El sexo rojo

De la carta exculpatoria de Errejón
Gonzalo Sichar
Todavía no doy crédito de lo que ha ocurrido esta semana con Íñigo Errejón. Mejor dicho, de lo que se ha sabido esta semana de Íñigo Errejón. La velocidad que ha cogido la política española desde 2014 —año de la entrada de Podemos en el Parlamento Europeo— es de vértigo. Cuántos han quedado tirados por el camino: Juan Carlos Monerdero, Carolina Bescansa, Albert Rivera, Pablo Casado, Teodoro García Egea, Pablo Iglesias, Macarena Olona, Inés Arrimadas, Iván Espinosa de los Monteros, Edmundo Bal, Jose Luis Ábalos… Íñigo Errejón.
«Si yo fuera un extraterrestre votaría a Errejón. Qué verborrea, qué discurso a favor de los necesitados, del fortalecimiento de la democracia, de la defensa de la mujer»
Siempre dije que si yo fuera un extraterrestre votaría a Íñigo Errejón. Qué verborrea, qué discurso a favor de los necesitados, del medio ambiente, del fortalecimiento de la democracia, de la defensa de la mujer… Pero claro, sólo le votaría si fuese un extraterrestre sin información, que sólo conoce lo que dice. Si no supiera que apoya a tiranos como Hugo Chávez o su sucesor Nicolás Maduro; si no supiera que vive como un neoliberal en uno de los barrios más ricos de Madrid, gracias presumiblemente a que su fortuna empezó por cobros millonarios de un gobierno que arruinaba a su pueblo… Y ahora nos enteramos de cómo trataba en realidad a las mujeres. De sus banderas sólo le queda la defensa del medio ambiente. Habrá que ver si utiliza papel reciclado o si tiene un sub de gran cilindrada.

