LA ENCRUCIJADA DE UCRANIA AL FINALIZAR 2024

Si uno mira los mapas de guerra a inicios y a finales de 2024, comprobará que nada ha cambiado. El tiempo corre en contra de Kiev.
Pablo Gea
El final del año 2024 se presenta sombrío y lleno de incertidumbres. Lenta pero inexorablemente, los ucranianos pierden de nuevo territorio ante los rusos. Se trata del territorio que consiguieron conquistar pírricamente con su ofensiva de 2023. Un fiasco que derrumbó las expectativas que sus aliados de la OTAN tenían puestas en ellos. A este fracaso no fue ajena la incapacidad de los Estados Unidos de enviar el material de guerra en el momento en el que Ucrania lo demandaba y no después. Más tarde vino la ofensiva en Kursk, que tampoco cosechó los resultados esperados.
Ahora, dos sucesos de importancia capital pueden alterar definitivamente el curso de la guerra: la victoria electoral de Donald Trump y la caída del dictador Bashar al-Ásad en Siria. Zelenzki es consciente de que necesita contar con una baza importante a la hora de negociar con el Kremlin. Y Putin sabe que Erdogan le ha marcado un gol geopolítico en toda regla, que debilita demasiado su posición en Oriente Medio, con la práctica imposibilidad de sostener sus bases militares en el Mediterráneo. El debilitamiento de su aliado Irán es notable, un aliado además que suministra una cantidad de armas no desdeñable a Moscú. Por mucho que Rusia pretenda invisibilizar la realidad, lo cierto es que la picadora de carne no puede continuar eternamente, y que las ofensivas en las cuales cientos de jóvenes son enviados al matadero no pueden mantenerse indefinidamente.

Esta es una de las razones por la que se ha tenido que tirar de los norcoreanos, para que sirvan precisamente de eso, de carne de cañón. Lo que evidencia que Moscú no pasa por sus mejores momentos, y que tampoco es capaz de lanzar un gran ataque que le permita conquistar una cantidad importante de territorio. Kiev tampoco, y salvo que un incremento sustancial de la ayuda de Europa y de la OTAN lo desmienta, es poco previsible que en el futuro lo vayan a ser. La opinión popular, tanto dentro como fuera de las fronteras, está cada vez más harta de la guerra, lo que beneficia a Putin, que sabe perfectamente que en una guerra de desgaste lleva las de ganar. Tan sólo tiene que congelar el conflicto, eternizándolo, o a lo sumo dilatarlo durante mucho tiempo para obligar a Zelenski a negociar desde una posición de debilidad.
La administración Trump es impredecible, y realmente no ha revelado todas sus cartas. De lo que no cabe dudar de que presionará a ambos contendientes para negociar. Y que esta negociación, siendo realista, pasará por permitir que Rusia se quede con los territorios ucranianos ya ocupados -y anexionados- a cambio de que Ucrania conserve su independencia y aleje las veleidades expansionistas de Moscú, al menos durante un tiempo.
Ahora bien, ¿es conveniente este acuerdo? Depende de para quién. Obviamente Putin lo venderá como una victoria en casa, aunque no pueda esconder que la situación en el Cáucaso -especialmente en Georgia- amenace con írsele de las manos, y de que la guerra le ha supuesto una merma de influencia geopolítica incuestionable. Para Europa -y no digamos ya para Ucrania- sería desastroso. Porque implicará lanzar un mensaje a todos los sátrapas y dictadores del mundo: que pueden coger lo que quieran por la fuerza, y que el resto se someterá. Si se llega a un acuerdo en términos favorables para el Kremlin, no es descartable que los planes de Pekín para invadir o controlar Taiwán se aceleren. No es vano, existen pruebas fehacientes de que los chinos realizan sus ejercicios de guerra con modelos estadounidenses, en un escenario marítimo simulado, que es en el que tendría lugar el conflicto real. Rusia tendría claro que Europa no podrá contar con la ayuda militar incondicional de Washington, lo que comprometería severamente la posición de los países de Europa del Este, que ya le ven las orejas al lobo y se preparan para defenderse ellos mismos.
Estados Unidos, guste o no, ha convertido el área de Asia-Pacífico en su prioridad geopolítica. Con todo lo que ello implica, y Europa tiene que entender que, si aspira a dejar de estar en la irrelevancia internacional, si de verdad quiere ser independiente, tiene que desarrollar su propia política exterior y ser capaz de enseñar los dientes cuando sea preciso. Ser un enano político y militar ya no sirve, y las consecuencias se pueden comprobar con contundencia. Parece dudoso que el alarde de Trump de acabar con la guerra en dos días llegue a realizarse finalmente, aunque sí refleje una sensación de inmediatez que posiblemente desemboque en que durante la primera mitad de 2025 percibamos significativos avances de cara a sentar a ambos contendientes en la mesa de negociaciones. Lo que no quiere decir ni mucho menos que estas tengan éxito.

Hay algo importante a tener en cuenta aquí: somos hijos de la Historia. Y, como tales, no debemos de ignorar nunca sus lecciones. Por lo que estas negociaciones no pueden convertirse jamás en un Múnich de 1938. Claudicar ante un dictador expansionista tan sólo sirve para hipotecar tu futuro y el de otros. Como es lógico, Zelenski, como líder de su nación, no puede permitir que partes de su territorio queden en manos de Rusia. Sería algo anatema para cualquier presidente en Alemania, Polonia, Francia o España (aunque con Sánchez nunca se sabe). No es descabellado que, en caso de que Rusia se quede definitivamente en Crimea y el Dombás, dentro de Ucrania estallara una virulenta reacción nacionalista que pusiera en cuestión la posición política de Zelenski o incluso de derribarle por medio de un golpe de estado. Una cosa es segura: los ucranianos tendrán que elegir, y hagan lo que hagan, las consecuencias no serán buenas para ellos.