UNA OPOSICIÓN SIN LÍDERES

El 14 de febrero, la Oposición contendrá la respiración.
Pablo Gea – La Iniciativa
El teatro de operaciones catalán enciende todas las alarmas. A diferencia de aquellos ya lejanos comicios en los que Ciudadanos, de la mano de Arrimadas, se alzaba con 37 escaños y se convertía en la minoría más numerosa del Parlamento Catalán, hoy quienes entonces pensaban que se podía forjar una mayoría alternativa al soberanismo contemplan las elecciones de 2021 con estupor. La nefasta estrategia de Ciudadanos de sacar a Arrimadas (un activo extremadamente rentable en Cataluña) para llevársela a Madrid y colocarla bajo el amplio manto de Rivera le ha pasado una factura impagable a la formación naranja. No se dio cuenta, cegada por el espejismo de arrebatarle al PP el liderazgo en el centro-derecha, que gran parte de su electorado (y muy especialmente en Cataluña) procedía del centro izquierda. De todos esos socialdemócratas y liberales progresistas que estaban hasta las narices del coqueteo de la izquierda con el independentismo y de la dictadura cultural-lingüística que los nacionalistas catalanes auténticos, fueran de derecha o de izquierda, habían impuesto en el territorio.
División en la oposición

Arrimadas, ahora líder de los naranjas, tiene ante sí la nada envidiable tarea de tapar las vías de agua de un barco que, aunque amenaza seriamente con hundirse, aún se mantiene a flote. Sabe, como saben el resto de los suyos, que su victoria en 2017 se debió a la conjunción de circunstancias muy particulares de las cuales el rechazo generado en el punto álgido del procés no fue la menor. Y sabe también que se enfrenta a una pinza formidable entre Vox y el PSC que amenaza con dejarle con menos de 20 escaños en Cataluña, lo que sin duda encendería el ruido de sables que se ha venido cociendo desde que se decidiera salvarle el cuello el PSOE de Sánchez en los momentos más crudos de la pandemia alegando interés patriótico. No mejor le va al PP, que trata de salvar los muebles ante la batalla judicial que se le presenta a raíz de las nuevas declaraciones de Bárcenas, el eterno fantasma que vuelve una y otra vez para recordarles a los azules que su pasado corrupto es real, por más toneladas de maquillaje que quieran echarle encima.
Los nuevos líderes de las huestes de Casado luchan por diferenciar ‘su’ PP del ‘otro’ PP mediante una operación propagandístico-mediática de amnesia colectiva. Pero olvidan (o se niegan a aceptar) que la etapa de Rajoy, para bien o para mal, está demasiado reciente como para que dicha empresa pueda concluir con éxito. El liderazgo de Casado no ayuda. Por mucho que sus asesores de comunicación le hayan aconsejado que se deje barba para alejar del público el imaginario de un rostro imberbe y de que trate desesperadamente de distanciarse de Vox atacándole con virulencia en el Congreso y negándose a pactos de gobierno en ayuntamientos y autonomías con él cuando gobierna con su apoyo en Andalucía. Todo el mundo sabe que, a la hora de la verdad, en la era de la polarización, el PP pactará con Vox para gobernar antes que hacerlo con el PSOE, de la misma forma que este lo ha hecho con Unidos Podemos y los independentistas antes que con el PP.
Vox gana posiciones con rapidez y sigue siendo la tercera fuerza según los sondeos en el territorio nacional, amenazando al PP con un peligroso sorpasso en Cataluña al recoger el disgusto generado con el abandono a su suerte por parte del Gobierno actual de los catalanes no nacionalistas. Cada rechazo, cada ninguneo y cada ataque de la prensa aumenta exponencialmente su intención de voto. Los recientes ataques violentos por parte de los radicales de izquierda ante la pasividad de las autoridades no hace más que confirmar este hecho. No obstante, Vox sucumbe a la misma fantasía que todo partido emergente: creerse que el apoyo coyuntural es un apoyo estructural. Su vetusto nacionalismo y la anorexia intelectual de su programa le hace incapaz de alcanzar materialmente a los sectores populares que no se encontraran ya dentro de una órbita más o menos conservadora. Por eso, y por la radicalidad excluyente de sus propuestas, no podrán ser nunca una alternativa para el liderazgo de la Oposición.

Llegados a este punto se comprende por qué en el PSOE respiran relativamente aliviados (menos quizás en Unidos Podemos) sabiendo que, por muy mal que lo hagan, su capacidad para articular acuerdos con las formaciones nacionalistas y regionalistas les garantiza la permanencia en el Gobierno ante la desunión de la Oposición. Unión que a día de hoy parece muy poco probable y que, de haberla, adolecería de lo principal que se necesita para ganar: un líder carismático con una visión de Estado clara. Nadie en este espectro alcanza a encarnar este rol. Entre los estrechos límites del interés partidista y la debilidad apabullante a causa de un complejo de inferioridad moral frente quienes tienen en frente, la Oposición se devora entre sí y es incapaz de fermentar una campaña de comunicación y propaganda eficaz que transmita un mensaje coherente que haga que la gente piense que ellos son una opción mejor que la alternativa partidista existente. Sin líderes claros y sin programas definidos no tienen nada que hacer, salvo acomodarse en los sillones de la Oposición y esperar a que el inevitable desgaste gubernamental haga su trabajo. Una actitud acomodaticia que puede jugarles una mala pasada ante un adversario que es El maestro en la movilización de masas. El 14 de febrero, la Oposición contendrá la respiración.