ENTENDER A RUSIA

La lógica expansionista siempre ha estado en sus entrañas
Pablo Gea
En la reciente presentación de su último libro, ‘El Estado del Führer’, Pablo Gea deslizó las claves para entender lo que actualmente sucede con Rusia y, por ende, para poder enfocar adecuadamente el conflicto en Ucrania. Para quienes se puedan llevar las manos a la cabeza con las prácticas del Kremlin, un vistazo a la historia reciente revela que su forma de funcionar apenas si ha variado.
La lógica expansionista siempre ha estado en sus entrañas, aumentando de manera exponencial tras la toma de poder por los bolcheviques. Lejos del pacifismo de sus proclamas, la agresividad revolucionaria se mezcló con la agresividad imperial, de forma que los objetivos ideológicos se fundieron con los objetivos geopolíticos.
Esta es la razón por la que el gobierno de Lenin se lanzó en una fecha tan temprana como 1920 a la invasión de Polonia. Y su fracaso tan sólo retrasó un par de décadas una nueva intentona en alianza con la Alemania de Hitler. Efectivamente, en virtud del Pacto Germano-Soviético de agosto de 1939, los ejércitos de Stalin invadieron Polonia, Estonia, Letonia y Lituania. En Finlandia, lo que prometía ser un paseo por el parque se convirtió en una despiada guerra de desgaste en la que los soviéticos tan sólo consiguieron anexionarse algunos territorios limítrofes, pero sin conseguir tomar Helsinki. Además, el Ejército Rojo arrebató a Rumanía la región de Besarabia, la actual Moldavia.

El apetito soviético fue a más, constituyendo el punto de fricción principal con su aliado alemán. La creciente rivalidad entre las dos potencias revolucionarias por la hegemonía en Europa del Este fue lo que abocó la luna de miel entre los dos dictadores al fracaso. Pues las ambiciones soviéticas pasaban por controlar también Bulgaria, Rumanía y Yugoslavia. El choque político por unas ambiciones territoriales antagónicas precipitó las hostilidades, pues Hitler se sabía rehén de la dependencia de las materias primas soviéticas que Stalin restringía a capricho para forzar a los alemanes a tomar decisiones geoestratégicas que le beneficiaran.
Una vea derrotada Alemania en 1945, quedó claro para todos que el expansionismo soviético no es que sólo fuese un peligro, es que en esos momentos constituía una realidad. Toda Europa del Este había caído bajo el control de Moscú, y así se mantendría hasta la caída de la URSS. Incluida Ucrania, que había perdido su guerra de independencia con los soviéticos durante la dictadura de Lenin y, además, había sufrido un genocidio de proporciones equivalentes a las del Holocausto, el conocido como Holodomor. La resistencia armada en los estados bálticos, Polonia y Ucrania alcanzó la envergadura de auténticas guerras civiles, siendo necesaria la intervención del propio Ejército Rojo para acabar con los combatientes que se les oponían y que, además, eran apoyados por la población civil. Una serie de olvidados conflictos que duraron hasta bien entrados los años cincuenta cuando, tras la invasión soviética de Hungría de 1956 ante el silencio de Occidente, quedó claro que nadie iba a apoyarles y que la lucha contra el Kremlin estaba abocada al fracaso.
La desaparición de la URSS en 1991 dejó a la Federación Rusa como su potencia heredera. Aunque en horas bajas, no renunció a mantener en el redil a los países que habían pertenecido a la antigua Unión Soviética, de ahí sus intervenciones en el Cáucaso y en Asia central. Tras la expansión de la OTAN más al Este de Alemania durante los años noventa, Moscú no iba a permitir nunca que ningún otro país limítrofe ingresara en la Alianza. Es más, la frágil democracia instaurada con Boris Yeltsin siempre fue corrupta y defectuosa, en parte por el comportamiento autocrático del mismo presidente, que llegó a bombardear el Parlamento en 1993. Por eso las tendencias autoritarias de Putin no pueden considerarse exclusivas de él, sino santo y seña de un sistema que no había superado la lógica totalitaria mantenida durante casi un siglo.
En sus años de gobierno, Putin ha destruido los rasgos democráticos que pudieran quedar, hasta convertir a Rusia en una dictadura dirigida por exagentes del KGB, burócratas fieles al líder, militares y oligarcas corruptos. Una vea asentado su control, puede dotar de un nuevo vigor al espíritu expansionista que llevaba un tiempo aletargado. La invasión de Ucrania en 2022 supone el último eslabón de una serie de comportamientos que sólo pueden explicarse si se conoce bien la Historia. La bayoneta rusa avanza a través de la mantequilla sólo hasta que se topa con un obstáculo que la obligue a replegarse. Esto es algo que los complacientes líderes europeos han olvidado, por no decir que desconocieran completamente.

Guste o no, Europa está condenada a entenderse con Rusia, ya sea bajo el liderazgo de Putin o de cualquier otro. Es una realidad geopolítica que no se puede ignorar bajo ninguna circunstancia. Ahora bien, de igual a igual, y nunca bajo la imposición de los designios de los burócratas de Bruselas o de la caprichosa agenda de la Casa Blanca. Sólo entendiendo esto se puede abordar el fin del conflicto en Ucrania de manera que no se reanude al cabo de unos años, y que Europa no quede condenada a la irrelevancia, en la gigantesca partida de ajedrez que se juega entre Washington, Moscú y Pekín.