Lunes, 17 de febrero, 2025
La Iniciativa

Nuestros políticos han olvidado las cinco etapas que componen la confesión; pocos golpes de pecho en forma de dimisiones hemos visto estas semanas.

Manuel Carneiro Caneda

Hay situaciones que se explican por sí solas. Ya el clásico nos advirtió sobre cómo las excusas no solicitadas, acaban convertidas en señales delatoras. Hoy en día, sobre todo en la política, el gesto determina y predomina, ante el declinar de la argumentación.

Asistimos, cada vez menos perplejos ya, a la conversión en algo netamente humano, quizás demasiado humano como predijera Nietzsche, del error y la equivocación. Muy comprensible ello, por tanto, somos capaces de entender y aceptarlo todo, en aras de evitarle al arrepentido el doloroso sentimiento de la culpa. Pero parece que bastase solo con pedir perdón y el juicio sumarísimo no se producirá. Antes de la responsabilidad, incluso, se encuentra el mero sentido común. Enseñamos a nuestros vástagos (una manera de evitar la aburrida distinción entre niños y niñas) que cuando alguien se equivoca, pide perdón y… o rectifica o evita, con la conciencia de haberse equivocado, volver a caer en la equivocación. Son aquellos polvos de nuestros benéficos lodos culturales, donde el arrepentimiento se expía mediante el acto de contrición, aunque, con posterioridad, y hoy, ello no de paso al propósito de la enmienda.

«Nuestros políticos han olvidado las cinco etapas que componen la confesión; pocos golpes de pecho en forma de dimisiones hemos visto estas semanas»

Está claro que nuestros políticos o no han pasado por las catequesis o simplemente, por falta de uso, hayan olvidado las cinco etapas que componen la confesión “a término”: examen de conciencia, aunque, eso sí, se ha expresado de manera rotunda ante la rebaja de penas a los etarras con un ‘mea culpa’ poco redentor; el dolor de los pecados y la contrición del corazón, pasos obligados del arrepentimiento; pocos golpes de pecho en forma de dimisiones hemos visto estas semanas, más bien, ninguno. Sigue la confesión de los pecados a lo que prosiguen dos pasos vitales para configurar una real confesión: el propósito de la enmienda, lo que implica adoptar medidas; y, finalmente, cumplir la penitencia, siempre y cuando ésta haya sido ajustada y se proponga para su cumplimiento. No habiendo causa en estos últimos pasos, parece que, al final, todos somos culpables, ciudadanos incluidos, y qué decir de las víctimas, con lo que, prevaleciendo el todo sobre lo concreto, nadie es culpable.

Frágil apoyo ha supuesto el error nominado por los grupos parlamentarios aparentemente dormidos o solamente adormilados por el peso de la púrpura que les impidió hacer con un mínimo de criterio su pesado trabajo. Y poco apoyo y flaco favor prestan estas ceremonias del disparate con las que, en ya más que suficientes ocasiones, nos obsequian sus señorías, ayudando con ello a ahondar la brecha que parece roturarse en el suelo de las democracias. ¡Pero si hasta se ha roto el sillón de un parlamentario en el hemiciclo y una vicepresidenta ha tenido un traspiés con resultado de rotura de extremidad inferior! No queriendo ser agorero ni refocilarnos en la superstición, los indicios aparecen en el cielo como las señales ante un posible Apocalipsis democrático.

«Estos comportamientos indecorosos y contrarios a la salud democrática, avalan a quienes creen en los poderes redentores de autócratas sin escrúpulos»

Sin dejarnos llevar por los dramatismos, exijamos a nuestros políticos que no favorezcan con su comportamiento, claramente irresponsable, que ese fantasma que recorre Europa llamado fascismo, considerado como una solución y no como un problema, se nutra para favorecer llegadas salvíficas, anhelando que “pronto, muy pronto vendrá el que tiene que venir y no tardará” (Hebreos,10,37). Estos comportamientos indecorosos y contrarios a la salud democrática, avalan a quienes creen en los poderes redentores de autócratas sin escrúpulos, así como en el arreglo violento y fácil manejado con puño de hierro. De eso ya tuvimos una ración absolutamente hartante, y cuyo resultado resultó totalmente catastrófico.   


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