Viernes, 7 de febrero, 2025

«La pelota sí se mancha» llega a las librerías el 5 de septiembre

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Salva Martín, La Iniciativa.

Del autor del bestseller «Historia de las míticas remontadas del Real Madrid»

La Iniciativa

Salva Martín, vuelve a las librerías un año después de su éxito Historia de las míticas remontadas del Real Madrid (Almuzara, 2023) con un libro que habla de geopolítica pero desde un punto de vista muy peculiar: el fútbol. Desde el conflicto norirlandés entre católicos y protestantes, hasta el sinsentido nacionalista en Yugoslavia o el terrorismo de ETA, pasando por las guerras de África a través del Atlético de Tetuán, o las dificultades del fútbol femenino pero en la Inglaterra de los años 20. O un repaso a las dictaduras de Argentina o la RDA, criticándolas a ambas con dureza. Y pasando por las polémicas de las elecciones de los Mundiales de Rusia, Qatar y el aún por celebrarse de España, Portugal y Marruecos, donde a la porquería de Luis Rubiales no es ajeno Pedro Sánchez. Y todo ello sin olvidar al rey del fútbol, Maradona, que decía que la pelota no se mancha, pero sí, sí se mancha.

Cuando la Liga mejor del mundo acaba de empezar, La Iniciativa saca en primicia un extracto de su cuarto capítulo.

Salva Martín, La Iniciativa.

IV

Real Madrid

El equipo del régimen…

republicano

«Hay verdades que no son para todos los hombres, ni para todos los tiempos»

Voltaire

Le cambiaron el nombre. Se afianzó como el club más importante de España. Fichó al ‘galáctico’ de la época. Arrebató al Barcelona a su jugador más emblemático. Fue incautado. Casi desaparece. Lo que bien podría ser el argumento de una novela, resultó el asombroso —y muchas veces ocultado— tránsito del Real Madrid por la II República y la Guerra Civil. Ya es hora de iluminar aquella época.

El inflamable debate sobre la relación del Real Madrid con la dictadura franquista ha restado foco a un período, el inmediatamente anterior, que resultó vital para el destino del club. Durante la II República, años de combustión continua, el Madrid, como España, alcanzó cotas inauditas, pero también pudo terminar en el sumidero de la Historia. Fueron tiempos de banderas y furia, de héroes, mitos, revolución y sangre. También para el club más importante del mundo del fútbol.

Desde comienzos del siglo XX, la política española se asemejó a un estanque de pirañas. El descontento por la guerra en Marruecos, el pistolerismo sindical, las revueltas obreras y el independentismo fueron demasiada provocación para el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, que decidió implantar un Directorio Militar con el objeto de restablecer el orden. Aprovechó la parálisis y el colapso de la Restauración, para, de forma fulminante, acabar con lo que él llamaba la «vieja política» y los «políticos profesionales», términos que se rescatarían casi un siglo después […].

Según sus coetáneos, Primo de Rivera se caracterizó por decir a cada sector lo que quería escuchar. Fue un militar de buenas intenciones y escaso tino. «Pocos hombres más representativos de las virtudes y los defectos del pueblo español que don Miguel Primo de Rivera», destacó el Conde de Romanones.

Su política recorrió los caminos del regeneracionismo hasta acabar pervirtiéndose en la autocracia. De aquellos años se recuerdan algunos avances, como la inversión sin precedentes en obra pública, la creación de Telefónica, la ingente creación de escuelas, el respeto a la huelga y la implantación de la jornada de ocho horas. Pero nada pudo aplacar el ansia republicana cuando cayó el Directorio. Alfonso XIII había ligado su destino a Primo, y su final estaba escrito.

Los desórdenes públicos, la violencia y el desafío secesionista seguían asolando el país, así que la conclusión fue clara para los antimonárquicos: la Corona se había demostrado incapaz en su proyecto democratizador, era el tiempo de implantar una república. Lo que antaño impregnaba los debates de cafés y ateneos, ya estaba en la calle. «El espíritu revolucionario lo invadía todo, desde las más bajas a las más altas capas sociales», apuntó el general Mola en sus Memorias. La oportunidad de cambio, más que favorable, era propiciatoria […].

