Los años desconocidos de Hitler

Reeditada la obra de Ernst «Putzi» Hanfstaengl, de nazi a asesor de Roosevelt, en librerías a partir del 23 de enero.
La Iniciativa
Como anunciamos la semana pasada, en el 80 aniversario de la entrada de las tropas soviéticas al campo de exterminio de Auschwitz, desde La Iniciativa desmenuzaremos lo que fue el nazismo. Hoy con un libro muy peculiar, en una reedición crítica de un libro publicado por primera vez en 1957.
El autor de esa revisión crítica es Fernando Navarro García, presidente de Innovaética y autor de numerosas obras entre las que destaca el primer diccionario sobre nazismo que trata las biografías de víctimas y verdugos: Diccionario biográfico de nazismo y III Reich. Es el prologuista de El Estado del Führer, libro de nuestro director Pablo Gea, a quien próximamente entrevistaremos sobre su libro.

La primera pregunta inevitable es por qué si en 1960 se publicó como Hitler: los años desaparecidos ahora lo publican como los años desconocidos.
Es cierto que la primera edición en español de The Missing Years (1957) fue publicada en 1960 con el título Hitler, los años desaparecidos. La palabra inglesa missing puede ser traducida como desaparecido o perdido en su sentido más físico: algo o alguien extraviado, en paradero desconocido y de quien no ha quedado rastro (missing in action, por ejemplo, significa desaparecido en combate). Por lo tanto, la traducción de la edición de 1960 es literalmente correcta, pero dada la polisemia de la palabra española perdido —que puede significar tanto extraviado como malgastado o desperdiciado— en esta edición anotada hemos optado por traducir libremente missing como desconocido pues entendemos que refleja mejor la esencia de esta biografía de Ernst Hanfstaengl. En Hitler: los años desconocidos Hanfstaengl relata con todo lujo de detalles los primeros tiempos de lucha (Kampfzeit) de Hitler para llegar al poder, y más concretamente desde 1922 hasta que huyó de la Alemania nazi en 1937 y llegó a convertirse en colaborador de Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial. Esos primeros años son los años que Hanfstaengl califica de desconocidos (o perdidos, para el gran público) aunque no hay duda de que también fueron para él quince años malgastados, desperdiciados y, por lo tanto, perdidos.
Ernst Hanfstaengl es un personaje clave para entender el auge del nazismo y, sobre todo, la personalidad de Hitler. Sin embargo, es también bastante desconocido, no sé si tanto por su impronunciable nombre o porque la historiografía más asentada ha minimizado su relevancia al haber sido marginado de la escena política alemana a mediados de los años treinta, justo cuando la maquinaria nazi empezaba a mostrarse implacable.
El autor no para de autojustificarse por su colaboración desde el inicio del partido nazi. Pero si no hubiese visto su vida peligrar por su enemistad con Goebbels ¿acaso no habría seguido formando parte del proyecto nacionalsocialista?
Hanfstaengl —al igual que Albert Speer— reconoció su culpa en sus memorias, escritas años después de la caída del III Reich y, efectivamente, con un evidente objetivo autoexculpatorio. Hanfstaengl, sin embargo, despertó del sueño oscuro mucho antes que Speer y hasta llegó a colaborar con Roosevelt y los aliados en su lucha contra el nazismo. Albert Speer, sin embargo, trabajó con eficacia sin igual hasta el último minuto del III Reich. Sin la actividad sobrehumana de Speer como ministro de Armamento, la guerra habría terminado unos años antes. Pero eso, como diría Kipling, es ya otra historia…
Efectivamente, creo que estas memorias son básicamente una justificación de su apoyo al nazismo, ya que lo que Hanfstaengl intenta explicarnos es que, precisamente, lo que pretendía era aplacar el radicalismo de Hitler, haciéndole entrar en razón. Sirva como ejemplo de esta idea, esta frase del autor: «A ningún hombre le es dado prever el futuro en todas sus dimensiones y yo, que había contribuido con mi pequeño granito de arena al advenimiento del nuevo régimen, pensé, aunque equivocadamente, que acaso quedasen aún oportunidades para encauzar los acontecimientos por vías más respetables». La excusa es bastante creíble ya que en los años treinta no fue solo Hanfstaengl quien cometió el error de pensar que el radicalismo de Hitler se aplacaría al llegar al poder, sino que muchos otros destacados líderes políticos, religiosos e intelectuales de la época pensaron exactamente lo mismo. Y no solamente dentro de Alemania: la desastrosa política europea de ‘apaciguamiento’ fue el resultado más evidente de ese terrible error de interpretación de la mente totalitaria.
