¿GUERRA CIVIL EN RUSIA?

Para poder hablar de una guerra civil propiamente dicha, debe existir otro centro de poder alternativo (o varios) que sea capaz de suponer una alternativa creíble al régimen de Putin y sus oligarcas.
Pablo Gea Congosto
La rebelión del Grupo Wagner -agencia de mercenarios hasta hace poco al servicio del Kremlin- contra el Gobierno ruso ha pasado en pocas horas de ser una bravata miliciana a convertirse en un auténtico envite militar. Un golpe de estado que, en función de las adhesiones que consiga, mutará en una rebelión militar. Aunque es pronto para afirmarlo, dada la velocidad con que se desarrollan los acontecimientos, cabe preguntarse: ¿estamos ante el estallido de una guerra civil en Rusia?

Aunque el líder de los Wagner, Yevguéni Prigozhin, se ha pronunciado en estos términos, es preciso no perder de vista que, para que esto sea así, se requiere de dos factores que necesariamente tienen que darse:
- Un apoyo de una parte importante de las Fuerzas Armadas y de los servicios de seguridad rusos a los insurrectos.
- Un control territorial fuerte de significativas áreas del país, contando con el apoyo más o menos claro de su población.
Hasta el momento, salvo la ciudad de Rostov y zonas limítrofes, los rebeldes no controlan de manera clara ninguna otra zona. Y dependerá de la rapidez y de la contundencia de la respuesta del gobierno de Putin que puedan aspirar a controlar alguna más.
No obstante, no hay que llevarse a engaño: pese a las proclamas de los insurrectos, los motivos detrás de la partida contra el Kremlin se hallan en las crecientes tensiones entre los mercenarios y las fuerzas militares regulares del estado ruso, especialmente su cúpula militar, encarnada por el ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, y el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, Valeri Guerásimov. La lucha de poder desatada a raíz de la invasión de Ucrania ha cristalizado en la ruptura definitiva entre el Gobierno y sus tropas irregulares de choque, formada por mercenarios y presidiarios sacados directamente de las peores cárceles rusas, y responsables de horribles crímenes de guerra.

Es decir, no estamos ante dos bandos con visiones del mundo diferentes, sino ante un conflicto motivado por egos personales y por rivalidades entre grupos armados. Por mucho que la rebelión pueda nutrirse por descontentos hacia Putin y los suyos a causa de las consecuencias de la guerra.
Indudablemente, el fracaso de las operaciones rusas en Ucrania ha resquebrajado el armazón de lealtades en los círculos de poder de Moscú, y no es un secreto para nadie que, cuanto más dure el conflicto, más débil será la posición de Putin y los suyos al mando del timón de la nave. A pesar de ello, para poder hablar de una guerra civil propiamente dicha, debe existir otro centro de poder alternativo (o varios) que sea capaz de suponer una alternativa creíble al régimen de Putin y sus oligarcas, lo que no es algo sencillo ni tan factible como pudiera parecer. Pues hay que recordar que Rusia es, a día de hoy, en estado policial dirigido por mano de hierro por unos líderes que controlan de manera notoriamente eficaz tanto a las fuerzas de seguridad como a los institutos armados. Disputar un poder así con posibilidades de éxito no es algo que deba darse por hecho.

En cualquier caso, la defección de la población no ha alcanzado unos niveles tan alarmantes como para que el Kremlin sea vea incapaz de controlarla. En mayor o menor medida, la población rusa apoya a su presidente o, como mínimo, no se opone abiertamente a las políticas por él emprendidas, inclusive la guerra. Más allá de determinados sectores minoritarios en comparación con la extensión demográfica de la población. En este sentido, cabe concluir que estamos, más que nada, ante una rebelión interna que ha tomado la forma de golpe de estado contra el Ejecutivo. Y que dependerá de los apoyos que consiga y de la capacidad para reprimirla o no del gobierno, que hablemos de guerra civil pura y dura.