NUEVO MODELO EDUCATIVO: MERITOCRACIA POR IDEOLOGÍA
España es un país que arrastra un problema crónico de alta tasa de abandono escolar, de falta de alcance de una verdadera educación a los sectores sociales más desfavorecidos y de insuficiente formación de los estudiantes para el mundo que les aguarda. Constantemente, las soflamas políticas se dirigen a mimar en época electoral a los llamados jóvenes ‘exiliados’, que se van porque en su país no hay oportunidades para labrarse la vida con dignidad. La realidad que se esconde tras esta incapacidad de asumir responsabilidades es la insuficiente formación de nuestros jóvenes. Cuando se habla de que ‘el de fuera’ viene a quitar el trabajo a ‘el de aquí’, hay que matizar que no es el norteafricano o el latinoamericano el que puede aspirar a lograr eso, sino el alemán, el francés, el polaco o el sueco, precisamente porque posee una formación académica y técnica superior que le convierte en un profesional más competitivo y, a la larga, más rentable para las empresas que se plantean a quién contratar.
Reforma educativa tras reforma, una por cada gobierno que accede a La Moncloa, para que ninguna incida sobre la base real del problema: la ausencia de exigencia en los parámetros educativos. La perversa interpretación de la idea de la ‘democratización de la Educación’ ha confundido el noble propósito de dar cabida en el sistema educativo a todas las personas sin excepción, vengan de donde venga, sea cual sea su raza, orientación sexual o nivel socioeconómico, con la rebaja progresiva de la complejidad de los currículums educativos para que puedan pasar de curso los más y repitan los menos. Una lógica suicida cuyas consecuencias estamos pagando todos ahora, y que deriva de una filosofía de vida que desprecia el esfuerzo, el mérito y la capacidad a favor de un igualitarismo absoluto a cualquier precio, el cual no es otro que la igualación hacia abajo. El resultado: los mejores desperdician su talento o no ven recompensando su esfuerzo, mientras que los peores se sienten a gusto con la idea de vivir parasitariamente a costa de los demás y del Estado.
El Estado Español hace mucho tiempo ya que renunció a ser competitivo en materia de Educación y a rescatar a todos esos jóvenes que se han visto forzados a emigrar, o que engrosan las listas del paro o del empleo precario y mal remunerado. Concentra todas sus fuerzas, por el contrario, en adoctrinar ideológicamente a todos los niveles y en satisfacer a los lobbies que le ayudan a ganar las elecciones. Las matemáticas con ‘perspectiva de género’ no son más que otro eslabón en la cadena. Una cadena muy larga que conduce hasta el fracaso escolar y los profesionales insuficientemente formados. Cuando el sistema educativo sacrifica la meritocracia por la ideología está cavando su propia fosa. Lo peor de todo es que las autoridades asumen que esto ya no tiene arreglo y prefieren aprovechar su paso por el Poder para perpetuarse en él lavando el coco a los chicos. Si no saben hacer su trabajo, al menos que sepan a quién votar. Una filosofía tan perversa que se explica por sí misma.
Y una muestra más, entre tantas que ya es mejor dejar de contar, de que el Gobierno vive completamente ajeno al interés de los trabajadores. Preocupado sólo por conservar su poder y sacar delante su agenda ideológica. No de otra forma puede explicarse su ceguera consciente respecto al problema de la luz, que amenaza con dejar a familias entras a merced de un clima cada vez más impredecible. O que sea absolutamente incapaz de ofrecer una respuesta cabal para todos esos jóvenes de entre los 25 y los 35 años, que contemplan desesperados cómo se les pasan los años y no son capaces de edificarse un futuro, tener un trabajo estable y disfrutar de una familia. A todos ellos, la única réplica aceptable son las faldas en las señales de tráfico, el lenguaje inclusivo y la ideología política por saturación. Aunque las encuestas estén tirando por tierra todas las expectativas electorales que sus promotores puedan albergar. Es lo que sucede cuando quien debe solucionar problema los crea y, a despecho de su poca sagacidad, alcanza a comprender su inutilidad y tiende a refugiarse allí donde sí tiene el control, en la propaganda y la manipulación. Lo que es muy fácil cuando se tiene el estómago lleno y la vida resuelta.