Viernes, 7 de febrero, 2025

Un conflicto en el que -si bien los ejércitos ucraniano y ruso están a una distancia sideral uno del otro, el posible enquistamiento por metamorfosis de guerra convencional en guerra de guerrillas, con ataúdes llegando a la Madre Patria todos los días y una economía renqueante- no se perfilan pingües beneficios para Putin en el corto plazo.

Pablo Gea

Suenan los tambores de guerra en Europa del Este. Una zona del globo salpicada por la sangre de los conflictos mas atroces que ha presenciado la humanidad. Ahí, en Ucrania, como en Polonia, Bielorrusia y los países bálticos, han tenido lugar algunas de las masacres más espantosas que se recuerdan. Millones de cadáveres fueron esparcidos por una tierra aún conflictiva. En este área tuvo lugar el conflicto germano-soviético, un enfrentamiento brutal entre dos Estados Totalitarios en los que el respeto por la vida humana no estaba muy alto en su lista de prioridades. Guerra que camufló a su vez una serie de guerra civiles dispares entre pueblos etnocéntricos que, como la desintegración de la antigua Yugoslavia en los años 90 del siglo pasado vino a demostrar, no son capaces de convivir con facilidad.

         Desde 2014, cuando las revueltas populares acabaron con el Gobierno prorruso en Kiev -la capital de Ucrania- el país colchón entre Rusia y la Unión Europea se ha visto envuelto en una turbulenta guerra civil cuando desde Moscú ya se produjo una invasión para anexionarse Crimea y se utilizó a la minoría étnica rusa en Ucrania (alrededor del 30% de la población nada menos) para desestabilizar el país e instigar a los separatistas dotándoles de apoyo logístico, armas y tropas a declarar la independencia, que tomó forma en las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. A día de hoy, las Fuerzas Armadas ucranianas no han sido capaces de acabar con estos dos ‘Estados’ de facto. Tanto Moscú como Kiev han encendido o apagado el conflicto por motivos políticos, cuando no puramente electorales.

         La cuestión es que Ucrania constituye para Rusia una esfera de influencia irrenunciable, como el Cáucaso y Asia Central. No muy lejos queda la invasión de Georgia por parte de Rusia en 2008, o la reciente intervención en Kazajstán -en la línea de las operadas en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968)- para aplacar las protestas que amenazaban con derribar al dictador que garantiza que siga siendo un Estado satélite y obediente. Como en el resto de los conflictos post-soviéticos, Rusia ha empleado a la minoría étnica rusa que quedó ‘atrapada’ en estos países cuando la Unión Soviética se desintegró en 1991para forzar a los sucesivos gobiernos independientes a someterse a su voluntad. Y es exactamente lo que sucede ahora. En 2014, las perspectivas de que Ucrania llegara a integrarse en la Unión Europea forzaron el golpe de mano de Moscú. Y, una vez entablada la guerra civil, las insistentes peticiones del Presidente ucraniano Volodímir Zelensky de integrarse en la OTAN han hecho saltar todas las alarmas en Putin.

         Pues en Rusia saben que Europa es extremadamente dependiente del gas que ellos exportan. Efectivamente, los países europeos se sirven del 40% del gas ruso, mientras que Alemania importa el 20%. Paradojas de la Historia: Berlín es el mayor aliado de Moscú en Europa. No en vano ambos países están a punto de concluir el Nord Stream II, un gigantesco gasoducto que conectará directamente Alemania con Rusia. Proyecto al que los Estados Unidos se oponen. A pesar de esto, si la UE y la OTAN avanzan hacia el Este, la esfera de influencia rusa en la zona sufrirá un serio revés que cuestionará su estatus de pretendida gran potencia, a la vez que sembrará dudas sobre su rol como potencia regional en el escenario.

         Estando las cartas ya encima de la mesa, desde Occidente se han cuidado mucho de hacer amenazas explícitas de intervención militar si Moscú da finalmente el paso de darle el abrazo del oso a Kiev. La impotencia de la omnipotencia. No se dará paso a una guerra nuclear para garantizar la independencia de Ucrania, como no ha sido el caso con Kazajstán y el resto de los países ex-soviéticos. Aun así, el apoyo diplomático y en armas es un hecho, suficiente como forzar al Kremlin a mantener el amplio despliegue militar en la frontera ucraniana y a perfilar la puesta en práctica de sus planes de invasión. Ya sea una guerra abierta en toda regla o una intervención militar más limitada y destinada a evitar manu militari que Ucrania ingrese en la OTAN. Sea de una forma o de otra, Rusia no va a permitir nunca que el Gobierno de Kiev actúe libremente. Las cosas han llegado ya demasiado lejos como para que cualquiera de las partes pueda permitirse quedar en tablas.

Joe Biden

         Que la balanza se escore hacia una u otra de las partes enfrentadas supondrá un cambio del equilibrio geoestratégico que marcará el devenir del comportamiento de las grandes potencias. Esto es un hecho. Como también lo es que, ante un conflicto abierto, Rusia cerrará el grifo del gas a Europa (con el consiguiente aumento del precio de la luz) a la par que tendrá que enfrentarse a sanciones económicas más duras aún de las que ya soporta. Todo ello en un conflicto en el que -si bien los ejércitos ucraniano y ruso están a una distancia sideral uno del otro, el posible enquistamiento por metamorfosis de guerra convencional en guerra de guerrillas, con ataúdes llegando a la Madre Patria todos los días y una economía renqueante- no se perfilan pingües beneficios para Putin en el corto plazo. Por otra parte, que Ucrania no termine por entrar ni en la OTAN ni en una Unión Europea supondrá un fracaso en toda regla para Estados Unidos y sus socios europeos, al resignarse a aceptar que no pueden garantizar el libre acceso de potenciales aliados a una estructura militar conjunta, y que un país puede amenazar la independencia de otros a la par que la seguridad colectiva sin esperar una respuesta militar severa.

         ¿Si Rusia invade Ucrania? Ya lo ha hecho, de una forma u otra. Porque, en estos momentos, ni la voluntad del Gobierno ucraniano ni la de su pueblo es libre para decidir por sí mismos sin tener que mirar a su vecino. Que es, en definitiva, el fin de toda intervención militar.

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