Al mismo tiempo Hanfstaengl insiste muchas veces en estas memorias que siempre plantó cara a Hitler. De nuevo una reminiscencia de la vida cortesana: solo el bufón del rey estaba autorizado a ridiculizar a su amo. En numerosas ocasiones, si hemos de dar crédito a sus memorias, Hanfstaengl criticó directamente y sin tapujos algunas decisiones de Hitler, especialmente las relativas a política exterior, un campo en el que Hanfstaengl —al fin y al cabo un hombre de mundo— tenía una visión mucho más pragmática y realista que su jefe, anclado en el siglo XIX y ajeno a la importancia geopolítica de los todavía jóvenes Estados Unidos. En algún momento Hitler pareció más permeable a su influencia, pero eso solo sucedió durante los años veinte y en contadas ocasiones. Hanfstaengl fracasó estrepitosamente en su intento de moderar a Hitler. Su error no fue este, sino tardar quince años en darse cuenta de que la lucha iniciada por Hitler en 1919 no tenía marcha atrás.
Es verdad que, como explica detalladamente en estas memorias el propio Hanfstaengl, su paulatino alejamiento del nazismo fue forzado por los propios nazis para quienes Hanfstaengl dejó de ser útil una vez se hicieron con el poder. Desde 1933 se convirtió un personaje del pasado, alguien a quien ya se había extraído todo el jugo posible y cuyos presuntos atisbos de decencia resultaban molestos e irritaban a un Hitler en plena efervescencia.
¿Qué habría hecho Hanfstaengl de no haber caído en desgracia? Se trata de una mera especulación, pero teniendo en cuenta su estrechísima relación con Hitler lo más probable es que hubiera seguido colaborando fervientemente con la Alemania nazi hasta que en algún momento se produjera la ruptura. Es difícil saber cuándo podría haber sucedido: probablemente por su aproximación a alguno de integrantes del ‘Círculo de Kreisau’ — en gran parte pertenecientes a la inteligencia y la aristocracia terrateniente y militar— que, como sabemos, son quienes diseñaron la Operación Valquiria.

«Para un liberal, poco importa que quien quiera privarnos de los derechos fundamentales pertenezca a la izquierda o derecha hegeliana. Todos ellos fueron enemigos acérrimos de la democracia liberal»
En el libro sale a relucir que había un sector más izquierdista y otro más nacionalista. Se suele ser más benevolente con los sectores izquierdistas de los partidos filofascistas. En España mismo, quien conoce el mundo falangista desde fuera suele simpatizar más con los ‘auténticos’ que con los franquistas. ¿Realmente el sector socialista del nazismo era menos perverso?
Ambas tendencias son fundamentalmente, ideologías liberticidas. El ala “izquierdista” del partido nazi (encabezada por Strasser o incluso Ernst Röhm) buscaba una revolución rápida y violenta, al estilo bolchevique; mientras que el ala más nacionalista (encabezada por Hitler) sabía que esa revolución sería más eficaz con una estrategia de legalidad que disfrazara las intenciones indudablemente revolucionarias del nazismo. El ala más izquierdista llegó a llamar a Hitler como Adolphe Legalité, en clara ironía por su aparente respeto a las leyes de Weimar. Algunos ‘tontos útiles’ como von Papen o el propio Hanfstaengl pensaron que podrían ‘domesticar’ a la bestia. Obviamente no lo consiguieron.