Ya no le que queda ni su habilidad en el discurso, con una carta de despedida que no hay dios que la entienda. Echa la culpa de todo ello a que la persona se comporta como un neoliberal apartándose de su personaje intachable. Como está tan mal redactada la carta, no sé si lo de neoliberal es por vivir como un rico o por cómo reconoce que trata a las mujeres.
Comunistas que viven como reyes los tenemos en Fidel Castro, que amasó gran cantidad de dinero a través del tráfico de drogas, como —entre otros— documenta Santiago Alonso en Desmontando las narcoseries, o los vicios de estrella de rock de Kim Jong-un. No hace falta ser neoliberal para vivir a todo tren. Miren las cuentas de los líderes de las FARC o del presidente nicaragüense Daniel Ortega.
Pero si lo de neoliberal se refiere a su presunto —presunto por aquello de circunscribirnos a la ley, pero reconocido implícitamente en su carta— comportamiento con las mujeres, aún me deja más atónito.
En mis tiempos de observador de derechos humanos en Guatemala, siendo muy joven, con veintitantos años y con cierta ingenuidad, y sobre todo con una visión muy utópica del mundo, me llamaba la atención algunas cosas que vi de la izquierda. A finales de los años 90 no había tanta conciencia sobre la violencia contra las mujeres. Pero a mí me sobresaltaba escuchar a un líder de la guerrilla que «antes era mejor, pues las mujeres dejaban descansar al guerrero». Forma eufemística de institucionalizar las relaciones sexuales forzosas —o sea, violaciones— entre guerrilleros y guerrilleras. Como además había muchas menos mujeres que hombres en la URNG, imaginen lo que les tocaba soportar.
Una exguerrillera me contó que en un curso que hizo con el Comité de Unidad Campesina —al que perteneció el padre de Rigoberta Menchú— tuvo que estar huyendo permanentemente de un líder del CUC, de lo que por entonces se llamaba pesado y ahora acosador.
Pero más me asombró cuando estuve presentando un informe que realicé sobre la guerra civil de aquel país cruzando datos de diferentes fuentes. Mascares en Guatemala: los gritos de un pueblo entero. Mi mayor preocupación era cómo salir de ahí al acabar la charla, pues atribuía el 97% de las más de 1.000 masacres al bando gubernamental, y sabía que había militares de incógnito. Sin embargo, el mayor dilema de uno de los dirigentes de la organización de derechos humanos que organizaba el acto era cómo llevarse a la cama a una joven que era secretaria de una organización popular. Con las cosas tan fuertes que se estaban contando y su mayor obsesión era libidinosa. Sí, el patriarcado de siempre, hombre dirigente a por mujer situada en escalafones profesionales inferiores. Lo único que el abuso no era de un gordo capitalista con puro, sino de un hombre de izquierdas contra una jovencita de izquierdas.
«Las dos amenazas de muerte que recibí en Guatemala fue por defender a una mujer y librar de una violación a una niña»
Y casos mucho más sonoros mediáticamente fue el del presunto abuso sexual reiterado de Daniel Ortega a su hijastra desde que tenía 9 años. O más recientemente, Evo Morales ha sido acusado de estupro agravado y trata y tráfico de personas al sostener una relación inapropiada con una menor de 15 años, que además ha dado un giro inesperado en los últimos días al reportarse la desaparición de la presunta víctima.
Estos son los abusos machistas de la izquierda, tan silenciados por el feminismo institucional. Habrá algún desalmado que dirá que en aquellos países eso es normal. Pues yo visité una zona de El Salvador donde se observó un incremento de suicidios en niñas de 15 años. Al indagar más sobre el asunto, se supo que era porque a esa edad las empezaban a violar los familiares. Así que puede que sea normal en esos países, pero solo para los hombres, no para las víctimas.
Pese a mi involucración en la defensa de los derechos humanos y haber escrito mucho contra los crímenes de guerra en Guatemala, cometidos en una desproporción desmedida por la extrema derecha, las dos amenazas de muerte que recibí fue por una cuestión de género. En los dos casos por retornados, es decir, campesinos cercanos al entorno guerrillero, o al menos víctimas de la represión militar. Uno fue por animar a una mujer a que se separa de su marido y a que reclamara la mitad de la tierra que poseía. El otro fue por rescatar —con el permiso de su madre— a una niña de 14 años y llevarla a un orfanato. Su padrastro se quedó con las ganas de ‘hacerla suya’ cuando cumpliera esa fatídica edad de 15 años.
«Más que neoliberal pareciera feudal, con el derecho de pernada. O cavernícola arrastrando a la mujer contra su voluntad para tener sexo»

Pero volviendo al caso del diputado recién dimitido. Más que neoliberal pareciera feudal, con el derecho de pernada. O cavernícola arrastrando a la mujer contra su voluntad para tener sexo (según la denuncia presentada por Elisa Mouliaá). ¿No eran los de Podemos los que sufrían porque las gallinas eran violadas en los corrales? Pues casi, casi (o sin casi, ya veremos qué más sabremos cuando se le acumulen las denuncias) el líder de Más País se comporta como gallito en el corral.
«Solo sí es sí», le decía la actriz, según declaró ante la policía. Pues al final esa ley que desde su formación se apoyó —y desde su exformación se abanderó—, resulta que le podrá rebajar una pena, que parece tiene todas las papeletas para que le caiga.
De todo su comportamiento sólo veo un matiz ejemplar. Ha renunciado a seguir siendo diputado, lo que le dificultará —aún si evitase la prisión— seguir con ese tren de vida ‘neoliberal’, a menos que administre bien sus ahorros. Y más valiente aún, deja de ser aforado y será juzgado con la igualdad de todas las personas ante la ley.
Pero no sé, quizá en este último párrafo haya yo caído de nuevo en el extraterrestre que votaría a Errejón sólo por lo que dice y no por lo que hace. No sabemos si tal vez el no dimitir le habría traído alguna que otra sorpresa más.