como derechos a los que los retrógrados se oponen restando libertades. Así se justifica que los niños puedan tomar determinadas decisiones sin sus padres, mientras se les impide beber, votar o conducir. Un claro sinsentido.
Como se verá a continuación forma parte de la necesaria y vital confrontación y polarización exigida por su pensamiento político. Aquí entra de lleno el seguir explotando electoralmente el guerracivilismo y resucitando las dos España machadianas: inventando la conmemoración macabra de un cincuentenario que no es más que el de la muerte del general Franco, no el del comienzo de la democracia —como ya expuse al principio—.

«En el marxismo no cabe, como ocurre en la democracia liberal, la deliberación, el pacto o el consenso»
El neomarxismo imperante en la política española es heredero de Hegel, por serlo, a su vez, de Marx y Engels. Hegel planteaba el dinamismo de la historia en clave de dialéctica (oposición de contrarios) entre el amo y el esclavo. Marx lo convierte en la confrontación proletariado-burguesía, obreros-capital, hasta la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción y la dictadura proletaria. En este esquema no cabe, como ocurre en la democracia liberal, la deliberación, el pacto o el consenso —incluso entre fuerzas políticas de distinta extracción de clase—, sino la confrontación directa con el enemigo (la burguesía), que no adversario político.
Esta polarización dialéctica es necesaria según la filosofía hegeliano-marxista puesto que de la “tesis” y la “antítesis” ha de surgir una “síntesis” nueva, algo diferente: la palinginesia soñada por Marx y Engels, la nueva Humanidad, o el “hombre nuevo” soviético del marxismo-leninismo. La política se plantea siempre en clave de confrontación puesto que la propia postura necesita el otro polo dialéctico para alcanzar la superación del dominio del opuesto y conseguir no ya rehacer la sociedad y el orden político, sino comenzar de cero.
«En España, cuando los socialistas van de la mano del comunismo acaban arrastrados por él»
De ahí el adanismo de partidos políticos como Podemos y Sumar, que se arrogan la “nueva política” y denostan todo lo anterior, nada hay salvable y todo es rechazable, y hay que edificar una nueva sociedad para “la gente”, de la que ellos son los garantes (como no podía ser de otra manera, claro está: los antiguos apparatchiks). No se olviden las convicciones comunistas de Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, ni las de los actuales dirigentes podemitas. Como se ha dicho y se ha cumplido en España, cuando los socialistas van de la mano del comunismo acaban arrastrados por él.
Y de ahí el tinte “revolucionario” y adanista del gobierno actual que aparte de descreer de la democracia liberal controlando los resortes del poder y derribando la separación del ejecutivo y judicial, pretende instrumentalizar nuestro actual régimen democrático transformándolo en una mera democracia agregativa (de suma de intereses de partidos políticos, oponiéndose a cualquier consenso con la oposición mayoritaria). Es la erosión y la negación del sentido democrático del acuerdo y el pacto, del consenso, más allá de la suma de votos —independiente de buscar el bien común y el respeto a la voluntad mayoritaria—.
Unas minorías de las oligarquías partitocráticas rigen los destinos del país, aún a sabiendas de que no cuentan con el apoyo mayoritario de la población (respecto al blanqueamiento de la izquierda radicalizada, o del encubrimiento terrorista batasuno-Bildu, en lo relativo a la amnistía, la cesión en el cupo catalán o la intención de ceder el control migratorio y fronterizo). Bajo capa propagandística de una falsa reconciliación que lo justificaría, se van sumando cesiones al chantaje: y todo por la ontológicamente imposible capacidad de pacto con la mayoría opositora por la lógica y la ideología neomarxista.

A ello se añade la voladura del pacto constitucional de 1978, que parece es ya inservible puesto que supuso un gran acuerdo social. Como ello no cabe en la mentalidad socialista dogmática, de corte neomarxista (que ya no es socialdemocracia), y menos en la neomarxista-leninista de Podemos y Sumar, intentan imponer a la fuerza, recuérdese la utilización espúrea como plataforma de la democracia liberal o “burguesa” (en términos decimonónicos) como medio y no como fin, un orden nuevo ajeno al gran acuerdo político establecido y será bueno por el mero hecho de encarnar ellos el progreso y el avance social.
Al tender hacia el fin de una “nueva sociedad” (libre de los lastres y ataduras de una Transición “injusta” y llevada a cabo “por las élites” y no el pueblo) y el “hombre nuevo” (liberado de la biología o de las ataduras de la conciliación entre sexos o la procreación) y, por supuesto, superando los medios y contenidos de la liberaldemocracia habrá de ser forzosamente por usos autoritarios a semejanza actualizada del sueño utópico, convertido en horrible pesadilla, del antaño paraíso socialista.
El horizonte utópico ahora es la arcadia de la República (restauración de la inexistente y romantizada de la preguerra civil) y el estado confederal, aunque no se sepa dónde conduzca ni en qué consiste sino únicamente a la separación, la división y la confrontación, resucitando el ADN socialista dogmático —previo a Felipe Gonzalez— del ideal político de la autodeterminación (ahora encubierta en una España federal, que consta en el ideario socialista pero no en el de la sociedad española).
Es el retorno de oscuras ideologías del pasado que vuelven disimuladamente, de hecho y en la realidad, mientras se agita el espantajo de un inminente fascismo o ultraderecha -que por el contrario, sí acepta y se adhiere al orden constitucional y públicamente condena la violencia, lo que no hacen los propios socios en el Gobierno o los que le mantienen en el poder, que la justifican-.
Estamos ante una peligrosa deriva y reedición de negros fantasmas que pasan muy desapercibidos gracias a la propaganda masiva y la perversión del Estado de Derecho y el modelo democrático occidental. La confrontación guerracivilista del cincuentenario conmemorativo no es más que una muestra más de lo que hombres de la izquierda ya fallecidos como Gustavo Bueno o Santos Juliá veían como puramente electoralista (por lo tanto, instrumentalizando el verdadero espíritu democrático, que es conciliación). Y el horizonte, un “modelo de Estado totalitario electivo” como afirmó el también socialista moderado ex embajador y alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez. Continuará en otra entrega final, si tienen a bien leerlo, apreciados lectores.