Salva Martín, La Iniciativa.

La tricolor alumbra el primer gran Madrid

Con la izquierda venida arriba, la derecha monárquica dividida y la imagen de la Corona dañada sin posible enmienda, el 14 de abril España cambió radicalmente el paso […].

La promesa de un Estado democrático, laico, de ancha libertad y respetuoso con las peculiaridades autonómicas embelesó a casi todos […].

El fervor republicano coincidió con los primeros pasos de la Liga, una competición cuyo parto no resultó sencillo. Hasta finales de los años 20, en España se disputaban las competiciones regionales y el Campeonato de España, origen de la actual Copa del Rey […]. La profesionalización, que llegó en 1926, necesitaba de un torneo regular, de todos contra todos, para asentar sus consecuencias: calendario, viajes, fichas, contratos […].

En la primera edición, jugarían en Primera División los seis ganadores del Campeonato de España (Athletic de Bilbao, Real Sociedad, Real Madrid, F.C. Barcelona, Real Unión y Arenas de Guecho), los tres subcampeones (Athletic de Madrid, Español y Europa) y el Racing de Santander (que superó una eliminatoria previa). El resto de equipos (Sporting de Gijón, Sevilla, Iberia, Alavés, Betis, Real Oviedo, Valencia, Deportivo y Celta) inauguraría la Segunda División.

El 10 de febrero de 1929, el jugador del Español, Pitus Prat, se convirtió en el primer goleador de la competición, cuya edición inaugural acabó en las vitrinas del F.C. Barcelona […].

El fútbol, al mismo tiempo que el conjunto de la sociedad española, comenzaba a escribir una página trascendental en su historia […].

Las mujeres vivieron un avance real y tangible y por primera vez pudieron votar en unas elecciones. Sucedió a mitad de la República, en 1933, y tras un enconado debate entre dos posturas opuestas y paradójicamente defendidas por mujeres […].

También destacó la celebración de la primera Vuelta Ciclista a España en 1935 […].

La profesionalización y la Liga implicaron un cambio histórico en el mercado de fichajes, que pasó de regional y limitado a nacional y organizado. Esto modificaría para siempre la estructura de los clubes, que dejaron de ser organizaciones amateurs en las que opinaban hasta los veteranos a modo de asociación y se transformaron en estructuras con carácter empresarial.

El Real Madrid, que partía con la ventaja de disponer de un colchón económico de lustre gracias a las taquillas de Chamartín y al buen hacer de sus presidentes, eligió bien al responsable de consolidar el nuevo modelo: Pablo Hernández Coronado […].

La renovación en 1930 fue total. Llegaron excelentes refuerzos en todas las líneas, como Bonet, García de la Puerta, Leoncito y los vascos Eugenio, Gurruchaga y Urretavizcaya. Pero, sin duda, el Madrid rompió la baraja con el hombre del momento. El primer futbolista capaz de arrastrar a la multitud y fijar toda la atención mediática. Y jugaba de portero, aunque no era un cualquiera: se trataba de Ricardo Zamora divinizado en vida como el emperador Domiciano […].

Salva Martín, La Iniciativa.

Zamora era un portero soberbio, un adelantado no sólo por su conocimiento del juego y la técnica, sino por su explotación de la fama. Si el Español lo utilizaba como reclamo para giras y llegó a alquilar sus servicios a otros equipos para amistosos, él no desdeñó lo que llegaría a ser una mina para los futbolistas: su imagen. Se elaboró una indumentaria propia, con boina y jersey encima de la camiseta del club, acuñó una parada característica (la zamorana) e hizo una aparición cinematográfica en Por fin se casa Zamora (1926). Entre el cielo y la tierra, estaba Ricardo Zamora.

Cuando el Madrid negoció por El Divino sabía que compraba mucho más que a un jugador. Y así se reflejó en su precio y sueldo: 150.000 pesetas para el Español, 50.000 de prima de fichaje para Zamora y 3.000 mensuales. «Una cifra de ministro», se destacó por aquel entonces, a lo que él respondió con la soberbia tranquilidad de los mitos: «Lo que me van a pagar lo encuentro suficiente y no deseo más». Touché.