Para un liberal, poco importa que quien quiera privarnos de los derechos fundamentales pertenezca a la izquierda o derecha hegeliana. Todos ellos fueron enemigos acérrimos de la democracia liberal, por más que disfrazaran su discurso con elementos más proletarios o aristocráticos. En el ensayo El delirio nihilista —que nos prologó Fernando Savater— abordo con un selecto grupo de autores los rasgos comunes y específicos de cada uno de los grandes sistemas liberticidas: comunismo, fascismo, nacionalismo, nazismo, populismo o yihadismo. Todos ellos tienen un apego indisimulado por la eliminación de libertades, si bien todos ellos se justifican en verdades eternas e inmutables.

«Hitler nunca otorgó toda su confianza a una sola persona y trató de alentar expectativas su círculo más próximo para que sus ambiciones de poder fueran recíprocamente neutralizadas sin afectar al liderazgo de Hitler»
¿Qué es lo que más destacaría de esos años desconocidos de Hitler?
El libro es un verdadero tesoro de informaciones de primera mano: unas son rigurosas, otras son meros chismes y muchas otras incluyen datos muy tergiversados, ignorados u ocultados (de ahí la necesidad de publicar una edición crítica anotada).
Hanfstaengl convivió con Hitler durante quince años y fue protagonista o testigo de excepción de momentos cruciales para la toma del poder del nazismo, desde el fallido Putsch de Munich hasta la Noche de los Cuchillos Largos, pasando por el incendio del Reichstag.
Fue también un observador directo de la forja del carácter de Hitler. Sus memorias son un cúmulo de detalles y observaciones personales sobre la psicología de Hitler, sobre su retórica, su capacidad dialéctica para convencer y fascinar, su ‘neutralidad’ sexual y su demagogia perfectamente dosificada.
Estas memorias, como decía, están plagadas de cotilleos y chismes, muchos de ellos infundados o de escasa credibilidad (Ian Kershaw, uno de los mejores biógrafos de Hitler, descarta la veracidad de la historia —relatada en esta obra— sobre los dibujos pornográficos realizados por Hitler de su sobrina Geli Raubal), pero también abundan otros perfectamente documentados. Una de las principales aportaciones de nuestra edición crítica es, precisamente, la abundancia de notas a pie de página e ilustraciones que contrastan, confirman o desmienten (sobre la base de lo que hoy conocemos) los detalles aportados por Hanfstaengl. En este sentido Hanfstaengl es una especie de ‘Suetonio alemán’, aunque a diferencia del historiador romano él solo relató la vida de un solo César, bastante más sanguinario que Tiberio, Calígula y Nerón juntos: Adolf Hitler.
Ernst Hanfstaengl no sólo fue un instrumento político de Hitler para acceder a ciertas esferas de la industria, la intelectualidad y la aristocracia alemana; también fue su amigo y, durante varios años, uno de sus hombres de confianza. Durante más de una década, ‘Putzi’ actuó como un verdadero cortesano, un personaje divertido para solaz y desahogo de Hitler. Al leer sus memorias se llega a sentir vergüenza ajena cuando se comprueba la forma tan desconsiderada en que Hitler llegó a cosificar a Hanfstaengl: era reclamado a cualquier hora del día o de la madrugada para que tocara el piano, ofreciera conversación o alegrara la velada de Hitler y de su camarilla. El propio Hanfstaengl es consciente de ese triste papel y llega a escribir en sus memorias (capitulo XIII): «Parecía como si mi misión no fuese otra que la de proporcionarle alivio a Hitler».
Algo que me resulta interesantísimo es que en sus memorias Hansftaengl realiza detalladas descripciones psicológicas de numerosos jerarcas y líderes del nazismo, a quienes retrata con pluma minuciosa y sarcástica. No oculta su odio por unos (especialmente Rosenberg y Goebbels) y su respeto por otros (Dietrich Eckart o Goering). Casi siempre tiende a simplificar o ridiculizar la relevancia de muchos otros con quienes nunca llegó a simpatizar y a los que hace responsables del fanático adoctrinamiento de Hitler (el profesor Karl Haushofer o Rudolf Hess). Es con estas descripciones tan vívidas cuando las memorias de Hanfstaengl nos ayudan a entender perfectamente el clima de permanente intriga palaciega, rivalidad y envidia que se vivía en el entorno de Hitler, la lucha continua de los numerosos cortesanos por tratar de acceder al Führer y los obstáculos puestos por su vulgar y zafia guardia pretoriana (Ulrich Graf, Heinrich Hoffmann, Erich Kempa, Emil Maurice o Julius Schreck) para impedir el acceso de Hitler a otras influencias externas menos fanatizadas. Hitler, como tantos otros líderes despóticos, no solo se encontraba muy a gusto en este ambiente viciado, sino que trataba de promoverlo en todos los niveles del NSDAP. Hitler nunca otorgó toda su confianza a una sola persona (quien más se acercó a ello fue Bormann, durante los años finales de la guerra) y trató por todos los medios de alentar expectativas (de poder, de amistad, de confianza) entre los miembros más próximos de su círculo (Goebbels, Goering, Hess, etc) de tal manera que sus ambiciones de poder fueran recíprocamente neutralizadas sin afectar al liderazgo de Hitler. A río revuelto, ganancia de pescadores.
