Sábado, 22 de marzo, 2025

«En la actualidad, las dicotomías derecha–izquierda, bondad–maldad, progreso–retroceso, como toda dualidad, son falsas»

Manuel Carneiro Caneda

Este artículo, si viviese del tópico, bien podría titularse como aquel atribuido comienzo del libro de Vargas Llosa, Conversación en la catedral, ya convertido en un lugar común: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Pues ahora, va Monedero y también ayudando. Por cierto, por mucho que se repita, en realidad, la novela no empieza exactamente de ese modo.

La obra del hispano peruano es un retrato muy crudo de la corrupción moral y de la represión política vivida en el Perú bajo la dictadura del general Manuel A. Odría, una más de las que asolaron la parte latina de América y que, recalcitrantemente, siguen haciéndolo.

Pero ahora, adaptándose a los nuevos tiempos, las dictaduras ya no son, necesariamente, de hechura militar, al menos en las formas, como las asonadas ocurridas en siglos anteriores. Ya no son generales o mandos similares los que dan un golpe de Estado y se hacen con el poder político, con la siempre útil excusa de “restablecer el orden perdido”. No es estético, no queda bien, salir en los medios con vestimenta color verde oliva. El último ejemplo en Europa lo tuvimos en España, resultando tan risible que en otros países confundieron el tricornio del bigotudo teniente coronel Tejero con la montera de un torero. No iban muy descaminados, porque lo que aconteció, en realidad, no resultó ser más que un mero paseíllo.

Por simplificar, solemos considerar que toda dictadura militar proviene, necesariamente, de posturas de derecha, incluso extrema; pero no es así. La fuerza institucionalizada no es patrimonio de una tendencia política, aunque, eso sí, los militares suelen derrotar más hacia ese lado, siguiendo con los símiles toreros. En la actualidad, las dicotomías derecha–izquierda, bondad–maldad, progreso–retroceso, como toda dualidad, son falsas.

«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así»

El Camino. Miguel Delibes

Vamos a utilizar comienzos de libros con cierto impacto, como el de Vargas Llosa, para enunciar tres momentos en los que la izquierda se perdió. El primero corresponde a la ilusión de un mundo desprovisto de caracteres netamente humanos. La igualdad se transmutó en un origen, cuando es un fin, no alcanzable totalmente, pero sí siempre en proceso. La sociedad ideal comunista, hace tiempo que pasó de ser una utopía (no lugar) a una ucronía (no tiempo).

«He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral».

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño

Negar la faceta biológica del ser humano no deja de ser vana por inútil. Aunque Karl Marx sentía una especial reverencia por Darwin, la izquierda, máxime en este momento, consideró que la biología, lo material del ser humano, no podía, y, por lo tanto, no podía considerarse un determinante. La progresía apoyó una concepción del ser humano donde la libertad no tiene restricciones y, moralmente, no es admisible cercarla, incluso en su dimensión física.

«Todo esto sucedió, más o menos».

Matadero cinco. Kurt Vonnegut

La pobreza, como tal, no es un eximente, ni una excusa ni un argumento moral. La desigualdad es algo a combatir desde el origen, pero, en las sociedades libres, incluso en las abiertas, la posibilidad de la superación personal y la voluntad sobreponiéndose al destino, son alternativas y también cuentan.

El modelo social global del siglo XXI, apoyándose en la tecnología y en la generación de las oportunidades que esta provoca, hace que haya que revisar las alternativas que aparecen para seguir usando otros ascensores sociales que no sean sólo la educación. La actual rebelión de los ricos debería poder ser analizada desprovista de juicios morales. Tanto la pobreza como la riqueza, ambas pueden tener su aspecto de dignidad. Y la corrupción, baldón especial para la izquierda, no conoce colores ni distingue ideologías.

En resumen, a lo que parece que estemos asistiendo es a la necesidad de un reenfoque de los grandes temas del pensamiento progresista, antes llamados de izquierda, pareciera que únicamente válidos si esta los enuncia. Es eso que se denomina la ‘mayor altura moral’. Un envejecido modelo interpretativo, por obsoleto y caduco, confunde fines y medios. Y esto, desde Maquiavelo, sabemos que es el origen del uso consciente de la fuerza como arma de coacción.


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