CENSURA A DRAGON BALL

Que una serie de culto, que ha acompañado a multitud de personas, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, durante generaciones y creando un lazo de cercanía cuando todo lo demás parece alejarnos, sea desterrada de la parrilla por cuestiones ideológicas demuestra hasta qué punto las modernas democracias van poco a poco convirtiéndose en estados totalitarios encubiertos.
Pablo Gea – La Iniciativa
No voy a disimular el estupor que me ha causado personalmente, como fan completamente entregado de la serie, la decisión tomada desde la Comunidad Valenciana de cancelar la emisión de Dragon Ball. Para los que ya contamos con algunas décadas a las espaldas, y hemos pasado gran parte de nuestra infancia y de la juventud disfrutando de las aventuras de Son Goku, Vegeta y compañía, la decisión tomada por radiotelevisión valenciana, a cargo de Alfred Costa, no es más que una re-edición de las pulsiones censoras que, desde primera hora, se han cebado con la obra de Akira Toriyama.

En España, de hecho, la censura llegó a generar mutilaciones irreversibles, las cuales hirieron incluso el material que se repuso posteriormente en vídeo y dvd para su comercialización. En Antena 3 se llegó al punto de eliminar escenas e incluso capítulos completos, consiguiendo con ello despistar al espectador en más de una ocasión respecto al seguimiento de la trama.
Encabezados por los sectores más conservadores, retrógrados y moralistas de la sociedad, multitud de colectivos de ideología conservadora, especialmente asociaciones de padres, se lanzaron a una campaña extremadamente virulenta con el objetivo de proscribir definitivamente la serie, descargándola de cualquier valor artístico que pudiera tener. En una entrevista incluida en el libro de Vicente Ramírez La Biblia de Dragon Ball (2005), el médico y psicoanalista sevillano Ignacio Díaz Carvajal destacó: ‘Creo que el problema consistía en que muchos padres consideraron erróneamente la serie como algo infantil, y no lo es.’ El secreto del éxito de la serie está, precisamente, en los valores que transmite: ‘A los niños y a los adultos les gusta identificarse con personajes que luchan, son poderosos y vencen al mal, que encarnan ideales como la perseverancia, la astucia o la verdad.’

Las cadenas de televisión demostraron su hipocresía pesetera cuando, comprobado el éxito comercial del producto, se apresuraron a reponer la serie desde el principio para llenarse los bolsillos y relegando los escrúpulos morales al cajón del olvido.
La dura batalla que pareció finalizar hace años resucita ahora bajo la batuta de la nueva inquisición, encarnada en la Ideología de Género y de lo Políticamente Correcto, que ha recogido el testigo del conservadurismo moral para imponer un nuevo puritanismo que mutila el arte y el pensamiento individual para someterlo a la disciplina impuesta por la comunidad uniforme. Lo hemos dicho otras veces y lo volvemos a repetir ahora. Que una serie de culto, que ha acompañado a multitud de personas, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, durante generaciones y creando un lazo de cercanía cuando todo lo demás parece alejarnos, sea desterrada de la parrilla por cuestiones ideológicas demuestra hasta qué punto las modernas democracias van poco a poco convirtiéndose en estados totalitarios encubiertos.

Lo más grave de todo es que existen millones de personas que votan a estos partidos que están de acuerdo con la censura, como lo están con la discriminación. Que consideran que, por el bien del progreso de la sociedad, aquello que el poder político considera ‘nocivo’ debe desaparecer. Una psicología que considera los ciudadanos como niños inmaduros, incapaces de decidir por sí mismos qué productos televisivos consumir y cuáles no. Máxime cuando hablamos, en el caso de Dragon Ball, de un manga y de un anime para adultos.

Si una serie legendaria entre el público puede ser prohibida, cualquiera puede serlo. En lo que es tan sólo un nuevo episodio más de una tendencia ya casi imparable de castigo y eliminación de cualquier expresión o contenido que no se adecue a las normas de la estricta moral pública que los intolerantes inquisidores modernos quieren imponer. Que cuentan, además, con la complicidad culpable de todos aquellos que se callan por miedo a que les señalen como ‘fascistas’ o ‘machistas’ por expresar lo que es una verdad inalterable: que el Arte es libre, que no está sujeto a directrices políticas y que todo intento de caparlo es más propio de una dictadura que de una democracia.