Sus memorias pasan casi de puntillas por sus actividades empresariales a la sombra del nazismo, pero es importante tener en cuenta que Hanfstaengl no perdió la oportunidad de lucrarse durante el nazismo al tiempo que promovía la imagen del nacionalsocialismo. Es justo subrayar este aspecto: no solo ganó dinero, sino que lo hizo apoyándose y reforzando los grandes iconos del nazismo. En sus memorias hay dos curiosos y desconocidos escarceos empresariales en el ámbito cultural. El primero de ellos su libro de caricaturas. Se trata de Hitler en las caricaturas del mundo (1933). La edición, para evitar confusiones, incluía en tipografía grande y legible el texto: “Este libro ha sido leído en su totalidad y aprobado por el Führer y Canciller”. La razón de ser de este libro se fundamenta en la obsesión de Hanfstaengl por mejorar la mala imagen de Hitler en la prensa extranjera. Para ello empleó el recurso de “ilustrar” las caricaturas de Hitler con un breve texto que debería aclarar la verdad y poner las cosas en su sitio. La obra no fue, desde luego, ni ingenua ni inocente y su propósito claro fue lavar la imagen de Hitler y, además, ganar dinero. Por si hubiera dudas, en el prólogo Hanfstaengl describió a Hitler como “un hombre firme y puro de voluntad y acción”. La reedición de 1938 (cuando Hanfstaengl ya había huido de Alemania) eliminó toda referencia a su editor original. La segunda incursión de Hanfstaengl en el mundo de los negocios fue el cine, habiendo estado muy implicado en la producción y distribución en 1933 de la película Hans Westmar (basada en la vida del mártir nazi Horst Wessel). La película fue boicoteada por el ministro de Propaganda, Goebbels, que no soportaba injerencias en sus competencias (y el cine lo era). La implicación personal de Hanfstaengl con esta película —un vulgar panegírico del nazismo— fue tal que llegó a utilizar como banda sonora, el réquiem que poco tiempo antes había compuesto por la muerte de su hijita Hertha.
En realidad, Hitler solo valoró en Hanfstaengl su capacidad para los negocios y nunca su potencialidad política (especialmente con la prensa extranjera).

«Churchill decía que intentar apaciguar a un tigre hambriento únicamente nos convierte en su menú»
El Talmud dice que «Quien es piadoso con los crueles termina siendo cruel con los piadosos». Hitler no cumplió su condena por el Putsch de la cervecería, ese intento de golpe de Estado en noviembre de 1923. Y acabó implantando un régimen de terror.
Pues opino que el Talmud, una vez más, da en el clavo. Parafraseando a Churchill, intentar apaciguar a un tigre hambriento únicamente nos convierte en su menú. La democracia debe ser capaz de defenderse de sus enemigos y un golpista es siempre un enemigo declarado. En España el Estado y sus diferentes poderes fueron plenamente conscientes de ello tras el golpe de Estado de 1981 y actuaron en consecuencia reforzando la democracia. Sin embargo, mucho me temo que en la actualidad no todos los poderes del Estado han sabido estar a altura tras el golpe de Estado de 2017; probablemente porque en esta ocasión existe un presunto interés compartido entre gobierno y golpistas: conservar el poder a cualquier costa.