El revuelo mediático y social en su llegada resultó inédito. Por primera vez, el fichaje de un futbolista copó todos los titulares y las conversaciones de la calle. En España no se hablaba de otra cosa y el resquemor también comenzó a enseñar la patita: el diario catalán Mundo Deportivo caricaturizó a Zamora con dos alas y un maletín lleno de billetes rumbo a Madrid. Pero el madridismo lo tuvo claro: fue fichar Zamora e incrementarse los socios en un millar.

Sin embargo, a las primeras de cambio, la operación estuvo a punto de ser un fracaso. En su segundo partido de blanco, un derbi contra el Athletic de Madrid en Chamartín con todo el papel vendido, Zamora se lesionó de gravedad. Fue en una acción, como tantas otras, en las que se lanzó a los pies del delantero, en este caso Buiría, para evitar su lanzamiento a gol. Fractura longitudinal múltiple de la escápula izquierda y luxación del húmero. Si suena mal, la incertidumbre fue peor. No se sabía si volvería a jugar. El mismo Zamora, en un artículo escrito en el diario Ya, expresó su desasosiego: «¿Habré terminado definitivamente de jugar al fútbol? Sé que no lo debo preguntar, que no me contestarán categóricamente, y, a pesar de todo, no puedo dejar de pensar en lo mismo».

Finalmente, el susto se quedó en tres meses fuera tras ser operado por el doctor Antonio Oller. Zamora se perdió gran parte de la Liga, y el Madrid, en la que fue la tercera edición del campeonato, no pasó del sexto puesto. Pero aquello no resultó lo peor de la temporada, sino el disparate que protagonizó otra de las estrellas del equipo, Gaspar Rubio.

El delantero valenciano, fichado en 1928, se había consolidado como el primer ídolo del Madrid profesional. Ágil, elegante y rematador, lo tenía todo para acaparar los focos… hasta la llegada de Zamora […].

En el verano de 1931, perdida la corona del escudo y la denominación ‘Real’ por imposición republicana, el Madrid acometió el paso definitivo para los grandes éxitos que le esperaban. La premisa era clara: a la calidad, había que sumar el espíritu de lucha que desde entonces quedaría impreso en su ADN […].

Aquel Madrid ganador utilizaba el sistema habitual de los comienzos del fútbol, con dos defensas (Ciriaco y Quincoces), tres medios (Leoncito, Prats y Ateca, más Esparza y Bonet como alternativas) y cinco jugadores arriba (Lazcano, Regueiro, Olivares, Hilario y Olaso). Fortaleza, toque y remate.

Desde la primera jornada, la ilusión fue desatándose: el empate contra el Athletic de Bilbao (1-1) después de haber encajado un doloroso 0-6 el año anterior dio pábulo a la tesis de que ese año sí se podría competir por el título. Los vascos eran el rival a batir. Tan caldeados eran los partidos entre ambos que, en la vuelta (3-3), la policía tuvo que convencer a Hilario para que abandonara el campo tras ser expulsado. El suspense se mantuvo hasta el final, y todo se decidió en el campo del que sería el futuro gran rival de los blancos, el F.C. Barcelona. Un empate le valió al Madrid para hacerse con los 28 puntos que le llevarían a cantar el alirón y ser recibidos en Atocha, a su regreso, por una gran multitud. El secreto, como se preveía, vino de la autoridad atrás. El Madrid sólo encajó 17 goles en toda la temporada, lo que significó un promedio de 0,83 por partido.

La importancia de este título trascendió los números y las victorias. El Madrid llevaba nada menos que 14 años sin conquistar una competición de postín (se adjudicaba casi todos los Campeonatos regionales, eso sí). Esta primera Liga sucedió al Campeonato de España logrado en 1917 (antes había ganado cuatro seguidos, de 1905 a 1908) e inició una época dorada que sólo pudo truncar la tragedia de la guerra […].

