¿REPRESENTA LA IZQUIERDA A LA CLASE OBRERA?

La ‘izquierda caviar’, niños ricos pijos que no han trabajado en su vida, que han tenido todas las facilidades y que dictan las normas de la solidaridad social con el dinero de los demás desde sus mansiones.
Pablo Gea – La Iniciativa
Los tiempos de crisis no han generado hombres fuertes, como dicta el adagio romano. Sino que ha alumbrado una raza particular de sujetos empeñados en erigirse como representantes de todas las virtudes de esa generalización ambigua que viene a denominarse ‘pueblo’. Y, en especial, de los sectores identificados como más desfavorecidos, más necesitados y, por lo tanto, sobre los que se puede sacar una mayor rentabilidad electoral generando demagogia a raudales. Estoy hablando de la izquierda caviar , niños ricos pijos que no han trabajado en su vida, que han tenido todas las facilidades y que dictan las normas de la solidaridad social con el dinero de los demás desde sus mansiones. Atrás quedaron los tiempos de los revolucionarios a pie de calle y de los líderes sindicales entregados. Relegados, por la nueva raza, a un lugar privilegiado en el museo de cerca de la revolución. Venerados como fósiles reminiscentes de una época pasada y gloriosa. Pero, en el fondo, despreciados por la nueva cultura esnob que desecha todo lo que no sean las preocupaciones estéticas superficiales.

Se sorprenden, estos nuevos ricos (que si lo son es por el sudor de la frente de sus padres y abuelos) de que lo que denominan ampliamente como ‘clase obrera’ no les vote. O les vote menos. No son capaces de comprender cómo sus sofisticadas filosofías naturalistas, inclusivas y espirituales no hallan eco entre los grupos sociales que, forzosamente, tienen que apoyarles. Mas dicha confusión a duras penas esconde un desprecio cínico y altanero por la materia humana sobre la que quieren sostener sus pequeños imperios personales. De la misma forma que Marx despreciaba a los campesinos como gente inculta y estúpida, un peligroso agente de la revolución en el que, paradójicamente, Lenin tuvo que apoyarse para tomar y mantener el poder en Rusia; los modernos revolucionarios que visten sudaderas caras no ocultan su lejanía con respecto a los ‘obreros’ y los ‘trabajadores’. Personas que son machacadas por duras jornadas de trabajo, que comprueban impotentes cómo son sacrificados por un capitalismo salvaje mal entendido y que observan estupefactos cómo los líderes de sus partidos defienden cosas que a ellos ni les van ni les vienen.
Renuncia a la lucha
No saben que no pueden representarles, precisamente porque no han estado ni nunca estarán en su tesitura. Desconocen lo que uno tiene que humillarse a veces para llegar a fin de mes y poner un plato de comida en su mesa o en la de su familia. No imaginan lo que es hundirse en una monotonía destructora que impide viajar, no ya a un país diferente (¡ojalá!) sino a otra región de tu propio país. Les resulta inconcebible que se dedique el dinero a gastos materiales en vez de a inquietudes metafísicas de la nueva religión laica. Esta es la razón por la que, a la vez que los líderes de la autoproclamada ‘izquierda’ han renunciado a la lucha por el cambio social (aunque afirmen lo contrario), se preocupan por generar debates tan absurdos como superfluos, tales como el lenguaje inclusivo, el cambio de sexo de las señales de tráfico o el apoyo a determinadas ‘minorías’ sociales de las que esperan sacar votos. Y lo hacen a sabiendas que la ‘clase obrera’ ya no es una apuesta fiable para mantenerles en el poder.

En efecto, la apuesta por la defensa a ultranza de dichas minorías con la intención de elevarlas al estatus de grupos privilegiados sobre el conjunto de la población con el argumento de que han sido injustamente discriminadas en el pasado es hoy un rasgo innegable de esta izquierda caviar , que poco o nada tiene que ver con la izquierda de trinchera y que ya fuera duramente criticada por Lenin su escrito La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920). El resultado no ha sido otro que el olvido consciente de las reivindicaciones sociales auténticas y verdaderas, que son las que deben conducir a la libertad en el trabajo y en la vida. Y que han sido sustituidas por el afán prohibicionista de la nueva censura moral, que mira con una mezcla de compasión condescendiente y desprecio social a los trabajadores por considerar que son demasiado simples para saber lo que les conviene.
He aquí, pues, un espectro social que necesita que les represente. La
cuestión ahora es, ¿quién recogerá el testigo?