Con esa piedad con los crueles no se ha aprendido la lección. Hugo Chávez fracasó en un golpe militar en 1992 y sin cumplir la pena íntegramente, acabó de presidente de Venezuela implantando una tiranía. ¿Son frecuentes estos casos de piedad con los crueles que luego provocan grandes catástrofes?
Aunque no siempre es fácil anticipar que la persona con quien se ejerce piedad llegara a ser cruel, pienso en algunos casos relativamente recientes: Castro con su primera revuelta fallida (asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en julio de 1953), el ejemplo citado de Chávez en Venezuela, el grupo terrorista FARC en el congreso de Colombia (tras los Acuerdos de paz de 2016) con un presidente Petro —exguerrillero— claramente escorado a la extrema izquierda, la cesión por Israel —sin contraprestaciones— del gobierno de Gaza a los palestinos en 2005 tras la cual el grupo terrorista Hamás tomó el poder para no abandonarlo jamás, la ausencia de reacción occidental a la agresión rusa a Crimea en 2014 que desembocó en la actual guerra de agresión rusa a Ucrania, etc.
En España tenemos dos ejemplos sangrantes (valga la polisemia): en primer lugar, Bildu en el Congreso como apoyo indispensable del gobierno socialista, sin haber execrado de los crímenes de ETA y con exterroristas (no arrepentidos) en sus listas. En segundo lugar, el fallido golpe de Estado perpetrado por Junts y otros partidos secesionistas que actualmente apoyan al gobierno del PSOE, sin haber renunciado a sus objetivos anticonstitucionales.

«Me preocupa el auge de los partidos extremistas en Europa, sean de izquierda o derecha, que además suelen coincidir en ciertos extremos»
¿Qué opina de la subida en Europa de partidos de extrema derecha, o de algunos cada vez más cercanos al nazismo como Alternativa por Alemania con dirigentes con discursos cada vez más negacionistas?
Me preocupa el auge de los partidos extremistas en Europa, sean de izquierda o derecha; máxime cuando desde ambos lados de la barrera suelen coincidir en ciertos extremos, por ejemplo, su profundo antieuropeísmo y su simpatía por ciertas autocracias (Rusia) o democracias iliberales (Hungría). Me niego a poner el acento sistemáticamente en la extrema derecha, cuando la extrema izquierda es una amenaza exactamente igual de preocupante y, probablemente, la causa primordial del renacer de la extrema derecha en aquellos países en donde los desvaríos del ‘wokismo’ están ya mostrando sus desastrosos resultados (erráticas políticas de inmigración, inseguridad ciudadana, terrorismo, etc.)
No me gusta demasiado el uso extensivo que realiza del término ‘negacionismo’. Si por ‘negaciomismo’ nos referimos a la negación del Genocidio judío o Shoa —que es el origen de este neologismo— no puedo más que estar en contra, ya que existen evidencias contratadas por la historiografía del holocausto. Negarlo es un error histórico y en algunas legislaciones también un delito. Si bajo la etiqueta de ‘negaciomismo’ incluimos cambio climático, vacunas o violencia de género tendríamos que valorar caso por caso, pero de entrada creo que las posturas negacionistas más radicales (no aquellas que simplemente cuestionan aspectos de ciertos axiomas) suelen aportar pocos argumentos, más basados en la fe que los hechos contrastados.
En unos días Donald Trump retoma la presidencia de EEUU. ¿Qué similitudes y diferencias hay entre él y los partidos neonazis?
Trump es un populista de manual (como por desgracia tantos líderes occidentales), pero no veo realmente identidad alguna con los movimientos neonazis. El nazismo es algo demasiado serio como para equipararlo al populismo trumpista o lulista, o sanchista. La ‘Reductio ad Hitlerum’ no siempre es la más adecuada para criticar estilos de gobierno y para empezar el sistema presidencial norteamericano cuenta con numerosos contrapesos que impiden cualquier tentación autocrática de Trump o cualquier otro presidente.