En la siguiente temporada llegó la primera bomba mediática entre Madrid y Barcelona. José Samitier, después de 14 años liderando a los culés, se pasaba al enemigo. Sentimentalmente, el shock resultó más profundo que el caso Figo, pues el jugador había nacido nada menos que en el barrio de Les Corts, donde estaba el estadio culé, y había sido catapultado como símbolo del orgullo catalán desde los años 20 […].

La última Liga antes del levantamiento del 17 de julio, la 35/36, fue acorde a la situación de España: intrigante hasta el final. En la penúltima jornada, Madrid y Athletic, segundo y primero a sólo un punto de distancia, se enfrentaron en Chamartín. Una victoria blanca le acercaría al título, mientras que el triunfo rojiblanco lo sentenciaría. Por dos veces se adelantó el Madrid, pero los vascos, al final, consiguieron la igualada y el título voló hacia Bilbao.

La gloria eterna, por cómo se produjo y lo que significó, llegó para el Madrid en la Copa. Primero eliminó al Arenas de Guecho en el partido de desempate. Luego doblegó en los dos partidos de cuartos al Athletic. En semifinales tocó el Hércules. El 7-1 de la ida hizo estéril la derrota por 2-1 en la vuelta, y el Madrid se plantó en la final, que se disputaría en Valencia el 21 de junio de 1936.

Salva Martín, La Iniciativa.

El partido fue inédito y no pudo contener más simbolismo. A menos de un mes del golpe de Estado, Madrid y Barcelona, centralismo frente a federalismo, se veían las caras por vez primera en un encuentro definitivo. El destino quiso apostar fuerte y sumó este enfrentamiento a cara o cruz, a vencer o morir, a una atmósfera ya de por sí excesivamente cargada de embrutecida exaltación. Según cuenta Alfredo Relaño, de la capital acudieron 3.000 aficionados, mientras que 10.000 culés llegaron a Valencia y se añadieron a los simpatizantes locales, inclinados hacia los azulgranas.

Zamora, que a estas alturas únicamente disputaba los partidos relevantes, sería el protagonista absoluto de la final. Pluma habitual del diario conservador Ya, empezaba a ganarse cierta animadversión entre algunos sectores de la izquierda, que acudieron al campo especialmente inflamados tras hacer escala en un mitin del Frente Popular que se había celebrado horas antes en la ciudad.

El encuentro lo manejó el Madrid, hasta el punto de ponerse 2-0 en el marcador con goles de Eugenio y Lecue. Pero el Barcelona no se rendiría y acortó distancias forzando a los blancos a replegarse y tratar de evitar el empate. Entonces, casi al final, se produce la jugada que se hará icónica, evocada durante años y merecedora de entrar en la mitología del fútbol.

El formidable delantero Escolà recibe en el área un pase de Ventolrà. Está solo ante Zamora y puede elegir el lado por donde clavar el gol. El madridismo se encoge, los culés levantan los brazos en espera del gol. El chut, fuerte y ajustado, va al palo izquierdo de Zamora. Es un disparo imparable. Imparable para todos menos para el portero blanco, que, con una inverosímil estirada, no despeja, sino que atrapa el balón y alcanza la inmortalidad. Había dado el último título republicano al Madrid en una acción de fe y calidad. Pura raza blanca. Consciente de ello, el portero no escatimará cierta altivez en sus Memorias a la hora de recordar aquel instante: «Absoluta posesión de lo que me pertenece, de lo que nadie debe disputarme: el balón. ¡No ha sido gol! ¡No ha sido gol! Óyese a mi alrededor. Es el título, es la Copa […] Veinte años de fútbol están ahí, en ese instante». Fue su última parada, el perfecto epílogo a una carrera sin parangón.

El país se derrumbaba mientras el Madrid enamoraba. Ese podría ser el titular de la victoria en la Copa del 36, el postrero título de fútbol antes de que la asonada de julio, iniciada en Melilla, diera voz a las balas, silenciara los estadios y borrara las sonrisas de los españoles.

Para entonces, el Madrid ya estaba completamente imbricado en la ciudad. A través de los éxitos, su liderazgo y las emociones despertadas, había trascendido el plano deportivo para formar parte de la identidad de una capital que, si resultó un escenario clave en el período tricolor, más lo sería durante los años de la guerra […].


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