Miércoles, 12 de febrero, 2025
Pedro Sanchezde visita oficial Argel

España está abocada a una relación diplomática, política y económica mucho más estrecha con Argelia, que debe materializarse en la construcción de un nuevo gasoducto.

Pablo Gea

La ruptura de las relaciones diplomáticas entre Marruecos y Argelia ha estallado en las narices a España. Se veía venir. Como también el temor crónico a definirse por parte del Gobierno español cuando toca posicionarse en los choques cíclicos entre Rabat y Argel. De los dos gasoductos que abastecen de gas argelino a nuestro país (el GME -Gasoducto Magreb-Europa y el Beni Saf), uno de ellos -el primero- se ha ido al garete. Argelia ha cerrado el grifo de un negocio extremadamente lucrativo para los marroquíes, que a cambio de que la tubería gigante pasara por su territorio para desembocar en Córdoba, cobraba un peaje y se queda con parte de la mercancía.

Aun así, Argelia ha garantizado a España el envío de las cantidades contratadas empleando la otra tubería (que va directamente del país africano hasta Almería) y buques gaseros. Barcos, eso sí, que sólo son rentables para trayectos largos, lo cual no cabe duda de que incrementará el coste del combustible. Está por ver cuánto.

La cuestión aquí no sólo es económica, sino también geoestratégica. Pues es claro que la enemistad secular entre Marruecos y Argelia difícilmente está cerca de terminar. Lo que significa que España tendrá que elegir, le guste o no. Tal y como están las cosas, se presenta una oportunidad de oro para recuperar las posiciones perdidas durante la última crisis diplomática con Marruecos, por cuanto Argelia se perfila como una opción mucho más fiable que nuestro oscuro vecino de sur, que no para de rearmarse a pasos agigantados para obtener más y más concesiones españolas a punta de pistola.

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares.

Y aún más allá, como un tren que no es probable que vuelva a pasar en mucho tiempo y que hay que coger cuanto antes: el aumento de la influencia española en el Norte de África, necesario para poder obstaculizar los intereses franceses en el Sahel, habida cuenta de la hostilidad subrepticia que la república tiene hacia cualquier intento por parte de la Política Exterior española de hacerse valer. Ya quedó claro durante la crisis con Marruecos, cuando los franceses cerraron filas con Rabat sin siquiera temer algún tipo de represalia española. Lo mismo que los alemanes, que no dudaron en avalar a Francia sin más miramientos.

La perspicacia y la honradez política obligan a plantear las cosas con valentía y sinceridad: España está abocada a una relación diplomática, política y económica mucho más estrecha con Argelia, que debe materializarse en la construcción de un nuevo gasoducto que permita a los argelinos obtener el justo beneficio a la vez que a España vender caro su pellejo político ante sus socios europeos por medio de la presión en la fijación de las tarifas de exportación y distribución del gas norteafricano cortesía de nuestro amigos argelinos. No hay más. Pretender a estas alturas creerse que Marruecos, fielmente apoyado por Estados Unidos, puede ser apaciguado, constituye un autoengaño extremadamente dañino. Porque sólo tendrá como consecuencia otorgar a Rabat un innecesario balón de oxígeno para seguir amenazando los intereses españoles en el futuro.

Y lo más importante, controlar un flujo de gas de esta envergadura permitirá atajar definitivamente el grave problema del alto precio de la luz, abaratándolo y eliminado el mal endémico de que sean los sectores más desfavorecidos los que tengan que llevar siempre el peso más desagradable de las crisis energéticas.

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