¿ES EL HOMBRE BLANCO UNA MINORÍA DISCRIMINADA?
Hace diez años esta pregunta hubiera sido ridícula. Ahora es urgente.
Pablo Gea
Nos hemos expresado con contundencia sobre lo que está sucediendo en el Reino Unido. Por supuesto, un atentado así sólo podía proceder de un gobierno laborista, empecinado como todo el espectro socialdemócrata y de la izquierda woke en sostenerse en el poder en base a los votos de las minorías, pero ignorando peligrosamente a las mayorías. Mayorías compuestas por hombres, y por mujeres que se niegan a someterse a un discurso que pretende decidir por ellas qué está bien y qué está mal.
Nadie puede decir ahora que, durante años, no fuimos muchos los que vinimos advirtiendo de esta tendencia que ahora es explícita. Aunque seguramente los miles de hombres víctimas de las denuncias falsas opinen de otra forma. Pues, en España, la Ley de Violencia de Género aprobada por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero fue la que inició la temporada de caza. A partir de ahí, se consagró una pena más alta para el hombre que para la mujer por la comisión de los mismos actos. El Tribunal Constitucional, prevaricando como reconoció el mismo Alfonso Guerra, admitió la constitucionalidad de una fórmula que interpreta que la violencia ‘de género’ sólo puede ser cometida por el ‘hombre’ incluso al margen de su voluntad, pues es expresiva de una discriminación sustancial el e histórica. Genética, si se quiere. Este repugnante razonamiento es hoy ley y se ve ampliado por la ley del ‘Sólo sí es sí’, que bien pudiera traducirse como ‘solo sí es sí cuando lo expresa la mujer’, porque el hombre no.
Dos ‘Monteros’ han sido las encargadas de ejemplificar el delirio de un razonamiento predicable de la Alemania nazi o de la Unión Soviética: a saber, que sólo determinadas categorías sociales o raciales de personas pueden cometer según qué delitos, en función claramente de la categoría a la que pertenezcan. Así sucede con el ‘hombre blanco’, en un caso sin parangón en la historia de sexismo y de racismo a la inversa. Combatir una discriminación histórica aplicando esa misma discriminación al contrario. Desde luego, nadie que apoye a estos partidos puede decir sin que pierda la vergüenza que está a favor de la igualdad.
Ahora, Irene Montero, una mujer que tendrá que explicarles a sus vástagos que pertenecen a una categoría condenable por la historia, será la candidata de Podemos a las Elecciones Generales. Al otro lado de la trinchera izquierdista, María Jesús Montero declara para quien quiera escucharla, que la declaración de una denunciante ‘mujer’ tiene que estar por encima de la presunción de inocencia, un derecho consagrado en el artículo 24 de la Constitución Española. Sagrado para todos aquellos que defendemos el Estado de Derecho. Detestable para los hijos de esa ‘nueva izquierda’ que, siguiendo los patrones de la Memoria Histórica, habría que recordar como ardientes defensores de grupos terroristas como ETA en España, las Brigadas Rojas en Italia o la Fracción del Ejército Rojo en Alemania. Por no hablar del asesinato a sangre fría de once atletas israelíes en la Olimpiadas de 1972, ampliamente celebradas en el ámbito mal llamado ‘progresista’.
Acomplejados y temerosos, muchos hombres y mujeres han permitido que se imponga poco a poco una legislación discriminatoria de la mano de un lobby que ha perdido ya la poca credibilidad que le quedaba. El retroceso anti-democrático ante el que nos hallamos exige una acción política, que es no sólo salir a la calle, sino combatir con todos los medios que ofrece el sistema parlamentario a los grupos y a los partidos que quieren arrebatarnos la libertad, colocarnos una mordaza en la boca y convertirnos en unos falsos chivos expiatorios para que puedan seguir viviendo de las subvenciones estatales que, de forma criminal, abonan este tipo de ideologías pensando ingenuamente que nunca les afectarán.
No hacerlo significará caminar mansamente como reses al matadero. Y quienes no lo hagan ahora no podrán llorar luego cuando la situación sea irreversible. Es hora de plantar cara, decir la verdad y dar la batalla hasta que sólo uno quede en pie.
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