¿QUIERE ESTADOS UNIDOS LA GUERRA EN TAIWÁN?

Una China fuera de los mercados internacionales o con una posición internacional dañada a causa de una eventual guerra en Taiwán propiciaría el escenario deseado por Washington.
Pablo Gea
Desde la pasada visita de la Presidenta del Congreso de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, Taiwán vive dentro de un virtual cerco militar por la China comunista. Para entender mejor todo esto hay que remontarse al año 1949, cuando los comunistas liderados por Mao Zedong se alzaron con la victoria frente a la China nacionalista liderada por Chiang Kai-Shek. A la vez que se proclamaba la República Popular de China, los perdedores nacionalistas se refugiaron en la Isla de Formosa, la actual Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China. Un Estado de reconocimiento limitado es prestado por un número reducido de países entre los que no se encuentra EEUU.

Aunque de facto los estadounidenses han sido un sostén diplomático y militar para Taiwán, la visita de Pelosi ha cruzado una línea para el gobierno de la China continental y, particularmente, para el heredero de Mao, Xi Jingping. Motivo por el cual desde Pekín se ha procedido al cerco militar de la isla de Taiwán, dentro de unas maniobras militares con fuego real. Esto entra dentro de la dinámica remilitarizadora que se viene dando en el Sudeste Asiático, zona en la que los principales aliados de Washington (Corea del Sur, Japón y Australia) han acelerado sus respectivos rearmes, en respuesta al expansionismo chino. Porque quede esto claro: China es una dictadura totalitaria que, como Rusia, pretende de manera impetuosa hacerse con el lugar que cree que merece en el escenario internacional. Dicho lo cual, y al igual que lo sucedido con la guerra en Ucrania, la situación es más compleja.
Las potencias anglosajonas han instrumentalizado la OTAN y otros sistemas de alianzas para someter al mundo a la unipolaridad, es decir, al establecimiento de un único poder. De esta manera, han ‘cercado’ a otros centros de poder que podían propiciar la multipolaridad, como Rusia, China o los propios países de la Unión Europea. Lo que no quita que, efectivamente, estos dos países hayan intentado por su parte someter a otros estados de su ‘patio trasero’ a su voluntad. Y si no lo han hecho antes o con mayor fuerza es porque no pueden.

Sabiendo Estados Unidos y el resto de las potencias anglosajonas que un conflicto armado directo es impensable, ¿con qué instrumentos cuentan para reducir la influencia creciente de las potencias rivales? Propiciar conflictos. China está cada vez más inserta dentro del sistema económico internacional y compra voluntades a lo largo del Globo mediante la adquisición de deuda y la asistencia económica. Así lo atestiguan sus actividades en Oriente Próximo y África principalmente, y en menor medida en Hispanoamérica. Con lo cual, un conflicto militar, siquiera de baja intensidad, en el escenario del Sudeste Asiático convertiría automáticamente a China en un ‘Estado paria’, que experimentaría repentinas dificultades para continuar afilando su principal arma: la diplomacia económica.
Así, una China fuera de los mercados internacionales o con una posición internacional dañada a causa de una eventual guerra en Taiwán propiciaría el escenario deseado por Washington, a la vez que aceleraría la carrera armamentística en la zona y vencería las últimas reticencias que les pudieran quedar a sus aliados allí para incrementar el gasto militar y poder dictar las reglas del juego a un gigante enfrascado un conflicto de imprevisibles consecuencias. No es la primera vez que Estados Unidos juega así sus cartas manipulando las reacciones de los chinos. Pues, sin ir más lejos, fueron ellos los que impidieron que la China nacionalista lanzara una ofensiva capaz de neutralizar a los comunistas durante la guerra civil, permitiendo que estos levantaran cabeza y que los soviéticos pudieran abastecerles.

Ello con el objetivo de que se instalara otro polo de atracción en el mundo comunista que compitiera con la URSS y la desgastara, como en definitiva sucedió. En vista de todo esto, los principales diseñadores de la política exterior estadounidense deberían andarse con ojo, porque por muy injustificadas que sean las agresiones chinas sobre Taiwán, eso no significa que no puedan ir a más. Con las consecuencias desastrosas que se pueden adivinar.