Sin embargo, creo que existe en el populismo —de izquierda y derechas— la tentación de recurrir a la misma ‘caja de herramientas’ que está integrada por todos o algunos de estos elementos:
- agitación y propaganda (movimientos callejeros, redes sociales, noticias falsas…)
- Una tupida red de movimientos sociales (ONG, asociaciones, medios afines…)
- Leyes y normativas excluyentes cínicamente camufladas como ‘protectoras’ frente al agresor exterior o interior
- Perversión del lenguaje, factor esencial de todo totalitarismo, como demostró magistralmente el filólogo judío Klemperer
- Demagogia en su sentido más estricto de ‘halagar los oídos del pueblo’ y vertebración de un discurso simple y primario (asimilable por el orteguiano ‘hombre-masa’) basado en la raza, la sangre, el suelo (nazismo), el credo (islamismo), la clase (comunismo) y el rentable ‘victimismo’ (inclúyase aquí cualquier colectivo que haya sido marginado o perseguido, real o imaginariamente)
- Invención de un pasado dorado, con héroes nacionales y un enemigo terrible y poderoso causante siempre del infortunio presente
- Control de todo el aparato estatal especialmente de las escuelas, las organizaciones sociales y religiosas (los nazis llegaron a crear una ‘Iglesia del III Reich’), las publicaciones (alineamiento editorial de la numerosísima prensa, bajo la inspiración del ministro de Propaganda o, recurriendo a Orwell, del ‘ministro de la Verdad’) y de los medios de comunicación de masas (radio, prensa y cine)
- Distorsión perversa de la realidad, dando la vuelta a la tortilla y presentando el crimen y la ilegalidad más brutal como actos inevitables de ‘legítima defensa’. El terrorista Otegi como epítome de tal aberración, al ser calificado como ‘un hombre de paz’.
- Apariencia de legalidad. Cuando la guerrilla y el terrorismo callejero no funcionan y no permiten la toma violenta del poder (como sí lograron los Soviets en Rusia en 1917) el liberticida en fase germinal simula respetar las reglas del juego democrático para destruirlo desde dentro y con sus propias armas.

«El Grupo Socialista votó en contra de la resolución europea que condenaba al nazismo y al comunismo»
Usted en otro de sus libros, el mencionado El delirio nihilista, mantiene que hay muchas similitudes entre el comunismo y el nacionalsocialismo. ¿Vladimir Putin podría ser un ejemplo de cómo ambas ideologías están más cerca de lo que parece?
Se trata de los dos grandes totalitarismos del siglo XX, de los cuales solamente el comunismo pervive en la actualidad, ya que el nazismo fue derrotado en 1945 y afortunadamente no ha vuelto a florecer.
La similitud entre nazismo y comunismo ha sido también confirmada por el Parlamento europeo en su Resolución de 19 de septiembre de 2019, sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa (2019/2819/RSP). Este importante documento —aprobado, por cierto, con los votos en contra del Grupo Socialista— considera que «desde su inicio, la integración europea ha sido una respuesta a los sufrimientos provocados por dos guerras mundiales y por la tiranía nazi, que condujo al Holocausto y a la expansión de los regímenes comunistas totalitarios y antidemocráticos en la Europa Central y Oriental». Esta misma Resolución recuerda que «los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad». La Resolución fue, en gran parte, promovida por miembros de la UE de Europa de Este, cuyos países sufrieron la doblemente amarga experiencia del nazismo y del comunismo; lo que les hizo comprender mejor que nadie que no existen totalitarismos buenos o ‘blandos’ (en palabras de Iñaki Ezquerra).
Putin, en efecto, aúna algunos de los vicios de ambos sistemas totalitarios: nacionalismo exacerbado, expansión imperial violenta y caudillismo con todos los tics estalinistas, purgas incluidas.
Por último, como experto en movimientos totalitarios ha prologado El Estado del Führer. ¿Qué destacaría de ese libro?
Es un estudio excelente sobre los fundamentos jurídicos del III Reich, un sistema totalitario que a pesar de su tiranía trató de aparentar un respeto a legalidad que, obviamente, no era más que un disfraz para sus crímenes, pues su único objetivo era justificar la voluntad del Führer. Su autor ha sabido diseccionar muy bien el complejo entramado del ordenamiento jurídico nacionalsocialista, para que entendamos que hasta las leyes procedimentalmente más impecables pueden llegar a ser injustas. El eterno debate entre legalidad y legitimidad.