CINCO CLAVES DEL DEBATE

Sánchez dejó de ser Presidente para convertirse en aspirante.
Pablo Gea Congosto
El único debate electoral se ha convertido en un símbolo de lo que cabe esperar de la política en el futuro próximo. Allá quedaron los tiempos de la dialéctica endiablada para dejar paso a un formato mucho más populista, fácilmente consumible por una audiencia, en el fondo, ávida de sangre y de lucha pugilística. Si bien ello no impide que se eche de menos una exposición clara de las ideas y del programa de cada candidato.

Este debate nos deja cinco claves de bóveda. Vamos a ello:
- Vuelve al bipartidismo: el debate ha enfrentado a sólo dos candidatos, Presidente del Gobierno y líder de la Oposición. Una muestra clara de que se vuelve a los viejos esquemas clásicos que, a partir de 2014, se creían muertos para siempre. Ni desde el PSOE ni desde el PP se tiene el menor interés en repartir la tarta mediática con otras formaciones con las que, paradójicamente, se verán obligados a pactar para formar gobierno. La nueva política ha consolidado a la vieja.
- No hay programa, sólo emociones: un debate tan bronco ha permitido comprobar que la exposición programática no es una prioridad dentro de las estrategias que mantienen los partidos políticos. La movilización del electorado tiene lugar a través de la agitación de las emociones, reforzando las premisas cognitivas del grupo al que se dirige en ese instante el candidato. Poca importancia tienen los pactos o promesas que se pongan encima de la mesa el día del debate o durante la campaña. Lo realmente decisivo es que el electorado target se deje arrastrar por la visión de las cosas que se expone machaconamente por la formación de turno.
- Política polarizada: el tono bronco del debate arroja otra conclusión tan interesante como esperada. Y es que España se encuentra ahora en una situación de polarización creciente, atizada tanto por los extremos a izquierda y derecha como por la propia irresponsabilidad de los líderes de los partidos de masas. Que, lejos de suponer un valladar contra la degradación de la vida política, se sirven de los grupos extremistas para conformar mayorías a conveniencia para poder gobernar cómodamente. Sánchez y Feijóo no pudieron hallar ningún punto de encuentro precisamente por este motivo, porque la dinámica política española lo impide.
- Sánchez deja de ser presidente: para convertirse en aspirante. El nerviosismo y la visible incomodidad exhibida por el Presidente del Gobierno desplazó el centro gravitatorio del dominio de la escena hacia el auténtico aspirante, Alberto Núñez Feijóo. Un error grave, acrecentado por un estado constantemente a la defensiva y de ataque permanente hacia el adversario, cuando quien pretende revalidar su posición lo que ha de hacer es exponer contundentemente sus logros y anular así cualquier crítica. En esta ocasión, se ofreció injustificadamente una ventana de oportunidad al candidato popular para que pudiera articular propuestas y atacar la acción de gobierno desde una posición de fortaleza que difícilmente le correspondería.
- Rehenes de los extremos populistas: ninguno de los dos candidatos dejó claro hasta qué punto están dispuestos a ceder ante los grupos más extremistas del espectro político con tal de formar gobierno. Pedro Sánchez no despejó las dudas sobre la celebración o no de un referéndum de autodeterminación en Cataluña cuando es precisamente lo que piden sus socios independentistas y lo que Yolanda Díaz está dispuesta a proporcionar. Así como Feijóo tampoco aclaró hasta qué punto está dispuesto a permitir que los aspectos más reaccionarios e intransigentes de la agenda política de Vox determinen su propia singladura gubernamental. Lo que sí quedó claro es que ambos aceptan echarse en brazos de estos grupos. No sabemos a qué precio. Pero lo podemos suponer.
